Marcelo Lillo: El escritor entre la niebla

Publicado por Camilo Salas

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Por Cristian Ortega Puppo

Esta entrevista ocurrió en Junio del 2008 en el Café Gelatos del centro de Santiago de Chile. La reciclamos desde el blog del autor a raíz del lanzamiento del segundo libro de Marcelo Lillo, «Gente que baila sola».

– «En un minuto se pensó que Niebla iba a despegar. Hicieron el puente, hicieron el camino, asfaltaron, pero el pueblo no despegó. Hay mucha gente con mucha plata que tiene casas, grandes casas y se les convirtió en problema, porque el mar se está comiendo la playa. Hay casas de 80 millones. De 150 millones. Entonces qué pasa: en el sector donde yo vivo hay más o menos como 30 casas que se venden. Todas, digamos, con un sitio de 2.000 metros cuadrados. Y como nadie compra, van los ladrones de Valdivia y toman por asalto las casas. Entonces los dueños de las casas no hayan qué mierda hacer. Se metieron en un cacho. No saben qué mierda hacer con las casas. Entonces algunas las arriendan. Barato, digamos. Para que tú las cuides.

Entonces nosotros llegamos a una casa que decían que estaba embrujada, y es cierto, y pagábamos 40 mil pesos mensuales. Casa grande, árboles frutales.»

¿Está embrujada tu casa?

– Sí, está embrujada. Cuando llegamos el pasto nos llegaba aquí (se pone la mano izquierda a la altura del pecho). Había ropa adentro, en los rincones, de gente que había dormido ahí, vagabundos. Nosotros empezamos a mantener la casa e incluso la dueña nos bajó el arriendo a 20.000 pesos mensuales. Contenta por todos los arreglos y porque le cuidamos la casa.

Pero cuando una casa está embrujada, tú tienes que tenerlo bien presente y saber aceptar esas cosas. Por ejemplo, te digo que en las noches se escuchan personas que hacen comidas y salen los olores. Todas estas cosas que tú ves en las películas que de repente llega un frío; pasa.

Habré llegado, digamos, un día viernes. En todo esto de instalarse pasan dos semanas. En poner mis libros, todas las cuestiones. Me senté en mi computador, me puse a escribir. Como en el tercer día que iba escribiendo siento frío de pronto, tipo 6 y media de la tarde. Esto fue en noviembre, estaba lloviendo. Siento frío. Y eso que estábamos con la calefacción prendida, con fuego, a leña. De repente siento que se me paran dos patitas aquí (en el muslo), es como cuando un perro se te para aquí. Entonces yo dije: la perra vino –nosotros tenemos una perrita-, y la perra estaba durmiendo.

O sea, hay otra familia en tu casa.

– En las noches se escucha el perro caminando por la casa. Es el perro que se viene a echar con nosotros

¿No tienes niños a los que explicarle esto de los fantasmas?

– No, o sea por decisión propia no queremos tener niños. No me gustan los niños.

No te gustaría ser niño, dijiste por ahí.

– No, no, no, es horrible, es espantoso. Yo crecí sin televisión, pura radio, padres autoritarios, los profesores te pegaban. Horrible volver a ser niño.

Pero los viejos son niños de nuevo. Horrible. Antes está el balazo.

El balazo con la colt 45. Si te iba mal en 4 años te pegabai un balazo. Ahora ¿qué hiciste con la colt?

– La tengo, bajo el colchón. Si esto sigue.

¿Y esa decisión tan drástica?

– El problema está en que nosotros vendimos todo. En esa época yo trabajaba en un liceo, o sea no en un liceo, en un colegio privado, en un colegio de gente cuica. Pero no de gente cuica normal.

¿Qué tipos de cuicos?

– Tú teni diez años, tu viejo gana 4 millones de pesos al mes, pero tú, hueón, eres canalla. Malo para el estudio. No te gusta la escuela, inquieto, te han echado de todas partes. Pero está el colegio ése. Donde tú vai sin uniforme, tú vai con el pelo como querai, donde hací lo que querí porque los profes son todos buena onda. Pero tu viejo va a tener que pagar 400 lucas mensuales. Pero para alguien que gana 4 millones, no es nada.

