Por José Villaorduña, Director de la revista peruana Dedo Medio
En un artículo que publicamos en la revista poco antes de la segunda vuelta del domingo recién pasado, nos preguntábamos si acaso tener a un representante de la izquierda radical enfrentándose a una representante de la derecha también radical, no habría sido lo mejor que le pudiese haber pasado al país.
El argumento es el siguiente: en un país con tantas inequidades, con aún alarmantes niveles de pobreza, un creciente nivel de violencia y victimización, en el que la clase política nunca ha sabido dar la talla frente a los desafíos, la tentación de caer en radicalismos autoritarios está siempre latente. Después de todo, menos de la mitad del país optó por las alternativas más moderadas, mientras que más de la mitad votó por las dos candidaturas antisistema. Y el hecho de que las dos opciones extremistas hayan llegado a la segunda vuelta sin una mayoría contundente de adherentes, consiguió que los extremos se pelearan por ocupar el espacio que había quedado vacío al centro del espectro político.
En el camino a la presidencia, Ollanta Humala se tuvo que librar de sus banderas radicales: la nacionalización de empresas, intervención en los fondos de capitalización privados, revisión de tratados de integración comercial, propuestas ambiguas respecto a la libertad de prensa, discurso anti mercado, etc. En su intento por seducir al electorado de centro, se vio obligado a hacer compromisos con los sectores moderados y liberales.
Resulta muchísimo mejor para nuestro país el que Humala haya sido elegido presidente cuando su prédica antisistema no había seducido aún a las mayorías. El porcentaje que obtuvo en la primera vuelta, 31.688% del electorado, indica que no iba a ser difícil terminar de atraer a más simpatizantes desde la comodidad de la oposición y la candidatura permanente. Hoy, en cambio, está obligado a negociar, a ceder y consensuar. Debe además dedicarse a apagar incendios, no a provocarlos.
Por otro lado, sí es positivo que en un país con abismales diferencias entre los que más tienen y los que menos, un candidato proponga un mayor énfasis redistributivo. Sea cual sea la modalidad por la que se recauden más recursos de los sectores extractivos para financiar programas sociales, el resultado será una reducción de la insatisfacción con el sistema. Un mayor énfasis en la regulación y la lucha contra la corrupción, tendrá el efecto de convencer a los marginados de que estado, democracia y mercado pueden jugar a su favor.
En resumen, podemos pensar con optimismo que el candidato antisistema ha llegado a la presidencia para rescatar al sistema.
Publicado por disorder.cl
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