Columna: ¿Cuándo llegará el Socialismo?

Publicado por Francisco Campos

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El mensaje de este 21 de mayo»

Hacer una análisis sobre la actualidad política chilena, o una revisión del “estado del arte” de la ciencia política, es una tarea para los huevas a quienes les encanta hacerse los inteligentes hablando de lo obvio, de cómo las cosas habrían de funcionar  en “teoría”  y de cómo sería de linda la política si les hicieran caso.  Pero claro, el papel y la teoría aguantan todo. La política no tiene culpa alguna de que quienes la ejerzan sean unos chantas de mierda y que tenga menos brillo que un tronco quemado, porque todos sabemos que es una cuestión útil y sumamente necesaria, les guste o no.

Obviando el hecho que en Chile la participación ciudadana se limita a votar dos veces, la política chilena es como el pico y de eso no queda duda alguna. Unos podrán decir que tal o cual cristiano se salva o que fulano es un tipo consecuente y engrandece el oficio de político, y de eso tampoco puede quedar duda alguna. El problema es que debe ser un 0.01% de todos quienes están metidos en política y eso es grave, de hecho es una cuestión gravísima porque ¿Cómo  chuchas va a ser posible que un país que se ufana de sus altos niveles de gobernabilidad  y estabilidad política tenga una clase política tan mal evaluada por la mayoría de la ciudadanía? O sea, no hay que ser alguien como Curvas Políticas para darse cuenta de que algo anda mal.

El cacho es que la ciudadanía se termina decepcionando de la política en sí y no de quienes la ejercen, cuando la cuestión debería ser al revés, lo que luego produce un desencanto generalizado sobre todo lo que tenga que ver con ella y generando un clima de apatía  y desinterés a cualquier cosa que involucre política. Por eso el presidente en Chile es electo con apenas tres millones de votos y se puede ser concejal de una comuna importante, como Concepción, con quinientos sufragios.

Patricio Khun Artigas, alcalde de la tercera ciudad más importante de Chile con tan sólo 600 votos. Un Ejemplo de legitimidad»

La gente que ejerce la política le da mala fama a la misma y luego se lava las manos, por eso tenemos a los mismos giles dando vuelta desde hace cuarenta años, los que se han mandado cagada tras cagada y se han paseado por todos los ministerios y por todas las regiones de Chile, pero que -inexplicablemente- siguen siendo electos, puesto que en nuestro país tenemos una memoria tan mala como la cazuela de caballo y estamos tan acostumbrados a asumir el mal menor que al final la cosa nos termina dando lo mismo, aun cuando sepamos que la persona que nos representa  – al menos nominalmente – en el Congreso sea un sinvergüenza de mierda (y se haya llevado una empresa estatal o un municipio entero para la casa). Son tipos que creen que «cola» es un insulto, avalan el hecho de que a muchos compatriotas le hayan puesto corriente en el pico, o los hayan suicidado de seis balazos en la nuca.

Quienes están metidos en esta cosa llamada política hacen lo imposible para cerrarle el tiraje a la chimenea e impedir que gente joven y con ideas nuevas alcancen algún puesto importante. Si por algún milagro esto llegase a ocurrir, es porque el cabro joven se lo tuvo que chupar hasta el cansancio a algún miembro de la directiva del partido, o porque algún viejujo, con cero conocimiento de lo que piensa y espera la juventud de su clase política, pensó que podría ser un buen aporte y captar el voto joven. Léase Sebastián Bowen.