Y a los niñitos no los podis ni tocar.

– No. Pero los cabros, con uno son distintos. Yo jamás tuve problemas con ningún alumno. Algunos tenían prontuario, pron-tua-rio. Llegó una vez un cabro con 9 años, alcohólico. El tipo estaba enfermo. Un día me dijo: yo profe, estoy mal, cuando tengo clases con usted a las 8 de la mañana, a las 9 y media me tengo que tomar un toque de vino. ¡Nueve años!

¿Cuánto tiempo aguantaste?

– 7 años. Aparte trabajaba en un preuniversitario. En Valdivia ganaba un millón de pesos, que para Valdivia un millón de pesos -no sé para acá- pero un millón en Valdivia es un sueldazo. Tenía casa, tenía isapre, tenía afp, tenía auto.

Un día le dije a mi mujer: cortemos el hueveo, si no hago esto ahora, no lo voy a hacer nunca. Y si no lo hago nunca, voy a tener 60 años y voy a decir “qué pasaría si lo hubiese intentado”. Y mi mujer me dijo «hagámoslo». Vendimos todo.

Hasta la ropa.

– Claro, y muy barato. Porque queríamos venderlo todo. El auto, la casa, la ropa, todo. Todo todo. Y nos fuimos a Niebla el 2002. Me compré la pistola cargada, y calculamos cuánto nos iba a durar la plata. Y nos alcanzaba para más o menos 4 años.

Y ahí tomaste la determinación: si en 4 años no me va bien, chao.

– Y estuvimos a 4 meses de pegarnos el balazo.

¿Ahí te pidieron los cuentos desde España?

– Siempre cuento esto. Un día llovía como llueve en Niebla. Con vientos de 120 km por hora. Se me había acabado la leña y yo iba a comprarla a tres kilómetros de distancia con una capa para el agua hasta por acá abajo y justo me llaman por teléfono. Yo dije «chucha», y era Ignacio Echeverría. Me dijo «¿te acuerdas de mí?». «Sí» le dije. «Sé todo lo tuyo» me dijo, «te llamo por una sola cosa, para darte ánimo. ¿Tienes un volumen de cuentos?», «Sí» le dije yo. «Si son tan buenos como Hielo o La Felicidad, dalo por hecho».

Y se los mandé, pero no había plata. Entonces seguíamos con el plazo.

¿Y en qué momento se detuvo el cronómetro?

– El 2006 gané un concurso en Valdivia, de ese concurso son 800 mil pesos. De ahí los 4 meses pasaron a ser 10. A todo esto, los cuentos seguían en España. Y yo decía «¿Qué habrá pasado con esos cuentos?».

Un día me escribe el editor de Caballo de Troya. Y me dice: «Ignacio me pasó tus cuentos, unos cuentos maravillosos, y te propongo que los publiquemos». Quedé paralizado. «Te ofrecemos tanto».

Yo no le contesté ese día. Porque yo voy a Valdivia a Internet. En Niebla no hay cibercafés, no hay nada de eso. Le dije a mi mujer: «Pasa esto». Y ella me respondió «Chuta, qué le vas a responder». «Bueno, que sí» le dije yo. Pasaron como tres días, cuando vuelvo a ir a Valdivia, me habían mandado otro correo. Y pensaron que yo estaba jugando como en el póquer, que no le contesté porque quería más plata. Y me ofrecieron más plata, y ahí le acepté.

Me dijo «Ya, te vamos a mandar el contrato en mayo del 2007. Porque tu libro va a salir a fines del 2007 o a principios del 2008». Yo pensé «Tenemos plata para 10 meses más. No vamos a alcanzar a ver el libro publicado».

