A partir del año 2004 más o menos – quizás un poquito antes -, Chile comenzó a en un destino recurrente para músicos extranjeros que hacían cosas diferentes a la que estábamos acostumbrados a ver habitualmente en Chile. Progresivamente, grupos como Chemical Brothers, Deftones, The Strokes y muchísimas bandas más comenzaron a ganar espacio en la cartelera local para deleite de miles de fans, que jamás habrían imaginado ver tal o cual concierto. Particularmente, jamás me habría imaginado que algún día podría ver a Mudhoney o a Prodigy, pero gracias al hecho que Chile ya es un destino cotizado para las bandas y solistas extranjeros; Estoy seguro que muchos pensaron lo mismo con las chorrocientas bandas que, a partir de la mitad de la década pasada, se dieron una vuelta por la fértil provincia señalada.
Además, hemos podido disfrutar de megaconciertos y megafestivales, algo inimaginable por estos lares. Hasta ahí todo bien, incluso agradezco a las productoras – hasta cierto punto – que se la jueguen por innovar y apuntar a un público que históricamente había sido dejado de lado, pues hasta hace un par de años todo era «latino» y «lo popular», por decirlo de alguna manera.
No obstante, no todo puede ser miel sobre hojuelas, pues, aunque organicen festivales que nos hagan creer que pertenecemos, o que al menos estamos cerquita del primer mundo, hay cosas que nos hacen aterrizar de golpe y recordarnos que estamos en Chile: la desorganización, la suciedad, la falta de espacios para la realización de eventos, los atados con los permisos – que me costaron un concierto de Anthrax – y un largo etcétera. Pero si hay algo por lo que se han caracterizado los conciertos de los últimos años en nuestro país, es por lo cara de rajas que se han vuelto las productoras, que de a poco se están acostumbrando a pasarse por el aro a quienes pagamos por las entradas, las que por lo demás cada vez están más caras, cuestión que da para un post entero.
Tengo la idea que una vez que empezaron a dividir las canchas, las plateas, las tribunas, los palcos, el techo, el piso, los baños, los ingresos, la gente, la dignidad, la decencia y cuanto espacio puede haber en un recinto apto para un concierto, empezaron los problemas. Antiguamente habían tres ubicaciones: tribuna, galería, cancha, y eso sería todo, pero ahora les dio por dividirlos en vip, gold, premium, extra, hiper, ultra, mega, uber, etc, aumentando el rango de precios. Está bien, las productoras están en su derecho de subdividir los recintos a su antojo y cobrar lo que ellos estimen conveniente, el problema es que tal como cobran, deberían tener la decencia de asegurar que lo que uno paga, se cumpla. Desde el 2007 a la fecha, año en el que se estrenó la dichosa cancha vip en el concierto de Bjork, que los reclamos de los asistentes se han vuelto recurrentes, pero todo el mundo se hace el cucho.
A partir de ese momento hemos presenciado bochornos de proporciones como el de Lollapalooza en el que «se cayó el sistema» y quienes habían comprado entradas anticipadas por internet tuvieron que esperar como cuatro horas para entrar, el de Pearl Jam en el que miembros del staff de «seguridad» estaban curados como huasca y volados como chancho molestando a mujeres del público, y el de Depeche Mode, en el que muchos asistentes que pagaron una entrada numerada carísima para poder ver mejor el concierto, quedaron a la chucha del mundo – casi a 150 metros del escenario – y casi en el mismo lugar de quienes habían pagado la entrada más barata. Y que decir del concierto de Marco Antonio Solís en donde muchas viejas casi mueren aplastadas por culpa de una avalancha provocada por otras viejas culiás que querían llegar hasta el escenario y quedar más cerca de Jesucristo. Ok, M.A.S. no es el artista más rockero, pero nadie dio la cara por la desorganización ni por la cagada que quedó.
Eso sin mencionar que muchas veces ha ocurrido que uno compra una entrada cara o de un precio superior al promedio y después te enteras que, por que la venta ha andado lenta o no han tenido la demanda esperada, la entrada que compraste bajó a mitad de precio o que ahora está 2×1 sin previo aviso.
¿Respuestas? ¿Soluciones? Meterse el dedo en el hoyo y chupárselo, porque muchas productoras aun tienen la idea de que uno se tiene que poco menos que deber la vida por asistir a tal o cual concierto y que va a pasar por alto cualquier cosa con tal de estar ahí, incluso tolerar el hecho de que no se cumpla el servicio por el cual uno ha pagado. Esto ha motivado a muchos usuarios a iniciar acciones legales encontra de las productoras y ha provocado que incluso el SERNAC tome cartas en el asunto.
¿Es tan terrible pedirle a las productoras que se hagan responsables y que cumplan con las condiciones mínimas de seguridad y organización dentro de un concierto? Particularmente creo que no, aunque sea lo mínimo que uno podría esperar. Incluso, creo que no les importa mucho, pues tengo la idea de que aprovechan el hecho que el mercado de conciertos es limitado y las opciones son ir y te das con la piedra en el pecho por que «es lo que hay» o no ir y te jodes porque, por mucho que la cantidad de conciertos haya aumentado, tampoco es que uno pueda decir «oye, que bruto que hay recitales».
Desgraciadamente, las entradas se van a seguir vendiendo igual porque nadie está dispuesto a dejar pasar la oportunidad de ver a su banda favorita, mal que mal, estamos en Chile y la memoria es frágil.
Publicado por Francisco Campos
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