Coal Chamber: Un botellazo en el hocico

Publicado por Luc Gajardo

Archivo: 79 artículos

Por Luc Gajardo / Fotos por Oscar Soto B.

*Esta columna está dedicada a la memoria de Raquel Correa y Sergio Livingstone.

Son poco pasado las 10 de la noche el domingo en la Blondie. Coal Chamber se sube al escenario al ritmo de una música de terror perteneciente a El Exorcista. Quedo en blanco. Mike, el baterista, se encarama arácnidamente a la batería y se pega unas cachetadas. Toma una botella de agua y se la echa encima de su mohicano rojo rosado.

Tira la botella. La botella vuela por el aire y antes de aterrizar en el suelo hace una pesada escala en toda mi cara. Sector nariz y hocico, más específicamente.

Empezó Coal Chamber concha de tu madre.

Un par de horas antes, afuera, el ambiente era la clásica previa de una tocata aggro: paragua y chelas, y una sensación de tensión y nerviosismo. La calma antes de la tormenta. Nunca en mi vida he estado tan nervioso antes de un concierto. Se prevee violencia, se respira un aroma endemoniado. Es una olla a presión que ha estado al fuego demasiado tiempo. Desde el 97, más o menos. De las bandas oscuras del aggro, Coal Chamber es probablemente la más darketona. Una que representaba hasta el extremo ridículo los miedos, las rabias, las trancas y el dolor totalizador adolescente. Un grupo que visualmente reflejaba como se veía uno en su imagen más negra y horrible. Casi una caricatura gore, unos superhéores drogados y asustados y deprimidos y emputecidos.

Pero han pasado casi 15 años de eso. Y hoy, Coal Chamber luego de haberse separado hace casi diez años después que el enfermo romance con el trago y las metanfetaminas los hiciera terminar a combos arriba del escenario, son otras personas. Son adultos. Semi. Dentro de lo posible. Como todos nosotros. En una década pasa muchísima agua bajo el puente y las heridas han cicatrizado. Siguen ahí, pero como duras costras. Como una gruesa segunda piel. En esta gira de regreso, se les ve felices tocando, y sonando bien. Y no se les ve con ese peso de tener que cargar con la comparación contra los Coal Chamber de finales de los noventa. Ya no hay tanta rabia, y si antes, sus conciertos eran caóticos y violentos, hoy la sensación es más la de una reunión de ex compañeros, de siquiatrico, en el peor de los casos, pero de viejos amigos o conocidos finalmente. Y la invitación es a pasarlo bien. Que es justamente lo que dice Dez Fafara antes de dar inicio a Loco: ¡Let’s have a good time!

La onda entonces es una invitación a disfrutar de las canciones. No a sufrirlas. A verlas como parte de nuestra historia, a recuerdos de cuando lo pasábamos pésimo de puro pendejos que éramos. El llamado es a exorcizarse. A sacar toda la mierda afuera, justamente sacándose la mierda junto a puros co-generacionales miembros de la hermandad cósmica del aggro en una caliente transpirada y apretujada máquina del tiempo lobotomizadora.

Así transcurre el concierto. A los gritos desquiciados. Los saltos con patadas. Los alucinados que flotan pesadamente sobre la masa. Los cabeceos epilépticos. Al olor a transpiración de copete acumulado del fin de semana que sólo puede surgir en todo su envolvente esplendor un domingo. Una escena que para el común de los mortales parece un infierno, para nosotros es un spa. Una catarsis profunda y sudorosa. Y dolorosa, porque a la segunda canción los brazos y las piernas duelen como si hubiesen sido mórdidas por dobermans con rabia. Pero se siente bien.

Y Mike en un momento me mira, o creo que me mira, como pidiéndome disculpas por el botellazo mientras destroza a palos la batería. Yo lo miro con cara de que me daría lo mismo si me metiera la botella en la raja. Ese botellazo en el hocico más que doler, me despertó. Siento que la polera de Coal Chamber que me estoy despegando empapada de la guata y la espalda ha cobrado vida. Que la polera de un grupo adquiere valor y cumple su razón de ser, acá y ahora, en el concierto de la banda. Que pasa de ser una pesada y dolorosa cruz a ser una medalla de guerra de la que no salí sano ni salvo pero sí vivo al menos.

15 canciones después, un repaso democrático por sus 3 discos, que objetivamente hablando podrían ser perfectamente una sola, larga y pesada canción, el concierto llega a su fin con escándalo. Meegs, el guitarrista se tira sobre nosotros y de raja no es devorado. Luego Mike, que queda con la ropa destrozada. Chela, la exquisita bajista, se ríe tratando de decodificar los gritos de ´mijita rica’ y de ‘háceme un kiko’ que vuelan hacia ella. Dez, el vocalista, como que no se la cree, y se ve genuinamente emocionado. Como si hubiera liderado recién una satanista terapia de shock en la cual se trataron temas no resueltos con la familia, las relaciones, la desadaptación, la evasión, la ira, los terrores, y la puta vida en sí. Una terapia que llegó 10 años tarde pero llegó.

Los primeros 15 minutos del show. En HD. En el segundo 28 se ve clarito cuando Mike tira la botella : )

[youtube]http://www.youtube.com/watch?v=XYtSu0jBCq4[/youtube]

GALERÍA:

Comentarios publicados en "Coal Chamber: Un botellazo en el hocico"

¡Deja el tuyo!