Y un día voy a ver por Internet, como el 22 de diciembre del 2007, y me meto a la página del Consejo Nacional de la Cultura, y dice “entregados los resultados de el concurso Marta Brunet del libro juvenil e infantil”. Yo fui a ver quién ganó y me voy viendo ahí, y había ganado en novela juvenil 2 millones y medio de pesos. «¡Ahhh!» dije yo, «voy a ver mi libro publicado».

O sea, tenemos Marcelo Lillo para rato.

– Hasta el momento. Pero yo voy a usar la pistola. Esto puede durar 5, puede durar un año. Hay que saber retirarse a tiempo.

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De literatos y literatura

¿Qué pensái de la literatura chilena actual?

– No me gusta, me aburre.

¿Leíste lo último de Edwards, La Casa de Dostoiewsky?

– Mira, cuando yo veo a Edwards en el diario me da urticaria.

¿Y en la literatura, en las letras, también?

– Me gustó Persona Non Grata, pero eso es otra cosa. A mí me gustan los norteamericanos, los ingleses. Me gusta Murakami.

Tokyo Blues, por ejemplo.

– Son cosas tan distintas a las nuestras. La comida, las costumbres. Es una cosa que me atrae de sobremanera.

¿Y por qué tanto para afuera?

– Yo creo que este país se ha prostituido en un montón de cosas. ¿Por qué? A mí me gusta mucho la palabra artista, pero tú sabes que ahora cualquier persona es artista. Estos tipos que están hablando leseras ahora son artistas, por ejemplo. Bolaño era artista, por su forma de ser, por su vida. Me gusta ese concepto de artista, un creador. De vivir al límite, de arriesgarse. Y sobre todo una sola cosa más que arriesgarse: ser una persona ambiciosa. Eso es lo que echo de menos en los libros chilenos, esa ambición. Tú lees un libro como «Tu Mañana» de Javier Marías, son tres volúmenes, más de 2.000 páginas, un libro ambicioso. Aunque tú digas «aquí este tipo la cagó, aquí se fue al chancho», pero está la ambición, tú la estás viendo ahí. Me gustaría ver un libro ambicioso hecho acá, aunque no sea bien logrado.

¿Cuán ambicioso eres artísticamente?

– Harto, harto. Carver decía una cosa muy cierta cuando una vez que le preguntaron ¿cuáles son las condiciones para ser un escritor de éxito? Carver dijo tres cosas: talento, ambición y suerte.

¿Cómo podrías calificar tus relatos?

– Eso no te lo podría responder.

¿Te sientas frente a una hoja y tu escritor interno hace el resto?

– Más o menos. Es así. Yo escribo muy poco, y a la vez mucho. Porque escribo todos los días. De 6 a 8 de la noche, nada más que dos horas. Mínimo dos carillas. Me cuesten las dos horas o me cuesten quince minutos. Y con las cosas claritas. Por qué, no sé. No me siento a pensar, yo me siento a escribir. Generalmente las cosas que se me ocurren parten por un título.

Eso te pasó con Hielo, el cuento con el que ganaste el Paula.

– Yo le dije a mi mujer: voy a escribir un cuento que se va a llamar Hielo. ¿Y de qué se va a tratar eso? No tengo idea, le dije yo.

¿Te ha pasado lo de tener el cuento completo en la cabeza y transcribirlo?

– Eso me pasó con un cuento que se llama Diente de León, que tú lo vas a leer pronto. Creo que es el penúltimo cuento. No, el antepenúltimo, está Diente de León, Pie de un Cachorro, y el último cuento que se llama Último Cuento. Con Diente de León me pasó que lo armé en una hora y sacó primer lugar en Rancagua. Es un cuento espantoso, es horrible, es terrible ese cuento. Me senté, no lo corregí. Nada. Esos momentos son impagables. Ahí tú te das cuenta que no hay nada más lindo que contar una historia. Esos momentos ocurren muy poco. Hay otro cuento, que se llama La Felicidad, que también ocurrió así.

