El Castillo de Naipes

Publicado por Camilo Salas

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Lo siguiente es una versión libre de “House of Cards”, serie de TV cuya segunda temporada se estrenó hace pocas semanas en Netflix. Tiene formato de cuento o guión, pero es más bien un ejercicio literario basado en el show protagonizado por Kevin Spacey, imaginando que pasaría si ocurriera en Chile.

Cualquier coincidencia con la realidad es intencional.

Por Camilo Salas K.

Francisco Escribano golpea con los nudillos la mesa de su escritorio y da por terminada la conversación. Son dos golpes secos que Joaquin Navas, vicepresidente del partido Alianza Demócrata Unida, conoce luego de 30 años trabajando juntos, primero bajo el alero del General Romero, luego ensuciando sus manos en poblaciones, llegando a casa todas las noches con el olor de las poblaciones pegado a la piel.

En la reunión con Navas sucedió lo que Escribano esperaba: Pedro Rivadeneria será el candidato presidencial del partido y todos saben que no tiene posibilidad frente a Juliette Duchamp, la candidata del otro conglomerado político que retornó de Nueva York convertida en un fenómeno.

– “Con esta nominación estamos pensando en el 2018” dice Navas, “Queremos que Rivadeneira sea el líder de nuestro partido, después de todo nos toca a nosotros. Nuestros colegas del partido Cambio Nacional se farrearon la oportunidad y el ex Presidente Echeñique quedó en la historia de Chile como un payaso. Es el turno de nosotros, de la ADU” y cuando dice ADU, grita, infla su pecho lleno de pecas.
– “El partido bajo tu administración no tiene ninguna posibilidad” responde Escribano, “Haré todo lo posible por boicotear esta campaña. No es nada personal con Rivadeneria, el problema es contigo, Joaquin. Yo te salvé del escándalo con la chiquilla y el Cura. Tu capital político estaba muerto. Conversamos esa vez que era mi turno. No voy a esperar más” dice desafiante.

La cara de Navas se pone roja, y cuando esta a punto de responder la amenaza Escribano golpea la mesa. Son dos golpes secos que Joaquin Navas conoce luego de 30 años trabajando juntos. Se acabó la reunión. La guerra esta desatada.

Escribano sabe que su capital politico es poco. No va más allá de ser uno de los alcaldes reconocidos del partido y mantener una fuerte posición opositora dentro del partido, jugada que le ha hecho de amigos en el otro lado, pero eso no es suficiente para su campaña presidencial y lo sabe. Navas es un férreo opositor, y Escribano sabe que él debe mover la primera pieza en el tablero, dar un salto mortal, forzarlo a cometer un error y después influir indirectamente en la solución. Ser parte del problema y mover los hilos para que Navas crea que la solución fue su idea.

Los jugadores ya están sobre la mesa, el que esté dispuesto a clavar el puñal y beber sangre ganará.

El periodista Luis Guerra está terminando de escribir una noticia sobre la visita de Pedro Rivadeneira a Coyhaique, ocurrida esa misma mañana. Guerra se bajó del avión hace 40 minutos y ya esta en El Monetario, sentado frente a su escritorio. Rivadeneira estuvo una semana en gira por el sur de Chile, pero el último día fue diferente, algo cambió. EL discurso que Rivadeneira ha repetido los últimos siete días -y que todos los periodistas saben de memoria- terminó con un gesto distinto, un acto involuntario, un traspié verbal que no se pudo escuchar por los micrófonos, seguido de un vaso de agua que Rivadeneira tomó de un sorbo después de echarse algo a la boca. Nadie lo notó, solo Luis Guerra. Casi todos sus colegas estaban despachando la noticia, no habían cámaras prendidas a esa hora y los asistentes ya estaban cansados de grabar con sus teléfonos celulares.

Guerra esta por terminar la noticia y se detiene. Golpea su teclado y continúa: “Esta es la última escala de Pedro Rivadeneria por el sur de Chile, una gira que dejó exhausto al candidato del conglomerado Alianza Nacional. En la capital de la región de Aysén se le vio más cansado que de costumbre y su discurso terminó con dificultad. Uno de sus colaboradores tuvo que acercarle un vaso de agua para que tomara un misterioso remedio antes de bajar del podio”. Envía la noticia atachada en un correo a su editor, baja las escaleras del edificio, entra a su auto y maneja por la moderna carretera urbana hacia su casa en Providencia.

Son las 6 de la mañana y a Luis Guerra lo despierta el ringtone de teléfono antiguo de su iPhone. Es el coordinador de la gira de Pedro Rivadeneira y ha llamado 4 veces. Guerra decide no contestar. Vio durante una semana su cara, es suficiente como para querer hablar también por teléfono. “Nunca una llamada a esta hora trae buenas noticias” piensa, antes de levantarse definitivamente de la cama. En 3 horas tiene que estar nuevamente en el diario y Guerra decide salir a correr como siempre: sin celular, sin ver portadas de diario, escapando de las calles con autos. Guerra quiere perderse en el cerro y tener un accidente, estar horas ahí hasta que alguien lo encuentre, faltar un día a su trabajo y que después le den dos semanas de licencia. Fantasea todo lo anterior mientras baja caminando por senderos donde por la noche asaltan a los jóvenes que se atreven a bajar el cerro solos, borrachos.

Va llegando a su casa y se fija que mucha gente esta comprando el diario. Su diario. La portada dice, grande, en letras rojo color sangre: “Rivadeneria se retira de la carrera presidencial”. No alcanza a leer toda la bajada, solo se fija en tres palabras: “Ataques de pánico”. Luis conoce al tipo del kiosco así que toma un ejemplar. Va directo a las paginas principales. Su nota, la que despachó ayer, está ahí, pero el editor cambió el titulo y pusola última parte como el lead de la noticia, aquel pequeño detalle no decía nada sobre ataques de pánico. Da vuelta la página y ahí está la verdad: el gesto involuntario que notó Guerra es citado como una prueba, pero quien habló sobre los ataques de pánico de Rivadeneira es una fuente secreta.

Guerra golpeó. Sin querer esta puede ser la noticia de su vida, pero hay algo que no huele bien. Guerra se siente usado, solo uno más en un experimento del que no sabe nada. “Alguien gana con la renuncia de Rivadeneira” piensa, mientras busca las llaves del auto, se pone una chaqueta de blue jean —la primera que encontró- y con la ropa de correr aun puesta, sin secar una gota de sudor, presiona el acelerador al máximo hasta llegar al diario.

Francisco Escribano camina por el living de su casa con un café humeante en la mano y un diario en la otra. Viste una bata azul, un pantalón de tela a cuadros y una camiseta. Pone el diario sobre la mesa y lee el titular. En su cabeza se agolpan las ideas, tantas que una de ellas involuntariamente llega hasta su boca: “Ahora es tu jugada Navas”. Dos golpes secos retumban por toda la sala. Son los nudillos de Escribano golpeando la mesa.

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