Mitos verdes y verdades complejas

Publicado por disorder.cl

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por Dante Kalise*

Contaminar es malo y eso es lo único que sabemos

Quisiera empezar esta columna con dos premisas sobre las cuales, sentido común mediante, debiera existir relativo consenso. La primera, que la contaminación, en tanto alteración negativa de un ecosistema,  es algo que como humanos debiésemos propender a  disminuir.  Podemos discutir si acaso se da en la práctica, pero yo le asignaría un valor de verdad social similar al ”matar es malo”. Hay gente que mata, por supuesto. Hay gente que justifica matar, claro. Pero es relativamente universal que uno no debiera matar, y que si lo hace al menos debiera hacer el intento de ocultarlo o estar dispuesto a pasar una temporada en un calabozo.

La segunda premisa no resulta tan universal, pero desde una perspectiva científica es al menos lógica: el estado actual de las Ciencias de la Tierra y la complejidad del problema de la contaminación, en todas sus dimensiones, hacen prácticamente imposible un análisis coherente del momento actual, ni permiten la toma de decisiones a futuro basadas en criterios técnicos.  En términos simples, no tenemos una idea acabada de cómo funciona la Tierra. No entendemos muy bien qué pasa, ni qué podría pasar, y muchas veces lo poco que logramos dilucidar lo hacemos pésimo.  Aquí discrepo parcialmente de planteamientos reduccionistas como el de Al Gore en su documental, dónde de un modo muy efectista pone esas curvas de temperatura y concentración de CO2 y de pronto da la impresión que todo hace sentido. No dudo de aquello, ni es un mal comienzo, pero las leyes físicas que gobiernan el comportamiento del clima y de los procesos químicos que ocurren en nuestro planeta distan mucho de ser así de simples.

Un ejemplo: en su afán de adoptar políticas verdes, políticamente correctas,  la OMI (Organización Marítima Internacional, organismo rector del transporte marítimo mundial) ha decretado una reducción en la cantidad de azufre presente en el combustible de los barcos (menos refinado que el combustible usual) de un 4.5% a un 0.5% de aquí al 2020; se estima que con esta medida se logra prevenir alrededor de 40.000 muertes al año relacionadas con la contaminación con azufre (esta estadística es tan cierta como cuando en el comercial de aspirina se asegura que ésta previene 1 de cada 2 infartos).  Sin embargo, es sabido que este mismo azufre, al ser expulsado por las chimeneas de los buques, genera procesos químicos que poseen un efecto de enfriamiento en nuestra atmósfera, compensando el efecto calentador de aproximadamente el 40% del CO2 generado por humanos.

Tenemos entonces una relación un tanto desafortunada entre calidad del aire y calentamiento global: paradójicamente, el aire contaminado con azufre posee un efecto positivo sobre otros procesos geofísicos.  Y así como éste caso hay muchas relaciones tanto o más complejas. Y si, al igual que la OMI, seguimos actuando de modo tan tuerto, sacando tierra de un hoyo para tapar otro, es poco probable que podamos hacernos cargo del problema del calentamiento global en un plazo razonable.

Sobre los verdes, el “fair trade” y tantas otras hierbas

Creo que desde que vivo en Noruega caí en la cuenta de todo el fraude. No todo lo que brilla es oro, ni todo lo que es etiquetado de “verde” necesariamente implica un mejor ecosistema. Dinamarca y los países bajos han llenado su paisaje de aerogeneradores. Con datos en mano, ningún proyecto eólico en la actualidad alcanza a generar siquiera el 25% de la energía que prometió cuando fue formulado en papel, y los habitantes de esos países han terminado pagando la energía más cara de Europa subvencionando experimentos fallidos. Ni hablar de la disrupción en el paisaje, ni del problema que generan los molinos al desorientar bandadas de aves que  de pronto ven interrumpidas sus rutas con turbinas gigantes.

La gente con la que trabajo tiene dos filiales: una en Oslo, y la casa matriz en Bergen, un pueblo al oeste en los fiordos noruegos. Esto durante años ha generado una cantidad de viajes considerable de empleados entre ambas ciudades, y como el terreno es escarpado, lo que en tren se hace en ocho horas y media, en avión dura cuarenta minutos, al mismo costo. En la cena de fin de año, la gerente (en noruega las mujeres mandan, por cierto) anuncia que a partir de este año usaremos un sistema de teleconferencias de última generación para evitar tanto viaje. Y como ellos son verdes, han calculado la cuota de CO2 que han puesto con sus viajes, más el dinero que han ahorrado con el nuevo  sistema, y han comprado el equivalente en bonos de carbón, que no es más que una forma de especular financieramente con la contaminación, disfrazada de conciencia ecológica.

