
Por Guillermo Scott
Partió como una pelota de ping-pong y el día de la operación era una pelota de tenis. Estaba en el cuello, justo en la parte donde comienza el cráneo. Me lo pillé viviendo en Buenos Aires y un matasanos con verso porteño, al tacto, me dice que es una bola de grasa y “quédate tranqui”.
Y me quedé tranquilo, pasó como un año y medio y nunca le di la importancia que ‘ merece tener una huevada así en el cuello. Quizás una parte de mí (la más romántica e imbécil) quería morirse, anuló la racionalidad de ir a un doctor y le di chipe libre al tumor para que creciera dentro de mi cuerpo. Al final terminé visitando al doctor y al dermatólogo,’ por un asunto estético, ya que estaba demasiado grande y parecía jorobado. Me acuerdo que días antes de la consulta, un amigo en el estadio del Audax Italiano me puso una cara de espanto cuando lo vio y como que sentí algo extraño.
Comencé a tomarle el peso cuando el dermatólogo me dice, más serio que la mierda, que tengo que visitar a un oncólogo. Dentro de mi desconocimiento absoluto del mundo de la medicina, sabía que el oncólogo es el huevón de las malas noticias, del cáncer y para muchos el ángel de la muerte. Me mandó directo, el mismo día y sin pedir hora al oncólogo de turno de la clínica, me hizo unos exámenes y me dice que la supuesta bolita de grasa «quédate tranqui» era un tumor y que me tengo que operar lo antes posible, la próxima semana. Y me cagué de susto, salí literalmente con las patas temblando, me quedé mucho rato sentado en el auto, como con la cabeza en mute, pensando en mi mamá que lo ha pasado como las huevas en su vida y en cómo el mundo podía ser un lugar tan hijo de puta.
A mí el morirme en verdad me importaba una raja: He vivido bien, quise y me quisieron, trabajo haciendo lo que siempre soñé, tengo amigos la raja, huevié, me drogué, lo pasé mal, viajé por el mundo y si me tengo que morir mañana lo voy hacer contento. Mi rollo era con mi vieja, el sufrimiento de ella era la único que me importaba.

Ese día no andaba en mi auto, que no tiene radio, andaba en la camioneta de un tío porque tenía que hacerle un favor. Cuando decidí prender el motor para partir de esa clínica a la botillería más cercana, en la radio comenzó a sonar «Al lado del camino» de Fito Paéz (hasta ese minuto, en mis registros, una canción de mierda) y me di cuenta que Dios es guionista, el huevón, y que me estaba hablando por la radio. La canción dura 5 minutos y fue la experiencia fue más mística que he tenido en mi vida, cada frase de la canción me hacía demasiado sentido, Cagué con el «Me considero vivo y enterrado» y después de años, pude volver a llorar.
Y no me’ estoy haciendo el machito boys dont cry, no poder llorar es algo que te mata como persona, te transforma en un robot y te crea una frialdad que te asusta y te hace querer llorar y no podís. Yo a mi abuela, que la quería más que la mierda, no la pude llorar cuando se murió y eso no me lo perdoné hasta ese día. Cuando Fito termina de cantar «Dormirte cada noche entre mis brazos» tomé la decisión de que no me podía morir, que tenía que zafar, que como soy un animal de buena suerte ‘ tenía que salir, una vez más, parado.
Me sacaron el tumor a exactos 20 años de la muerte de mi viejo y eso me tranquilizó en todo momento. Yo no creo en nada ni nadie, pero ese fue otro de los momentos místicos de esta historia, como que lo sentía por primera vez cerca al huevon, me acompañaba y esta vez no me iba a dejar solo.’ Al sacarme el tumor se completaba la fase uno, extraerlo de mi organismo. La fase dos era analizarlo y llevarlo a biopsia para ver si es cáncer.
La posibilidad de tenerlo era de 50 y 50 y, de ser cáncer, las posibilidades de zafar eran bajas debido a la posición estratégica donde creció mi amigo. En 14 días estaban los resultados. Esos fueron días convulsionados, al principio me di con cuática, luego me puse místico, me quedaba fumando weed, viendo el amanecer, escuchando en repeat «All my friends», tomando decisiones importantes para mi supuesta vida futura. Una de esas noches, en los últimos días de la era Cuevana, apareció mi amigo Seth Rogen en una carátula y sin dudarlo le di play a «50/50», la película.

«50/50» cuenta la historia de un cabro de mi edad (Joseph Gordon-Levitt)’ al que le detectan un tumor y está en una situación absurdamente parecida a la mía. Enganché con la peli y su mensaje de optimismo ante todo, de afrontar las cosas como vengan y tratar, al igual que los sanos, de no morirte ese día. El rollo de la segunda vuelta, las otras oportunidades, el volver a enamorarte y tratar de no perder la dignidad, aun cuando tu cuerpo te esté apagando la vida. Pero la película no se trata de eso, el mensaje es el del valor de la amistad y ahí el personaje de Rogen se convierte en el verdadero protagonista de la historia.
Todos tenemos o somos un buen amigo. Yo por lo menos trato. La película es sobre la amistad, esa gente que siempre va estar ahí para ayudarte, para apañar, para escucharte cuando estas curado hablando huevadas. También están en los momentos duros, ahí, silentes, pero fieles como un perro.’ Hay amigos que te cobran sentimientos porque no los ves, lateros, pero hay otros que no los ves en muchos años y es como si no hubiera pasado un día. Pueden darse peleas, pero los amigos de verdad, cuando pasa la rabia y llega la calma, siempre perdonan a su compadre. Otros no vuelven más, pero nadie los extraña, no así los que mueren, que siempre serán recordados con cariño.
Para mi lo más importante de la amistad es tener buenos momentos, esos cuando nace la risa, porque puta que es importante el reírse en esta vida. Yo, al final de todo, el día que me muera me quiero quedar con la risa.
Al final el tumor era benigno. Zafé.
Publicado por Guillermo Scott
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