Atravesando la reja del SENAME

Publicado por Camilo Salas

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Por Valeria Barahona desde Concepción.

Barros Arana es una discreta calle del centro de Concepción: árboles con varios años a su haber, veredas barridas por las vecinas, jardines enrejados, la mayoría de los edificios sin conserje, pasajes de adoquines; es decir, un barrio piola, especial para criar a tu descendencia… Pero tras una oscura puerta metálica el mundo cambia: hay muchas mamaderas, risas de niños, sueños que intentan concretarse e inocencias perdidas. Es el Hogar Madre Adolescente María Ayuda.

La residencia, subvencionada por el SENAME, atiende actualmente a 12 jóvenes con sus respectivos hijos. Ellas provienen de diversos sectores de la Región del Bío Bío, explica con tono maternal Myriam Pineda, directora. “La idea es re incorporarlas al colegio, buscando la mejor alternativa para su desarrollo y el de sus niños, por lo que buscamos restablecer el vínculo con sus familias, aunque las historias provienen de antes, de hogares en donde son frecuentes los malos tratos, por lo que también buscamos lazos con un adulto significativo emocionalmente para ellas”.

“Sus derechos han sido vulnerados. El 100% de los niños que ves aquí son no deseados, ya que fueron concebidos en un clima de violencia y abuso. La mayoría de las niñitas (madres) viven en sectores rurales y periféricos, por lo que aquí les brindamos acompañamiento durante el embarazo y educación en cuanto al cuidado del bebé”.

Las edades de las internas van entre 11 y 17 años, y se quedan ahí hasta un año, dependiendo del grado de vulnerabilidad al que se encuentren expuestas en sus hogares.

María Elena (15) viste minifalda de mezclilla, botas, y un suéter ajustado café. Su pelo cae delicadamente sobre los hombros, “Me lo corté ayer” dice con un dejo de coquetería. Es extremadamente delgada, nadie creería que tiene una hermosa niña de 11 meses.

¿Cómo fue cuando te enteraste que venía en camino?

-De la fiscalía me mandaron al hospital y ahí me dijeron.

Hablamos sentadas sobre unos juegos infantiles. Ella denota nerviosismo esquivando mis ojos y moviendo los dedos sin ritmo. Es impresionante la convicción que deposita en la frase “mi hija no tiene la culpa”. Hace unos meses María Elena estaba sola con su embarazo. La familia no daba ninguna señal, hasta que apareció una tía que cuida de ella cuando tiene salida los fines de semana.

¿Y qué piensas hacer luego del colegio?

-Estudiar para darle un futuro a mi hija y cuidar de mi tía cuando esté viejita- afirma.

Últimos rayos de un invernal sol iluminan a los niños que juegan con sus educadoras, mientras Génesis (16) balancea orgullosa a Tomás, de cinco meses. 30 días antes de que finalizara su embarazo dejó la casa de su padre en Chillán “más que nada por la falta de apoyo, y porque en el liceo me trataban mal por mi hijo”.

¿El papá de Tomás…?

-Cuando quedé embarazada él estaba haciendo el servicio militar, razón por la que tomó la noticia súper mal, pero de a poco, con el tiempo, al conocer a su hijo, lo ha ido aceptando- dice con una sonrisa revestida de maquillaje.

Y tu viejo, ¿qué onda?

-Ahora está feliz con el nieto.

¿Qué esperas de tu hijo cuando crezca?

-Que sea feliz, que se sienta orgulloso… Que no tenga vergüenza de su madre tan joven.

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Tras las rejas

Camino a Coronel está el Centro de Régimen Cerrado (CRC), que comparte dependencias con el Centro de Internación Provisoria (CIP), del SENAME. Ahí van a parar niños que tenían entre 14 y 18 años cuando cometieron un delito, es decir, si tenías 14 cuando vulneraste los derechos de alguien y recién te condenaron a los 20 (aunque el tiempo tiende a ser más breve con la Reforma Procesal Penal), igual eres internado en un lugar como este.

Al bajar del bus con destino a Lota, la soledad es inmensa. Hay sólo terrenos destinados a usos agrícolas, ni un alma con quien hablar. Hace sólo 40 minutos que dejé Concepción, con un sol radiante, mientras que acá el paisaje está abrigado por un manto de espesa niebla que eriza la piel. La última reja (caminando desde adentro, la primera desde afuera) es enorme y pesada, como una condena.

Pedro Marileo, director del centro de reclusión, cuenta que “acá la mayoría viene con cargos por delitos graves, como robo con violencia, homicidio, secuestro, violación, entre otras tipificaciones. Los jóvenes que están en el CIP aún no han sido condenados por el tribunal, debido a que la fiscalía se encuentra investigando los supuestos delitos, y toda persona es inocente mientras no se demuestre su culpabilidad; mientras que a los del CRC ya sólo les resta cumplir su condena”.

Cuando alguien llega acá, pasan 15 días en que psicólogos y educadores lo evalúan para realizar un Plan de Intervención Individual, cuya finalidad es que el interno asuma su responsabilidad ante la sociedad y el daño que causó a esta, junto con la posterior reinserción en la comunidad, aparte de diseñarle un plan de estudios y capacitación.

En total, en el CRC y el CIP de Coronel viven 132 personas, y entre ellos está Brayan (15) quien lleva medio mes internado. Es día de visitas y estamos solos, no hay quien venga por él.

¿Tus padres?

-Nah, me dijeron “si caís de nuevo no te vamos a ver”- Esta su segunda detención, en la primera no lo condenaron.

¿y tus amigos?

-En la cana, allá en Bulnes.

Óscar (21) es otro mundo. Tenía 18 cuando lo agarraron, y hoy, gracias al buen comportamiento, va a su casa jueves y viernes y trabaja como garzón en un restaurante de Chillán. Mirándolo bien es bastante atractivo: pelo claro, ojos pardos, lindas facciones. Este año dará la PSU, por lo que hace Preu en el centro, siguiendo los pasos del joven del SENAME que entró a estudiar ingeniería en la Universidad de Concepción.

¿Y aparte de estudiar, qué haces acá?

-Si algo le debo al SENAME es la música. Aprendí a tocar bajo y tenemos nuestra banda con los cabros acá dentro, y cuando salgamos queremos seguir tocando. De hecho, ahora el 14 (de agosto) nos fue re-bien en el encuentro de bandas emergentes de Balmaceda 1215.

Protección y privación de libertad son modalidades que ocupa el SENAME, ambas con pros y contras, con personas que entran, salen, vuelven a entrar, o, en el mejor de los casos, no vuelven nunca más.

¿Aún quedan esperanzas en el joven mundo delictivo?

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