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No dejar pasar ni un segundo

Publicado por Fernando Pérez G.

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Por Fernando Pérez G.

Son dos cosas las que me impactan del accidente aéreo en Juan Fernández: la entereza que tienen los colegas comunicadores de las cinco personas que pertenecían a “Buenos Días a Todos” y ”“el famoso lugar común”“ lo frágil que es la vida.

¿Cómo se hace para despachar una tragedia que te toca fuertemente en lo personal? Oficio. Desplazar esos sentimientos, guardarlos bien adentro, porque sabes que son miles de personas las que te están viendo, que están también preocupadas y que dependen de ti para informarles. Estas situaciones, cuando sale lo mejor (y lo peor. No olvidemos la portada de LUN y lo de Publimetro) del periodismo, me reafirma la nobleza de la profesión, lo que debería mover a la mayoría de los que estudiamos o somos ya periodistas.

A razón de lo mismo, complica la facilidad con la que puedes dejar este mundo, convertirte en pasado, en sólo recuerdos. El ser humano es algo extraordinario, capaz de increíbles acciones y de desarrollar una personalidad vasta y sobredimensionada. Pero todo eso puede acabarse en un segundo.

Hay una forma de ver la vida que explica mucho: morimos día a día un poco. Inexorablemente, el tiempo pasa y nos acerca a lo único que nos certifica que estamos -paradójicamente- vivos: la muerte.

Por esto mismo buscamos trascender, dejar algo hecho. De modo que, cuando ya no seamos nada corpóreo, se nos busque en las sonrisas de quienes ayudamos, en los corazones de quienes amamos, en las labores que hicimos con profesionalismo, en los objetos que creamos.

No es posible preveer la muerte, menos aún evitarla para siempre. Y qué terrible si así fuera. El final es parte importante de toda historia, en donde se hacen las conclusiones. Es el momento de los recuentos y de enjuiciar. Al fin y al cabo, aunque no lo queramos y sea casi inconscientemente, vivimos con la certeza de que dejaremos el mundo y que debemos hacer algo para quedarnos acá, permanentemente.

Escribir un libro, grabar una película, construir casas para los más pobres, adoptar un niño, compartir con tu familia, amar siendo amado y también sin serlo, trabajar por vocación, hacer reír, acompañar con un abrazo o acompañar llorando, hablar con desconocidos, empaparse de historias y realidades ajenas a la tuya. Todo eso hace que la vida valga la pena.

Algunos podrán -con argumentos lógicos- preguntarse por qué tanto revuelo por la muerte de 21 personas, si en África mueren cientos de niños todos los días. También pasa lo mismo en Medio Oriente o países pobres como Haití. El revuelo es porque, por naturaleza, nos sentimos más tocados por los hechos cercanos. Proximidad de los sucesos, se llama eso.

A los niños africanos, a los rebeldes libaneses y los haitianos enfermos los miramos con una conciencia superficial al verlos en la televisión o en las fotografías que recorren Internet. Es normal, ya que es una realidad tan lejana a la nuestra (lo que no quiere decir que seamos insensibles) y no provocan un proceso emocional y racional tan profundo como lo acontecido en Juan Fernández.

Pensar en la muerte, intentar entenderla, buscar qué hay más allá y preguntarse muchos porqués son procesos que se han preguntado todos los seres humanos alguna vez en la vida. Por eso mismo, es claro que es necesario.

Tragedias así nos recuerdan que el tiempo para nosotros es escaso y que debemos aprovecharlo. Lo más triste sería irnos de aquí sin cambiarle la vida a alguien, sin tocar el alma del otro, sin influir en nada. Todos lo saben, pero más que nunca hay que recordarlo: es indispensable vivir el hoy.

Fuerza a TVN, a la Fach, al Ministerio de Cultura y a los familiares de los civiles que participaban en «Levantemos Chile».

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