Violines punk, ketamina y prostitución: una historia real

Publicado por Luc Gajardo

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Por Luc Gajardo / Fotos por NJ López / Producción de arte: Carolina Dagach

Amanda nació hace 25 años en Santiago. A los 14 entró a estudiar a un instituto artístico.’ Quería ser violinista, pero ese año sus planes se fueron a la misma chucha: la metieron a rehabilitación por sus frecuentes carretes con punkis que duraban toda la noche macheteando, tomando, y fumando. O sea que a los 14 Amanda no llegaba a dormir a su casa.

Amanda es un nombre falso, pero su historia es tan real y tan fuerte como un ataque al corazón.

Como consecuencia de los carretes punki-pasando-de-largo-en-la-calle Amanda estuvo un año internada en rehabilitación, cortesía de su madre y el lapidario diagnóstico de un siquiatra. A veces, pero pocas, adentro tocaba violín. “En la clinica habia caleta de adictos a la pasta, al neoprén… lloré muchísimo. Era rara la clinica, media chanta, súper cara y no haciai mucho,’ salvo terapias de grupo. Un hueón contó que había violado a una mina, súper fuerte. Pero por otro lado, me cargaba vivir con mi mamá así que después de la pena lo pasé bien. Estaba con’ pura gente de mi edad, en un momento eran puros hombres y yo. Estaba aislada de todo, no tenia ni que ir al colegio, nunca me sentí angustiada”.

Al salir de ahi, fue matriculada en un colegio religioso de Las Condes. Todo súper correcto. Demasiado. Echaba de menos el instituto de arte. Dejó botado el violín. Le costaba relacionarse con’ sus compañeros, no quería que nadie supiera que había estado internada. Así pasó el resto de la media. “Iba a la Blondie, me gustaba esa onda, y empecé a pololear con niñas, estaba chata de los hombres,’ habia tenido muchas desiluciones, además habia visto un poco de lo peor: drogadictos, violadores, puros hueas. Fui lesbiana como 4 años, de los 17 a los 21. Mi mamá lo aceptó bien, incluso tuve otras pololas. Pero cuando cachó que tenia un pololo se le desajustó el sistema, y empezó a enloquecer de nuevo por mi culpa.”

Amanda salió del colegio y entró a estudiar pedagogía en arte. “Me fue como el hoyo en la prueba y me metí porque me gustaba, pero sin cachar mucho. Era super ñoña, super inocente. Se hueveaba caleta, y la malla me gustó caleta también, no me eché ningún ramo, quizá uno, pero me sacaba buenas notas. Fumaba y tomaba harto. Era bien curada. Primero era piola, una cerveza después de la U, pero después me metí más en la coca y en harta fiesta en la semana. En esa época conocí la ketamina.»

La ketamina, por si no lo sabes, es una droga alucinógena, y también un anestésico de uso veterinario.

«Es súper sicodélico, te picai la huea y tenis un psico-viaje. Alucinas un montón de cosas, sueños. Como que te inyectas sueños. Eso dura como dos minutos y despues despiertas y todo se empieza a mezclar, es como una mini heroína supongo. Hubo un tiempo que me gustaba demasiado, queria estar haciéndolo todos los dias. Me picaba caleta, como cinco veces al día. Harto».

Bien sabido es que no se juega con la locura, porque la locura no juega. Por este tiempo es donde a Amanda le queda la zorra en la vida. «Terminé la licenciatura, congelé, y me metí a un instituto para hacer’ paginas web, pero me cargó la hueá de estar todo el dia metiendo claves a un computador, no fui casi nunca. Esa fue mi época más drogaditca, coca, keta, carrete».

A esa velocidad hay pocos segundos para tomar decisiones. Hartas probabilidades de chocar. A esa velocidad va cuando sospecha que el pololo la engaña, y con una amiga. Se junta con la amiga, no sin antes envalentonarse con ravotril y copete, y todo termina en una violenta y ruidosa pelea, al punto que llegan los pacos, se va detenida. Llega su padre que vive en el sur. Le pillan las agujas, se la llevan al sur.

Allá vive con su padre y su esposa y sus hijas, que son chicas, y a las pocas semanas la echan de la casa. «Me dijo que era un mal ejemplo. Andaba con un ánimo de mierda, lloraba todo el día. Estaba angustiada porque mi rutina era súper drogadicta y allá era todo muy piola. Estaba asqueada de mi vida: ahí se me ocurrió hacer algo más radical.»

¿Radical como raparse al cero? ¿Tatuarse la cara? ¿Irse a la India y convertirse al budismo? No. No en el caso de Amanda.

«Me fui a vivir a la pensión de una viejita. Entré a trabajar en el casino, pero no me gustó. Queria algo especial que en verdad calara en mí. Así que entré a trabajar a un café con piernas. Era también por venganza, pensaba que si mi ex llegaba a saber iba quedar pa la cagá. Me metí por eso. Además ganaba plata, tomando harto y carreteando. El café estaba recién empezando y era piola, trabajaba en falda y polera. Los clientes entraban por curiosidad, un poco tímidos, a lo más te ponían una mano en la pierna. Nunca me dio nervio. No me lo cuestioné tanto, había’ caído’ tan bajo que no me sentía mal, no me entraban balas».