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¿Qué piensas de los best sellers? Partamos por Isabel Allende.

– Yo creo que son un mal necesario. Si ellos venden mucho, eso permite que la editorial nos publique a nosotros, que vendemos menos. Yo no sé cómo le va a ir a mi libro. Además Isabel Allende es de Random House.

Y no puedes hablar mal de ella.

– Claro, y no puedo hablar mal de ella.

¿Y Stephen King?

– Me gusta Stephen King. Yo creo que la vida del tipo es mucho más interesante que su obra. Me gusta ese aire medio gótico, lunático. Me gusta. No sé si como escritor. Él mismo dice que es un escritor de segundo orden.
Hay una cosa que yo siempre le digo a la gente: sé feliz.

Yo tengo una sobrina, sobrina de mi mujer, hija de una hermana de ella. Gente arribista, la madre es una estúpida. Le empezó a meter en la cabeza que fuera médico. Y la cabra que no que no que no. Sacaba primeros lugares. Cuento corto, llegó la hora de postular a la universidad y postuló a periodismo. ¡Pero cómo!, le dijeron. Yo no le veo mucho futuro, pero fue feliz.
Yo estudié química, un año, y teatro, por ejemplo.

¿De dónde salió el teatro en tu vida?

– Me gusta el teatro. Lo que no me gusta es el trabajo grupal. No me gusta la gente que dice a las 3, pero le da lo mismo que sean las 3 y cuarto o un cuarto para las 3 o las 3 y media. Me gusta tomar mis decisiones, y eso se logra en la literatura. Me gusta depender de mí mismo. Eso es lo que se logra en la literatura. Hay mucha gente que dice que tienes el peor trabajo, porque te conviertes en un autista. Yo no tengo amigos.

Sólo tu mujer.

– Sólo mi mujer.

Dicen que la mejor forma de estar solo es leyendo un libro. Nadie te recrimina nada.

– Claro, o viendo una película. Maravilloso. Yo soy feliz. De eso hablaba ayer con Juan Díaz, el español de Random. El es el brazo fuerte de la editorial, el segundo al mando de todo esto. Y yo le decía que no puedo quejarme. ¿Por qué?, me decía él. He comido de las mejores comidas, he estado con mujeres hermosas, tuve una madre maravillosa -una madre adoptiva-, he usado los mejores perfumes, he visto las mejores películas, he leído los mejores libros, he trabajado relativamente poco en mi vida, no he cumplido horarios. No conozco el mundo, pero tampoco me interesa conocerlo, publiqué un libro. O sea, qué más puedo pedir.

¿Cuáles son las influencias de tus escritos?

– De Carver. Carver es mi profesor, sin que lo haya sido nunca. El año pasado me llamaron unos antiguos colegas para preguntarme si me interesaba hacer un taller literario. Yo les dije que no sabría qué hacer. Yo les dije «Si los chicos quieren ser escritores, que vayan a la biblioteca pública, vayan a la biblioteca municipal, vayan a la biblioteca universitaria. Ahí está el taller literario». Yo no puedo enseñarles a corregir. Eso tú lo intuyes, digamos. Mi mujer me dice, por ejemplo, «¿por qué le sacaste este qué?». «No sé, se me ocurrió así nomás» le digo. Es una cosa que te da el oficio.

En alguna parte dijiste que querías escribir sólo 4 novelas y 100 cuentos. ¿Por qué?

– Porque a mí me tiene aburrido Jorge Edwards.

¿La cosa es con él?

– Con él y con otros más. O sea, es patética esa gente. Una vez vi una foto de Norman Mailer: ¡Era un cadáver! ¿El tipo no tiene dignidad para no exhibirse? Para mí la vejez es el peor castigo. A mí Jorge Edwards me cae bien. Profesionalmente, tú tienes que saber vivir y saber morir. 100 cuentos, 4 novelas, mi autobiografía y chao. En ese sentido yo respeto mucho a Salinger, lleva años encerrado, ahí no hay ego, eso es maravilloso.

