
Por Carlos «Cabezón» Gutiérrez
No tengo que decirlo yo, es muy bien sabido en todo el mundo: la industria americana es la que predomina en casi la totalidad de las salas de cine alrededor del planeta. Las películas producidas por los grandes y pequeños estudios en Hollywood, son las que, en definitiva, atraen audiencia, llenan teatros, e imperan en las taquillas de los países en que desembarcan. Si hacemos un ejercicio investigativo y estadístico, y nos ponemos a revisar cuáles son las producciones que acaparan los primeros lugares en los box-office en el mundo occidental y gran parte del oriental, nos daremos cuenta que el pódium, el 90% de las veces, está ocupado por cintas hechas en Hollywood.
Sabemos que se trata de un imperio; sabemos que las mayores recaudaciones, históricamente, se las han llevado films como “Avatar” o “Los Piratas del Caribe”. En el chart de las más taquilleras de todos los tiempos no existe cabida para películas como “La cinta blanca” (Michael Haneke, 2009) o “Departures” (Yôjirô Takita, 2008). Pero ese no es el problema. En una economía de mercado, en un sistema neoliberal, hay que salir a pegar codazos para que tu empresa produzca el profit, esa ganancia que la hará crecer y crecer. Tal como la industria americana creció. Es absolutamente válido.
Pero, hay una inmensa y cruda realidad que yace bajo todo este híper negocio estadounidense. Razones que son claramente comerciales, pero también culturales, estéticas y sociales.
La expansión del imperio cinematográfico del norte no sólo le trajo beneficios económicos a su industria, sino que expandió un poco más los límites de EE.UU. Cada vez que una película americana impacta a la opinión pública mundial, en épocas pasadas y actuales, la cultura yankee avanza un puesto más. Le pega un codazo a la tuya, a la de tu país.
La cultura del país del tío Sam es ya un estándar, es parte de la de tu nación; es más, la desplaza, se mimetizan, se confunden, son una sola cosa. Los pantalones vaqueros, la Coca-Cola, la Navidad, Halloween, la secundaria, el bullying, la moda, la comida, el idioma, la jerga (El slang), el lenguaje corporal, los autos, las zapatillas, los bailes, las canciones pop, los ídolos sexuales, el sistema de estrellas, etc, etc, etc, todo eso es parte de la cruzada comercial-cultural que el cine americano ha emprendido desde que se comenzó a expandir.

Con esto, no sólo se venden películas, también, productos, negocios, híper negocios, música, suvenires, merchandiser (juguetes, CD, DVD, poleras, libros), material digital, etc. Sin embargo, lo más grave es esa manipulación de consciencia tan subterránea y paulatina, que se ha metido en nuestra psiquis, y realmente aterra. El capitalismo, el sistema económico y todo ese valor “de libertad” que estos conceptos proponen, es lo que arma a este sistema descorazonado con una escudo de prosperidad y salud. Pero hoy en día, ya no tienen que manipular; el trabajo está completamente hecho.,
Lo más grave, viéndolo ahora de mi perspectiva de cinéfilo, es que el bombardeo constante de cintas americanas, sus consecuencias en las taquillas, sus avances en tecnología, su concepto de entretención, sus convenciones cinematográficas, han generado una ceguera eterna en los espectadores, le han instaurado un chip que sólo les permita reconocer a los obras hechas en Hollywood como parte del cuerpo artístico que compone el universo “cine”. Cuando un espectador común y corriente piensa en “película”, piensa en cine americano. Si le preguntas qué es el cine, va a asociar su respuesta a su experiencia, y cuál es la gran experiencia del asistente común: Hollywood.
Todo el resto del cine, llámese europeo, oriental, del medio oriente, de Oceanía, del tercer mundo en general, es visto como “el extraño”, como ese compañero raro con el que nadie se quiere juntar. Ciertos valores formales: blanco y negro; los valores rítmicos: cine contemplativo, cine más artístico, y en general cualquier expresión cinematográfica que no encaje en los parámetros populares fílmicos de las películas que se exhiben en los malls, son elementos para nada preciados la gente, todo lo contrario, son absolutamente despreciados.
Todas esas películas componen ese cine raro, fome, indescifrable, viejo, lento, para nada “entretenido”. La idea de cine, hoy en día, es cine americano, todo lo demás es experiencia limítrofe, son volados haciendo películas, son volones de autor, son cintas para quedarse dormido, son para universitarios, etc., y un sinfín más de prejuicios con que se califica al “resto del cine mundial”.
Algunos dicen que el cine murió después de “Star wars”, de ahí en adelante todo fueron súper producciones y la montaña rusa republicana que gobernó en los ochenta. Si nos fijamos en la taquilla sesentera, incluso setentera, en Estados Unidos, veremos que un buen porcentaje de las obras en exhibición eran europeas. No existían las multisalas, la gente llenaba teatros con films como “El padrino”, “Midnight cowboys” o “Atrapados sin salida”; hasta “Gritos y susurros” de Bergman tuvo buena acogida”¦en algún momento nos fuimos a la cresta. Si me preguntan cuál es el eslabón perdido, no tengo respuesta, pero sí sé lo que hoy ocurre, y eso no más que CABRONAJE.
No, amigos, la industria americana no es sólo cine, es imperio, y no únicamente comercial.
Publicado por disorder.cl
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