
Por Fernando Pérez G. / Foto principal: Getty Images
Ese día, que fue martes, estaba en la enfermería del colegio. Me había peleado con un compañero y salí perdiendo: una pequeña magulladura me tenía en la camilla, frente a una mujer regordeta vestida de blanco que, para cualquier dolencia fuera donde fuera y viniera de donde viniera, te daba una pastilla de carbón.
Recuerdo haber visto la imagen en la pequeña televisión de 10 pulgadas: un avión estrellándose contra una torre gigante. Al lado, su hermana gemela ya herida botaba humo negro. Pregunté cómo se llamaba la película. La enfermera me dijo que era real, que estaban atacando el “World Trade Center”. Ahí me sentí idiota. Qué chucha era eso. Para no quedar como ignorante, no pregunté nada más.
Llegué a mi casa y la televisión estaba dando lo mismo, pero ahora las torres se desplomaban, y la imagen se movía: el camarógrafo tuvo que salir corriendo para que no lo alcanzara una gigantesca pared de tierra y escombros que igual lo alcanzó. Yo, con mi mente de niño de 12 años, pregunté dónde quedaba eso. Mi vieja me dijo que era Nueva York, Estados Unidos.
Pensé “qué triste. Cómo pueden hacerles eso a ellos, que hacen tan buenas películas, que tienen Disneyworld y que han sido héroes en tantas guerras”. Mente inocente de niño. Para ese entonces, los doce 11 de septiembre que había vivido eran para asociados con Allende, La Moneda en llamas y Pinochet con lentes oscuros. También con algunas escaramuzas en las poblaciones, carabineros heridos, encapuchados lanzando piedras. Todo muy local.

Hoy, a diez años de ese terrible ataque, creo que en parte fue karma, esa creencia ”“básicamente oriental”“, de que las acciones buenas atraen cosas buenas y viceversa en la vida de la gente. Los budistas se basan en esto para asegurar que existe también la reencarnación.
No soy un antiimperialista, para nada. Pero creo que, si realmente existe el karma, la nación del norte tiene muchas cosas por las que pagar: intervenciones militares clandestinas en Sudamérica durante los 70”’, una guerra kamikaze en Vietnam y otra parecida en Afganistán, ambición desmedida y necesidad absoluta de imponer visiones a mundos diferentes (es ilógico pensar que el Islam se dejaría “occidentalizar”). Todo muy internacional.
Es, realmente, una lástima. Durante el ataque a las Torres Gemelas murieron casi tres mil muertos. Probablemente, todos ellos no tuvieron ninguna responsabilidad en las decisiones de sus autoridades ni de los genocidios que cometió su nación. Pero, como dice un refrán, esta vez sí cristiano, en la vida muchas veces pagan justos por pecadores.
Irónica la fecha, eso sí. Un 11 de septiembre. Y un martes. El golpe de Estado en Chile también fue un martes 11 de septiembre. Tanto ellos, en su grandilocuencia y poder, al centro del mundo, como nosotros, pequeños, aperrados, un poco creídos y aislados de todo, conmemoramos lo peor del ser humano, porque no hay nada que rescatar.
Publicado por Fernando Pérez G.
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