En el fondo los autores, o los artistas en general están demasiado preocupados de su producto, porque en eso se convierte, en un producto.

– Mira, yo te voy a contar una cosa. Cuando salió la columna de Echeverría de Marcelo Lillo y el Hielo en El Mercurio, después, el día 12 salió una entrevista también en El Mercurio. Y ese Jueves, o el Viernes, en Valdivia me dicen en la calle «¡Alto! ¡alto, alto!». Era un ex compañero de curso, del liceo. «Oye» me dice, «eres famoso, te vi en El Mercurio, eres famoso, ¿cuándo te vai a Santiago?», «¿Por qué me voy a ir a Santiago?» Le dije. «Tienes que estar allá, huevón». «Pero si a mí no me interesa estar allá, yo estoy bien en mi isla». Después, la semana pasada, entré a una librería en Valdivia, y el dueño me dijo «Oye, ¿cuándo te vas a España? Todos dicen que te vas a España». La gente piensa que uno está buscando el ego, la fama. Yo estoy bien allá, por el momento.

Es porque aún no eres un rostro conocido. Allá no te conoce nadie.

– Allá no me conoce nadie, nadie sabe lo que hago. Piensan que soy un investigador de extraterrestres.

¿Y no es cierto?

– No. Pero yo digo cuando la gente me pregunta: «oiga vecino, ¿Usted a qué se dedica’?». Yo le digo: «Usted se va a reír de mí». Me dicen: «No, no, no». Yo les digo: «analizo fenómenos paranormales». Me dicen: «¿y de eso vive?», Y yo: «sí, me financia la National Geographic».

Aunque de cierta forma también eres un marciano, es una especie de analogía. Otra cosa: qué pensai de la nueva –vieja- narrativa chilena. Del taller de Donoso, de Fuguet, de Marcela Serrano, Sergio Gómez, Rafa Gumucio, Rivera Letelier.

– Todos esos fueron publicados por Planeta. Me compre la novela de Gonzalo Contreras, La Ciudad Anterior. Leería 30 páginas, no me sedujo, no me pasó nada, encontré que el tema que no correspondía a nuestra realidad. Y Rivera Letelier…

Dicen que se le acabó la pluma.

– Claro. Si tú vas a estar obsesionado con las putas ahí vas a estar en tu salsa. Pero yo no estoy obsesionado con las putas, así que no. Todo ese realismo máaaaagico. No. García Márquez tampoco me gusta.

¿Lemebel?

– De sólo verlo me da rechazo.

¿Y Fuguet?

– Fuguet me cae bien, fíjate. Pero no como escritor. Cuando escribe sus artículos, me cae bien. No es un mal gallo. Aquí está muy mal mirado Fuguet, en este país, por lo que escribe. A mí nunca me ha gustado lo que escribe, pero no es culpa de Fuguet, es culpa mía.

¿Bolaño?

– Bolaño es un artista. A mí me gustó mucho «Literatura Nazi en América» y «Los Detectives Salvajes», novela grande, ambiciosa. Bolaño disparaba nomás. Era el juez moral de la literatura chilena, decía esto es bueno y esto es malo.

¿Simmoneti?

– Simmoneti es una buena persona. Simmoneti es nuestro George Clooney. Es un tipo decente, súper decente. Pero para ser escritor se necesitan otras cosas.

¿Zambra?

– A Zambra lo leí. No me entusiasmó. Zambra es una buena persona.

¿Andrea Maturana?

