En Chile tenemos una memoria terrible. Antes de que los milicos fueran conocidos por construir mediaguas y por mantener al lumpen a raya en las ciudades más afectadas por el terremoto, los milicos eran conocidos por su obstinación, por su falta de autocrítica, por su estrechez mental y por sobre todo, por su irracionalidad, siendo esta característica la principal causante de la Tragedia de Antuco.
Hace cinco años, el 16 de mayo del 2005, cerca de 400 miembros del Regimiento Reforzado nº17 de Los Ángeles (capital de la provincia del Bío Bío) partieron a una tradicional campaña de instrucción de montaña hacia la precordillera de la Octava Región, específicamente hacia el sector del volcán Antuco. Mientras se realizaba el ejercicio, el cual contemplaba entre otras cosas una marcha de 22 kms. entre Los Barros y La Cortina – ambos refugios de montaña, utilizados por alpinistas y eskiadores -, se produce un fuerte temporal de viento y nieve, al momento en que los soldados llegan al refugio de Los Barros.
Los soldados llegaron cansados y mojados al refugio, el cual no era apto para tal cantidad de personas y apenas era capaz de resistir el temporal que arreciaba la montaña. Sin embargo, a los soldados no les quedó otra que arreglárselas como pudieron porque, por muy precario que fuera el refugio, era mucho mejor que estar afuera. Secaron su ropa como pudieron y fueron alimentados de forma deficiente, aun sabiendo que al día siguiente debían realizar una caminata de 22 kms. en medio de un clima sumamente adverso.
Cabe destacar que la mayoría de los soldados del regimiento eran conscriptos que realizaban su servicio militar, por lo tanto, no se encontraban familiarizados con este tipo de ejercicios puesto que la mayoría había entrado al ejército un par de meses atrás. Mucho menos tenían experiencia con el clima agreste, el cual los puso en una situación para la que no estaban preparados – en la que la temperatura descendió hasta los -12º y las ráfagas de viento superaban los 90 kms/h.- debido a que la ropa que llevaban, no era apta para hacer frente a un temporal de dichas características. Como se supo después, gracias a los testimonios de los sobrevivientes, muchos ni siquiera conocían la nieve.
Aun cuando el temporal empeoró durante la noche, los conscriptos fueron levantados a las cinco de la mañana para iniciar la marcha desde Los Barros hasta la cortina. Además, la ropa no se había secado completamente, por lo que los jóvenes tuvieron que ponerse su uniforme mojado, cuestión que aumentaba las posibilidades de hipotermina. Sin embargo, esta situación pareción no importarle al mayor Patricio Cereceda – uno de los oficiales a cargo del grupo – quien insistió en llevar a cabo la marcha afirmando que «los huevones no están ná de vacaciones así que no les queda otra que apechugar».
Siguiendo la orden del oficial, los conscriptos se tomaron un café, se comieron un pan con mermelada e iniciaron la marcha en medio del temporal, el que inmediatamente hizo sentir su fuerza sobre los soldados y que, apenas comenzada la marcha, provocó que el grupo se desviara de la ruta producto del fuerte viento que impedía tener una visibilidad adecuada del terreno. Debido al desvío involuntario, el grupo tuvo que atravesar el estero El Volcán, el cual es un pequeño caudal de agua pero que dejó a los soldados mojados hasta la cintura. Producto de esta situación, dos suboficiales le comentaron al capitán Carlos Olivares que era conveniente volver a Los Barros, pero Olivares hizo caso omiso de la sugerencia e insistió en seguir marchando.
A medida que el grupo avanzaba, la nieve caía cada vez más fuerte y les llegaba a los soldados hasta más arriba de las rodillas, por lo que apenas se podía caminar. Sin embargo, Olivares continuaba insistiendo que no había marcha atrás y que el grupo no se iba a detener hasta llegar a La Cortina. Menos de una hora después, el conscripto Juan Hernández cae un barranco producto de la nieve que ocultaba los bordes de los precipicios y de la falta de visibilidad, la cual impidió que una parte importante del grupo se entarse del accidente del conscripto Hernández.
A esas alturas, ya habían más de 50 cms. de nieve sobre el camino, por lo que avanzar era una tarea casi imposible. Esto motivó a los soldados a soltar sus mochilas y fusiles y a caminar sin nada hasta La Cortina, pese a la orden Olivares de no botar el equipo. En ese momento, los soldados fatigados y mojados, que habían caminado en medio de la nieve y del frío comenzaron a experimentar los primeros síntomas de la hipotermia, los cuales consisten en el anquilosamiento de las extremidades y en una sensación de somnolencia que va aumentando progresivamente hasta que finalmente la persona se queda dormida. De esta forma, muchos soldados simplemente se dejan caer sobre la nieve para no levantarse más. Al percatarse de esta situación, los oficiales ordenan a los soldados a seguir avanzando sin preocuparse de los caídos, puesto que al ayudarlos, corrían el riesgo de morir ellos también. Muchos de los soldados avanzaban por inercia hacia adelante, sin saber si es que iban en la dirección correcta, con la esperanza de llegar de una vez al refugio de La Cortina.
Una vez finalizado el día, 45 soldados no fueron capaces de llegar al refugio y murieron congelados en la nieve, 44 de ellos conscriptos y un sólo suboficial, mientras que todos los oficiales alcanzaron el refugio con éxito.
Las noticias de la tragedia se conocieron inmediatamente en la ciudad de Los Ángeles, sin embargo, los detalles de la misma eran desconocidos para las autoridades militares, puesto que no sabían que soldados había logrado llegar hasta La Cortina y cuantos habían quedado en el camino. A lo único que atinaron fue a convocar a las familias al Regimiento de Los Ángeles para informarles respecto de la situación el día 18 de mayo. Nadie sabía nada y los familiares de los soldados no sabían que hacer. Pero, a medida que pasaban los días, quienes no estábamos en la zona comenzamos a tomar conciencia de las dimensiones de la tragedia. Se conocieron los detalles en las que los soldados fueron obligados a marchar, se mostraron videos de los oficiales bebiendo alcohol a destajo horas antes de dar la orden de avanzar hacia Los Barros y se supo que sólo los oficiales tenían ropa apta para hacer frente al frío.
La tragedia caló hondo en el país y las familias alzaron la voz exigiendo justicia, la cual inició un proceso contra los oficiales Luis Pineda, Roberto Mercado, Claudio Gutiérrez, Carlos Olivares, Patricio Cereceda y contra los suboficiales Avelino Toloza y Carlos Grandón por cuasidelito de homicidio. Sin embargo, el único procesado por la tragedia fue Cereceda, quien recibió cinco años y un día por su responsabilidad en la muerte de los conscriptos.
En ese sentido, resulta evidente que el Ejército no fue capaz de hacer un mea culpa y determinar correctamente las responsabilidades de los involucrados en la tragedia y prefirió que esta se solucionase de la forma más «piola» posible, sin revelar nunca los detalles y cubriéndole la espaldas a quienes, producto de irracionalidad, asesinaron a 45 personas, la gran mayoría de escasos recursos y que no supo como reaccionar de forma adecuada ante el dolor.
Finalmente, el Consejo de Defensa del Estado llegó a un arreglo con las familias, las cuales recibieron cerca de 70 millones de pesos cada una, mientras que el por aquel entonces comandante en jefe del Ejército, Juan Emilio Cheyre pidió disculpas a nombre de la institución. De los procesados nunca más se supo.
UPDATE: nos acabamos de enterar, vía 24 Horas, que a los fallecidos se les descontó de su indemnización los pertrechos que perdieron en su fatídica marcha. Increíble.
Publicado por Francisco Campos
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