En el supermercado noruego, hay de todo, un poco congelado y desabrido, pero de todo. Paltas chilenas, peruanas, israelíes o mexicanas dependiendo de la temporada.  En el pasillo del café, si bien en Noruega jamás se ha producido un grano pero en el supermercado hay más variedad que en cualquier otro lado del mundo, una amiga me comenta que ella sólo compra fair trade; en lugar de comprar el café a la transnacional explotadora, ella compra un café que viene con una foto de un desdentado campesino de algún país caribeño, al cual otra transnacional explotadora ha certificado pagar un precio ”justo” por el grano. Ella se siente sustentable, el campesino seguramente se sigue muriendo de hambre, pero para poder ganar dinero a costa de la conciencia de mi amiga, la transnacional explotadora ha debido llenar un buque transatlántico para llevar café desde el Caribe a un sitio donde por milenios no ha habido más que árboles y rocas. Ahora que lo pienso, ese buque pone azufre en el aire que ayuda a mitigar el efecto de la contaminación que genera la gente que trabaja conmigo cuando vuela, pero cuando ellos dejen de volar y hablen por teleconferencia, el buque usará combustible sin azufre y ya no enfriará. No les he contado que el avión despegará igual con o sin mis colegas, así que al final del día probablemente el resultado será igual, quizás peor.  En teoría algo debiese ayudar ese bono de carbón que supuestamente preserva unos metros cuadrados de selva amazónica, pero los brasileños no son tontos, y como saben que eso se va a secar pronto, mejor la echan abajo antes ellos y hacen algo de dinero.

El principal problema relacionado con el calentamiento global, no tiene que ver con osos polares que mueren en el Ártico buscando algo firme y comida  (de hecho hay países que se benefician del derretimiento del Ártico para utilizar nuevas rutas de navegación más expeditas). El principal problema es geopolítico: se trata de cientos de millones de personas que en los próximos 50 años deberán desplazarse desde su hogares donde la agricultura no será posible ni contarán con los medios para importar alimentos.  Se trata de toda la franja ecuatorial, que tal como hoy, emigra hacia el norte, sólo que a un ritmo mucho mayor al actual. Estados Unidos ya ha previsto esto y  cada día endurece más su control fronterizo en el sur. A China le ayuda su geografía montañosa. El resto, o se morirá de hambre o tratará de emigrar a Europa. Europa, que actualmente a duras penas lidia con la immigración desde África del Norte y Asia Occidental, tendrá que enfrentar un flujo aún mayor de personas que huyen de la precariedad económica y alimentaria generada por la alteración de los ecosistemas allí existentes. No es casualidad entonces que los más verdes, lo más preocupados por solucionar esto del calentamiento global, los que más gozan con estos conceptos de mentira, con la falsa sensación de que algo se está logrando, sean aquellos que en el futuro próximo vivirán en su propio territorio las consecuencias que ha generado la explotación irracional de recursos que han llevado a cabo desde que decidieron salir a ”colonizar”.

Entonces, lo mejor sería que viniera un meteorito y nos borrara de una.

Es natural en este punto preguntarse, y entonces qué? Nos matamos? Contaminamos y empatamos? En lo personal creo que cualquier estrategia debe basarse en las dos premisas que establecí al inicio: que contaminar es malo y que es poco lo que sabemos más allá de eso. Como no hay muchos criterios técnicos para decidir, lo único que nos queda es guiarnos por un principio que establezca que, idealmente, nuestros actos debiesen tender a tener un impacto mínimo en nuestro entorno. Reciclar, por ejemplo, por muy tedioso que resulte, jamás sera algo que contribuya a contaminar y por tanto es una práctica que se debiera fomentar.

Si repasamos la escena del supermercado, qué tanto sentido tiene que un país de 4 millones y medio de habitantes, en el polo norte, por haber tenido la suerte de estar sentado sobre petróleo, tenga acceso a una cantidad absurda de bienes que no son generados ahí? En Noruega jamás han habido paltas, es realmente necesario que por darle en el gusto a alguien, sólo porque está dispuesto a pagar por ello, las hayan los 365 días del año? Yo entiendo que con esto de la globalización y la economía de mercado resulta un tanto irreal pensar en medidas que vayan contra el libre acceso al consumo, pero también entiendo que es necesario para la supervivencia del género humano un replanteamiento urgente de las escalas en las que queremos vivir.

Hace poco en Chile se inauguró una nueva torre, la más alta, y después vendrá otra con más metros, y uno prende la tele en el Discovery Channel y salen las megaconstrucciones, los megapuentes, las megaciudades del futuro, y los megabarcos para llevar miles de autos desde Japón hasta Sudamérica, y yo creo que si no queremos enfrentar un megadesastre la micro va para otro lado. Creo que no es necesario comprarlo todo ni comérselo todo, y en cambio debemos aprender a vivir a escala humana. Ni micro ni mega. Humana. Ciudades limpias, sin tanta gente, donde quizás no se pueda comprar todo lo que hay en el resto del mundo, ni frutas exóticas, pero donde se pueda vivir bien, o al menos vivir. Siempre me ha llamado la atención cómo lo hacen las comunidades indígenas para vivir con a veces tan sólo decenas de personas, pues a ratos me acostumbré a lo otro y me parece que no puede haber vida humana a esa escala. Y eso es un error fundamental,  no se trata de volver a las cavernas, pero sí de deshacer un par de pasos, al menos hasta el punto donde perdimos el ritmo.

*Dante Kalise es  Ingeniero Civil Matemático y Master en Control Automático de la UTFSM. Actualmente desarrolla su tesis de Doctorado en Matemática Aplicada en la Universidad de Bergen, Noruega, donde lleva a cabo investigación relacionada con pronósticos meteorológicos para la generación de energía eólica.   No registra antecedentes penales, si bien eso en nuestro país ha dejado de ser una virtud.

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