– No he leído nada. Esto no se lo he contado a nadie. Una vez, en el colegio en que trabajaba, (los profesores decían que el colegio era el basurero de la NASA) la psicóloga me dice un buen día: «oye, dentro de media hora va a venir Andrea Maturana, y me gustaría que la conocieras, ya que tú recién te ganaste el Paula». Yo recién me había ganado el Paula. Era noviembre del 99. «¿Te interesa conocerla?», «Claro» le dije. «En un rato tengo una hora libre». De repente llega ella con la Andrea Maturana, que había publicado esa cuestión «Encuentros y Desencuentros». «Hola qué tal». Una chica tímida. Y la psicóloga le cuenta: «Mire, Marcelo acaba de ganar el premio Paula, fue el primer escritor de provincia que lo ganó», etc. Y la Andrea Maturana me suelta la siguiente frase: «¿Y ganaste sin pituto?». «Perdóname» le dije, «si tú utilizas esas prácticas para ganar, no creas que todos las utilizamos». Me paré y me fui.

En el fondo te abrió los ojos.

– Claro. Yo siempre he creído en la honestidad de las personas. Lo que me decía Juan anoche, o ante noche: «aquí nadie puede decir que publicaste porque eres hijo de éste o ahijado de este otro, o amigo de éste.

O por tener apellido Edwards, por ejemplo.

– Nooooo… cuando apareció la entrevista en El Mercurio me llené de mails, no sé cómo se lo consiguieron. Me llegaron mails de Antofagasta, por ejemplo, en donde me decían «eres un héroe, nadie hace lo que tú hiciste, somos tus admiradores». Gente joven, con sueños. Saltar de Valdivia a España, sin pasar por Santiago.

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En algunos blogs criticaron que hayas dicho que Hernán Rivera Letelier era un pedante.

– ¿Te gusta el básquetbol?

No mucho.

– ¿Sabes algo de la NBA?

No mucho.

– Bueno, te voy a contar algo. Una vez estaba entrenando Robinson, el pívot de los San Antonio. 20 años atrás digamos. Un día se sienta un cabro a verlo entrenar. Termina el entrenamiento y el cabro se para, medía 2 metros 20, y le dice a Robinson: «¿Me puedes firmar este papel? tú eres mi ídolo, yo soy Shaquille O´neal». Y Robinson le dijo: «ándate a la mierda».

El año 98, un ex amigo me dice si puedo ir a presentar a los escritores de la Feria del Libro de Valdivia. Yo le dije ya. El penúltimo día me tocó presentar a Hernán Rivera Letelier. Llegó en avión. Yo le dije: «hola, me llamo Marcelo Lillo, yo te voy a presentar. Es fantástico conocerte, porque eres de provincia y has logrado todo esto». «Vos te podís quedar callado» me dijo, «esa huevá no me interesa». Por eso digo que es un pedante, esas huevás no se hacen. Y si lo veo se lo voy a decir en su cara, aunque nos vayamos a puñetes, yo estudié boxeo 15 años, así que estoy listo. A lo Hemmingay.

Si la colt 45 no dice lo contrario

Marcelo, ¿Y ahora qué estái escribiendo de 6 a 8?

– Se supone que a fines de junio echo a dormir un libro de cuentos para despertarlo por ahí por Septiembre. Por acuerdo con Random el libro de El Fumador y otros relatos sale la primera semana de julio. Por septiembre de del 2009 saldría un nuevo libro de cuentos en España y en Chile y el 2010 se debería publicar mi primera novela.

¿Todo por Random?

– Sí, por Random. Entonces yo el 24 de diciembre debo tener el borrador de mi primera novela, hablemos de 600 páginas. Para trabajarla el 2009 y para que se publique el 2010, para el bicentenario. Es una novela que va a ser muy bien llegada para el bicentenario.

¿Algún adelanto?

– Nooo. No se lo dije ni a los de Random.

El contrato parece que no era malo.

– Sí, sí. No era malo.

Para cerrar: ¿Cuál es tu destino como escritor? ¿Hacia dónde va el camino?

– No sé. No sé. ¿En qué año estamos?

2008

– Pregúntame el 2018, ahí te voy a responder.

10 relatos posee «Gente que baila sola» de Marcelo Lillo. Publicado por Random house Mondadori, cuesta $10.000.
Lee «La felicidad» en PDF acá, cuento que aparece en su primer libro «El fumador y otros relatos». Cortesía de la Zona de Contacto.

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