A la larga, esa es la hueá que da rabia. Que los hueones que llevan años y años se sigan asegurando a costa de nuestro voto, porque eso es lo que quieren, asegurarse. Tener un sueldo fijo – que no es menor – sin trabajar como la gente decente, y vivir a costa del partido hasta el fin de sus días, siendo esta una cuestión transversal a todo el espectro político nacional. No digo que todos los políticos en Chile sean unos flojos de mierda (porque hay muchos que trabajan y sacan la cara), pero la mayoría no tiene mayor interés que hacer crecer su saldo en la cuenta corriente. Y lo peor es que los políticos chilenos se dan cuenta que nosotros ya sabemos que son unos sátrapas, pero lo que más me calienta es que ¡No hacen nada para cambiarlo!, Es como si existiera un acuerdo tácito entre ellos y nosotros en el que dejamos que nos metan el pico en el ojo año tras año, llevando a cabo una labor legisladora gato pardística.

Ezte cabro tiene un zuper buen futuro porque zabe usar el mezenller»

Hay otros que se dan cuenta de la situación y tratan de mostrarse diferentes, como que “hacen cosas” y no pierden oportunidad alguna para abrir la boca o para acaparar cámaras y hacernos creer que de verdad se ganan el sueldo con su esfuerzo. Esos son los peores, porque además de no hacer nada útil, juran de guata que nos creemos su parada de paladín de los desposeídos porque patrocinan querellas o porque fueron a tal o cual sesión en el Congreso. Ejemplos de figurines hay muchos, pero yo siento particular encono con Girardi, que se siente la zorra cada vez que publica un artículo en su web, y con Nelson Ávila, quien como parlamentario es una excelente persona.

Por supuesto que mis palabras provienen de la decepción, pero no estoy decepcionado de la política, estoy decepcionado de la gente, de su avaricia y de su egoísmo, hasta el punto de dejar de creer en quienes dicen ser nuestra voz y los representantes de nuestros ideales.  Y esa hueá puta que da rabia y da más rabia cuando militaste y te creíste el cuento , porque después te das cuenta que si no te dedicaste a chuparle el pico a un huevón o a llevarle las de abajo a otro, todo tu esfuerzo no sirvió para generar el cambio que buscaste militando en un partido, sirvió exclusivamente para que otro par de huevones cobren su cheque a fin de mes.

Sin la venda ideológica sobre mis ojos, me di cuenta que daba lo mismo el partido en el que se milite porque todos funcionan igual. Ahí te das cuenta que la UDI y el Partido Comunista son la misma mierda con distinto olor.

Yo milité en un partido que se decía socialista por casi seis años, en un partido que se decía consecuente y respetuoso de los derechos humanos, en un partido que se decía cercano a la gente, en un partido que buscaba la construcción de un Chile más justo. Cuestiones que suenan más que bonitas para un joven, por lo que me creí el cuento a ojos cerrados. Puede que haya sido por cabro chico, por gil o por esa necesidad que tenemos en una etapa de nuestra vida de ponernos una camiseta y pertenecer a algo, que se yo. El punto es que al final me inscribí feliz creyendo que de verdad estaba haciendo algo importante. Las buenas hueas x 2.

Durante esos cinco años me mamé talleres, reuniones, charlas, capacitaciones, puerta a puerta y cuanta huevá había para “hacerme más socialista”, ¿Y qué obtuve? Nada pos hueón, nada. Estuve cinco años metido ahí para darme cuenta que todo ese «mundo mejor»  que me prometieron no era más que una fantasía y que se asemejaba más al cuento del tío que a otra cosa, porque lo que todos buscaban ahí era un puestito, un carguito, una pequeña asesoría, un sueldito, un espacio para iniciar su propia carrera. Y chucha ¿Qué hacemos con la gente que creyó en nosotros? A la gente nos la pasamos por la raja porque la gente es media huevoncita y ya no sabe lo que quiere. “Los tiempos ya no son como en los míos,  los tiempos de la UP en donde el pueblo estaba organizado, ahora las cosas son distintas y hay que guiar a la gente porque ya no tiene tanta conciencia de las cosas como antes”.

