«¿Puedo hablar yo?», me pregunta un hombre que debe rondar los 50 años. Yo estoy agachado en Plaza Baquedano, pidiéndole a un chico sus datos para entrevistarlo después. «Sí», le digo. «Aquí puede hablar cualquiera».
Aunque no me compete, es verdad: aquí puede hablar cualquiera. Es jueves, son alrededor de las tres de la tarde y, en la salida del metro Baquedano que da al teatro de la Universidad de Chile, hay una especie de campamento. Una improvisada toma protagonizada por jóvenes barbones con tenidas hippies y dreadlocks que llevan más de dos semanas durmiendo ahí. Yendo, un poco más de un mes. Una gran bandera con la palabra «Paz» los hace aún más visibles para el transeúnte, como si no bastaran los improvisados murales en medio de la plaza en donde el descontento puede expresarse o el círculo en el que ahora hay una especie de asamblea.
Ellos lo describen como un ágora público, en donde hablan desde la diversidad. Una plataforma para conversar de los cambios que está viviendo la sociedad en general y los que están pidiendo los estudiantes en particular. Nadie es el lider, me dice un chico de tez clara que debe rondar los 25 años y que se hace llamar «Drako». A él le pido un teléfono. Me contesta que me da el mail. Lo anoto. Dos días después, me daré cuenta de que es falso. Igual era medio lógico. Cuando le comenté que era periodista me miró extraño y su trato cambió. Aunque le expliqué que no era para ningún medio tradicional, parece que no me compró el discurso.

Es algo común en este tipo de «nuevas manifestaciones». Nadie quiere hablar con los medios. Es entendible. Si prácticamente se les esteriotipa como «alteradores del orden público», «lumpen» y «vagos». Para un ejemplo, basta ver este artículo de Emol sobre los «hijos anarquistas» (y el rechazo que generó en los comentarios).
Pero la realidad es muy diferente. A las muertes colectivas, las besatones, cicletadas, intervenciones en el metro y coreografías musicales, se suman estas instancias de debate callejero, en donde sólo se necesita escuchar y opinar y que sus organizadores financian leyendo el tarot o tocando instrumentos. Cuando llegué, habían unas 25 personas. Cuando me fui, una hora después, eran prácticamente 40, sentados en las escaleras, hablando sobre educación, reformas, sociedad y el país en general. Hasta un francés, residente en Valparaíso, dio su opinión. Porque para lograr el cambio todo cuenta. Y todos pueden hablar.
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Publicado por Fernando Pérez G.
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