Por Catalina Aguayo

Si un día alguien te dijera “Lo bueno de ti es que no eres un asesino en serie”, ¿Lo tomarías como un piropo?. Es lo que pienso al momento de ver en el supermercado una bolsa de camote disecado que en su etiqueta informaba, orgullosamente y con tonos verdes en forma de hojas de árbol, que “no contiene grasas trans”, elemento que varios envases de comestibles se jactan de no contener.

Ok, sabemos que muchos alimentos contienen químicos que permiten su conservación y realzan su sabor y para ellos es bueno destacar la ausencia de estos, pero ¿Por qué hacer de esto una característica positiva?. Al negar que el producto contiene ingredientes perjudiciales para la salud damos por sentado que muchos alimentos si lo tienen. Entonces debemos acostumbrarnos a la idea que la mayoría de lo que nos venden son productos dañinos que están en esos estantes listos para su consumo. Agradecería en ese caso algo como: “Esto no te dará cáncer”, o menos hipócrita aún: “Este alimento comestible que te estamos vendiendo no contiene veneno, ¡Es muy, muy bueno!”. Y es que cuando negamos algo y damos cuenta de su existencia, abre la posibilidad de que este “algo” exista en todo lo demás.

¿Por qué darle un carácter positivo al hecho de negar un atributo, en estos casos, aborrecedor? ¿Por qué aceptar la idea que cosas que no debieran ocurrir, ocurran?

Ampliando el concepto, pienso en la campaña para la opción «No» en el plebiscito de 1988, aprovechando que esta en cartelera la película que habla de lo sucedido. En la campaña, entre varias canciones y clips esperanzadores, un tipo instalado en un escritorio hablaba a cámara con una voz solemne, en medio de un silencio un tanto tenebroso decía: “Vote ‘No’, sin miedo, el voto es completamente secreto, no le pasará nada”.

Así estaba la cosa,  nos aseguraban que podíamos tener libertad para elegir a nuestro gobernante y no nos pasaría nada por ello. Se comprende el contexto, pero no por eso suena como algo aceptable.

Hay ciertos cimientos y bases de cualquier sociedad que la hacen digna, que permiten obviar la negación de cosas que no tienen por qué suceder, pero suceden, y hacen que el reclamo suene ridículo, demasiado básico, demasiado obvio, como esa famosa frase del comercial de una empresa de telefonía que apela a derechos básicos de cualquier consumidor: “¿O es muy tonto lo que estoy diciendo?” dicho por una ingenua y mononeuronal modelo.

Tal vez deberíamos ser más enfáticos como ciudadanos en el momento de reclamar lo que nos parece justo, ciertos preceptos que no debiesen ser transgredidos. ¿O es muy tonto lo que estoy negando?.