En el café con piernas, Amanda ganaba como 10 lucas diarias. Estuvo dos meses. Pero si ya había caminado hasta el río, se iba tirar, obvio. Decidió irse a un verdadero cabaret putero y campestre, típicamente rural, un local donde van huasos, tocan cueca, cumbia, bachatas y rancheras. Amanda llegó a un galpón grande, con un escenario y unas pequeñas y tristes habitaciones en la parte de atrás para los privados. Una cantina con Wurlitzer. Amanda baila ahí todas las noches, con trajes porno, sostenes y calzones, faldas cortas. Se compra atuendos, medias, zapatos altos.

«Ahí era brígido. Tenía que ser chora con los hueones, y conquistarlos. Al principio decia que no hacia privados, pero me empezaron a ofrecer plata. Hasta que derepente dije «vamos», para juntar plata, porque me queria ir a Argentina o algo así. Un dia fue un tipo que a mi como que me gustó un poco. Debo haber estado bien curada, porque igual era viejo, tenía como cuarenta y tantos, casado, de Santiago. Me insistía para que fuéramos al privado, le dije que para la próxima. Igual me caía bien, no era rancio ni nada. Volvió dos semanas después. Le dije «yo te conozco» y me dijo «vamos» y fuimos. No me gustó nada, pero era plata, sacarse la ropa, y follar. Por 50 lucas, demasiado barato. Le chupé el pico, le puse el condón y toda la hueá duró como 15 minutos y después sólo conversamos. Hablamos de su esposa, creo».

Después de eso, salió corriendo a contarle a sus compañeras, emocionada porque había hecho su primer privado. La felicitaron. Las más viejas le decian que tenia que aprovechar que era joven.

«Me tiré como a 5 huevones. No sentís nada, eris un objeto, sólo tenis que abrir las piernas y hacer como que lo estay pasando bien. Pero no te importa nada, o sea te cuidai y todo, y ojalá que el hueón se pegue, por lo menos, una ducha antes. A un tipo una vez no le cabía el condón, no se lo pude poner bien y me urgí caleta. Pensaba que me podía contagiar algo. Ahí pensaba ‘nunca más hago esta hueá’. Otra vez una compañera llegó con la cara pa’ la cagá, un loco le había pegado unas cachetadas mientras estaban culeando. Por suerte nunca me pasó algo así. Bueno, una vez un hueón me dio como caja, quedé mal, siempre me habían tocado huevones que se iban cortados al tiro, pero este conchesumadre me’ decía’ «ponte asi, ponte asá» y yo estaba onda ‘por favor que se vaya cortado este hueón, qué le pasa a este conchasumadre’. Fue hardcore porque fue mucho rato, y te empieza a doler».

7 meses duró ahí. Hasta que todo se hizo demasiado. «Me estaba desgastando un montón, así que renuncié y estuve un mes carreteando,’ gastándome’ lo que había ganado. Obviamente me echaron de la pensión y me fui a vivir con una amiga del local a una casa con un loco que estudiaba medicina. Mi amiga era lesbiana, había terminado con su polola y también estaba trabajando en lo mismo. Estaba’ mal. Tuve que acogerla harto, porque a mí me habia pasado algo parecido.»

Así estuvieron hasta que se les acabó la plata y Amanda decidió volver a Santiago, terminar su carrera, y a estas alturas, por qué no, probar suerte en lo mismo acá. «Fui a todos los cafés de Mac Iver. Era divertido porque yo era como la niñita del sur, pero los encontré demasiado flaites. Quería algo más decente. Ya había tenido suficiente, una vez allá en el sur un hueón empezó a dar jugo con una pistola. Llegaron los pacos, y nosotras cagadas de miedo escondidas debajo de las mesas. No quería nada más de eso».

Entonces llegó al mítico Passapoga. «Ahí era pro, había un camarín con espejos, focos, todo súper lindo, un tremendo escenario. Era como una película, otro mundo. Yo hacía 3 shows: uno que cantaba de conejita, de pendeja. Otro que era con una canción de Luz Cassal. El otro era con ‘Eyes without a face’ y un traje como de Tigresa del Oriente. Era un striptease, bailabas hasta quedar en pelota. Al primer dia me sacaron y me pagaron 200 lucas. Yo estaba vestida de diablita, embalada bailando, y las otras minas mirándome feo. Viene un mozo y me dice que un cliente quiere estar conmigo. Tenía como 40 pero era bien rico, rubio, grande. Fuimos a un vip. Ahi se sacó unas puntas y me preguntó cuanto cobraba y yo no cachaba bien, pero le dije 200 lucas y nos fuimos a un hotel. Esa vez jalamos tanto que lo empecé a pasar bien, ahí me sentí pésimo, como el hoyo, porque estaba pololeando.»

Ahí, por primera vez, a Amanda le cayó la teja. Un sentimiento de culpa, y de que la moto se le había arrancado demasiado lejos demasiado rápido.

“La hice 4 veces, una vez me pagaron 130 por irme con otra loca más, y otra vez 50 por sólo darle besos a otra mina. La ultima vez me fui con un canadiense a un hotel de lujo. Me pagó 200 lucas por agarrar un rato y chupársela. Pero sabís qué, ahí corría demasiada coca, entonces las cañas eran terribles. Un día yo estaba pal pico y le confesé todo a mi nuevo pololo. Le pregunté si’ quería’ terminar conmigo y me dijo que no. De ahí seguí yendo un tiempo más, pero no hacia privados, estuve como un mes y medio. Terminé renunciando porque me desgastaba igual y ganaba mucho menos entonces no tenia sentido: si no puteai no ganai.”

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