Muchas veces se ha afirmado que en Chile tenemos los políticos que nos merecemos o las autoridades que nos merecemos, sin embargo, pocas veces nos hemos percatado que los chilenos tenemos los curas que nos merecemos, los cuales se aprovechan de nuestra mojigatería y doble estándar para imponer sus creencias y su triste forma de ver el mundo.

Por Francisco Campos

Un gran ejemplo de lo anterior es nuestro queridísimo (?) cardenal Medina, quien además de ser la primera autoridad eclesiástica de nuestro país, es miembro de una de las agrupaciones más rancias del clero católico llamada Congregación para la Doctrina de la Fé, la cual fue presidida por otro ilustre con sotana, el actual papa Joseph Nazinger.

La cosa es que Medina cada cierto tiempo abre su boca y levanta la voz cuando algo no le parece correcto, entendiendo que transgrede las normas de Dios. Ya lo hemos visto desparramar basura con ventilador con respecto a la píldora del día después, los condones, el divorcio y los homosexuales. Ni siquiera esa vieja de mierda de Madonna se salvó, ya que cuando visitó nuestro país, Medina no perdió la oportunidad para afirmar que su actuar lujurioso era una ofensa a Dios.

Como buen político que radicaliza sus posturas para ver si capta más votos, Medina aumenta su virulencia cada vez que abre la boca para atacar el «relativismo moral» en el que se encuentro sumido nuestro país como una forma de recuperar feligreses que se han apartado del verdadero camino del Señor. Lamentablemente, con un discurso cada vez más intolerante y más retrógrado, lo único que consigue este caballero es espantar a la gente.

Pero bueno, retomando el tema troncal, esta vez Medina se refirió a la decisión de un juez de otorgar la tuición de sus hijos a un padre homosexual -quien además vive con su pareja- afirmando que «un homosexual no está moralmente capacitado para formar a sus hijos». Yo no sé que entenderá mi socio por capacidad moral para criar hijos, pero claramente no es algo que abunde dentro de la Iglesia Católica. Mal que mal, cada vez que un cura tiene un hijo se hacen los cuchos y poco menos que le echan la culpa al Trauco, tal vez por falta de esa mentada «capacidad moral» para criar hijos, cosa que yo ví un par de veces cuando estaba en el colegio en Coyhaique.

Al mismo tiempo que hay insuficiencia de «capacidad moral» dentro de la Iglesia para reconocer y criar a los hijos de los curas, tampoco abunda al momento de reconocer, como buenos cristianos, los abusos sexuales cometidos en contra de miles de niños a lo largo y ancho del mundo. Y qué decir de Marcial Macial, quien claramente no tenía «capacidad moral» alguna para dirigir una agrupación religiosa ya que estaba bastante lejos de ser un ejemplo de virtud.

Además, como guinda de la torta, Medina citó una frase de San Pablo escrita en una carta dirigida a los romanos -y con más de 2.000 años de antigüedad- en la que supuestamente condenaba la homosexualidad (Rom 1, 28-31). Sin embargo, la interpretación de Medina es antojadiza ya que hay consenso dentro de los canónicos en cuanto a que la dichosa carta de San Pablo no hacía más que advertir a los cristianos de que no se crean moralmente superiores cuando ven a otros caer en pecado.

Dejando de chapotear en la teología y refiriéndome a las ambiguas palabras de Medina, solamente puedo repetir lo que dije hace un par de días: cada vez que algún miembro de la Iglesia Católica abre la boca para referirse a algún tema contingente, no hace más que desperfilarla aun más.  Ahora bien, en lo que se refiere a la decisión judicial, esta se encuentra ajustada totalmente de derecho, dado que en ninguna parte de nuestra retrógrada legislación la homosexualidad es impedimento para tener la tuición de los hijos, mucho menos para criarlos de buena manera, muy a pesar de lo que diga Medina.

Y que vengan todos los putos pechoños a saturar esta sagrada página con sus comentarios retrógrados y fascistas, aduciendo decadencia  y relativismo moral, o que el Tatita Dios se va a enojar porque un homosexual ejerce su justo derecho de criar a sus hijos y de vivir con la persona que ama.