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Niño Cohete, la sorpresa musical de Concepción

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Por Juan Pablo Vergara, desde Concepción / Fotos por Constanza Rubilar, Edi Sonidos

Partamos cronológicamente. Partamos mencionando que Niño Cohete es una banda penquista (entiéndase, oriunda de Concepción), proveniente de una camada de bandas catalogadas como “indies”, en que el uso de sintetizadores es la regla y no solo una llamativa innovación. Sigamos haciendo mención a su primer disco, “Aves de Chile” (el único a la fecha), producido por Fernando Milagros y grabado al aire libre en las orillas del lago Lanalhue. Rematemos destacando que, en la presentación de su disco debut, el escenario haya sido ornamentado con decenas de avioncitos de papel dispuestos en el aire. Eso a modo de introducción.

La primera vez que escuché (o mejor dicho, leí) sobre Niño Cohete, fue en la (comillas) sección cultural del diario El Sur de Concepción. En lo que ocupaba la mitad de una plana, figuraba la banda penquista como una de las principales propuestas del catálogo de Contienda Nacional, una plataforma chilena donde variadas bandas nacionales buscan la financiación colectiva de sus proyectos, a través de los denominados “apañadores”. En este caso el proyecto era la realización del disco “Aves de Chile” y los apañadores eran fans de la banda, quienes aportan determinadas cantidades de dinero a cambio de una lista de beneficios.

La segunda vez que escuché de Niño Cohete fue por una amiga que me dijo “oye, cachai a esta banda, me obsesioné con ellos. Quiero ir a verlos a la sala dos” y me recomendó que los escuchara. Bajé las doce canciones del disco, me gustaron de inmediato, los escuche mañana, tarde y noche, en la micro, en la calle y en la ducha y a la semana siguiente ya estaba comprando las entradas para verlos en vivo.

Una hora antes de que comenzara la música, la galería que alberga el Teatro ex Sala Dos ya estaba prácticamente repleta. A eso de las ocho y media se abrieron las puertas del que algún día fue el majestuoso cine Lido. Las quinientas butacas se fueron llenando de a poco, mientras en la oscuridad de la sala se oía el rumor de pájaros, que sirvió de fondo para prácticamente todas las canciones del disco. La música comenzó antes de que las cortinas se abrieran, los rezagados ocuparon los últimos puestos y aprovecharon los segundos finales para actualizar sus estados de Facebook. Entonces los Niño Cohete irrumpieron en el escenario. Decenas de avioncitos de papel y luces de navidad adornaban el escenario. La propuesta era musical, pero también estética. Una proyección de vegetaciones frondosas y de animales variopintos se movía tras los integrantes de la banda. De jeans ajustados, heterogéneos tatuajes y una guitarra de palo, el chico alto de la voz, frontman de Niño Cohete, cantaba como sacado de un catálogo vintage.

Niño Cohete comenzó con el pie derecho y fue ascendiendo a lo largo de sus pegadizas e íntimas canciones. En el transcurso fueron develando como “Aves de Chile”, fue grabado al aire libre, a orillas del lago Lanalhue, lo que los mantuvo viviendo en una modesta cabaña por varias semanas. El resultado saltaba a la vista y también al oído y eso se agradecía. La música transitaba desde la intimidad de “Lanalhue”, hasta la energía de “La Muerte”, el primer single de su Larga Duración. La interacción con los asistentes fue distendida y las anécdotas del proceso de realización del LP fueron variadas. Terminando con el repertorio, sentí que era testigo del génesis de un destacable grupo de músicos, de los que de seguro volvería a escuchar nuevamente, conquistando escenarios a lo largo del país. A la salida, los apañadores recibieron un paquetito con contenido exclusivo y las fans más blondas se aglutinaron para comprar el disco, que no era nada de barato.

En la micro de regreso a la casa, fui escuchando “Cazando lagartijas” y “Osos y cazadores”, una y otra vez.

El viernes fue el turno de los recontra archi vanagloriados Ases Falsos. A diferencia de los melancólicos Niño Cohete, esta vez esperaba levantarme de mi asiento y repartir algunas patadas bajo el escenario, pero mis ambiciones tuvieron que esperar. El obstáculo tenía por nombre Mantarraya y eran penquistas y sonaban bien, por lo menos en soundcloud o en youtube. En vivo Mantarraya dejó un sabor a deuda, una propuesta que en algún momento debió explotar, pero que finalmente no calentó al público como se esperaba. Personalmente me quedo con su sonido atmosférico y sus llamativos compases de batería. Personalmente desecho al vocalista que, con todo respeto, parece no encontrase a la altura del desafío, restándole poder a lo que con una potente voz podría ser una grandísima banda. Aun así, «Ciencia Natural» me sigue pareciendo un buen y pegadizo tema.

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Los Ases Falsos aparecieron sobre un escenario escueto, solo provisto de un par de luces y una máquina de humo totalmente innecesaria y poco funcional en espacios cerrados, como un antiguo teatro instalado dentro de una galería. Pero a pesar del humo de mierda (que parecía más cercano a las lacrimógenas dentro de una protesta, que a un concierto de rock) el público celebró con éxtasis la aparición de lo que podríamos comenzar a llamar cómo Briceño y Compañía. A diferencia de la parada vintage de los Niño Cohete, los Ases Falsos aparecieron como recién sacados de la cama, con tenidas caseras y totalmente casuales. En contraste con la estética minimalista de los indie pop de Conce, los Ases parecen sostenerse principal y únicamente desde su música, desde sus letras y desde los excéntricos bailes de Briceño sobre el escenario. En un contacto horizontal con el público, semejante a una conversación con dos piscolas enfrente, Briceño desentrañó los detalles anecdóticos del viaje de la banda hasta Concepción, como la desesperación que en el trayecto no hayan puesto ninguna película o que a la altura de Talca a alguien se le haya ocurrido perfumar el bus con olor a baño. El repertorio pasó por todo el Juventud Americana, evocando algunos clásicos de Fother Muckers, como «Lobo Mayor» y «2022», llegando hasta «Placidamente», el single que se viene en su nuevo disco.

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Cabe destacar el sorpresivo cover de «Juventud», de la setentera banda chilena Tiza, con el que comenzaron el concierto. Cuando ya parecía que todos y todas estaban a punto de saltar de sus butacas, Briceño hace el llamado a arrimarse hacia el escenario para saltar unos sobre otros al ritmo de Pacífico. Luego lanzaron las uñetas, la botella de agua mineral y dejaron los instrumentos descansando sobre el suelo negro. Todos esperábamos otra canción, pero los Ases Falsos dijeron chao y no volvieron, y a mí me gusto que no fueran de esas bandas para el espectáculo que les gustan hacerse rogar.

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