Aunque sea imposible, la cosa se puso peor cuando había que buscar un candidato a la presidencia que fuese capaz de hacerle la collera a Piñera. Ahí todos sacaron sus garras y el socialismo se fue bien a la chucha. Primero porque el partido demostró estar más dividido que la cresta, lleno de facciones y proyectos personalistas, y segundo, porque  aparecieron los operadores políticos intrigantes que hacían arreglines por aquí y por allá, pegando cuchillazos por la espalda sin empacho alguno. Eso sin mencionar que llegó un punto en el que todos se preocuparon de cuidar su propia espalda, dándole su apoyo a quienes pudiesen asegurarle un puesto en un eventual nuevo gobierno de la Concertación o por último, a quienes asegurasen la manteción de las cosas tal como estaban, y quien pudo hacer eso mejor que nadie, fue Camilo Escalona, el que salió incólumne pese a la derrota gracias a la enorme cantidad de favores que le debían adentro y fuera de su partido.

No se preocupe compañero, pronto terminarán todos sus sufrimientos que son consecuencia de la plusvalía que produce la fuerza de trabajo y que no te paga el burgués aliado a la cacha de la espada. Mientras tanto, nosotros nos forramos en plata»

No es que no me hubiese gustado un puesto en el Ministerio de la Cultura, o ser asesor del algún parlamentario, o lisa y llanamente vivir a costa del partido como mi ex compañero Barros, para que vamos a andar con cosas. Pero puta, me daba vergüenza ser tan cara de raja, así que me fui de ahí sintiéndome sumamente decepcionado, tal como la viejita de  «Los Tangolpiando» de Mauricio Redolés.  En todo caso, no estoy diciendo que para darse cuenta que la política chilena es un mal chiste haya que militar, sólo que al menos lo puedo decir con conocimiento de causa.

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Luego, sin la venda ideológica sobre mis ojos, me di cuenta que daba lo mismo el partido en el que se milite, porque todos funcionan igual, independiente del sector al que pertenezcan. Ahí te das cuenta que la UDI y el Partido Comunista son la misma mierda con distinto olor, porque la última hueá que buscan es la democracia. La DC, por su actuar desleal y traicionera está muy lejos de ser cristiana, y que el Partido Socialista es de TODO menos socialista. Ahí también te das cuenta que la consecuencia es una mentira y que, aunque dos honorables se saquen los ojos en el hemiciclo, después no tienen ningún problema en hacer negocios juntos o en compartir puestos en el directorio de alguna corporación educacional “sin fines de lucro”.

El problema es que la raza es la mala. No me refiero específicamente  a la “raza chilena” – Palacios dixit – si no que a la especie humana en general, porque no se le puede pedir a los hombres que  hagan caso omiso de su naturaleza y renuncien a la necesidad imperiosa que tenemos de querer siempre más, ya sea poder, plata o reconocimiento. Quizás por ahí en los países nórdicos, en donde la gran mayoría de la gente tiene la vida asegurada, uno se pueda encontrar con políticos honestos y preocupados y con un sistema político integrador que fomente la participación y no la exclusión. Eso sin mencionar que el 99% de las veces proponen un debate con altura de miras y no andan preocupados de pura basura.

Aparte de flojos y sinvergüenzas, nuestra clase política anda preocupada de cualquier cosa menos de aquello que debería. Para ellos todavía es tema si uno culea o no antes del matrimonio, o si es que quieres tener un hijo o no después de un polvo, es tema darle la nacionalidad por gracia a tal o cual fulano o ponerle nombres de algún prócer a las calles. Cuando tienen que discutir alguna cuestión importante ni se aparecen, pero puta, cuando se fijan el sueldo aparecen todas las sanguijuelas.

Un político iluminado»

No quiero ser como esa gente que se cree la raja porque pone en subnick de Messenger “yo ya no pertenezco a ningún ismo” y se hacen los sui géneris contemplativos de la vida política. No, no me interesa. Yo creo que la cosa algún día tiene que cambiar, ¿Cuándo? No tengo idea. Lo que si sé, es que no será en un breve lapso de tiempo puesto que, quienes tienen el poder para generar un cambio, son los que menos quieren que este ocurra.

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