Columna: un mal día de trabajo en la lechería de Australia

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Francisco Hadi es un agrónomo chileno nacido en Coyhaique, Chile. Desde hace varios años ha estado yendo y viniendo entre Australia y Nueva Zelanda, lugares donde ha trabajado en variados oficios, desde cuidar cocodrilos a limpiar campos enteros llenos de piedras y palos. Desde hace un par de meses reside en parte continental de Oceanía, donde trabaja en una lechería mientras planea continuar un viaje inconcluso por el sudeste asiático. Esta es la historia de un mal día de trabajo, cerca de Port Campbell, Australia.

Fotos y texto por Francisco Hadi desde Victoria, Australia

Lo voy a contar con detalles, no muchos en honor al tiempo. Eran las 12 pm y la temperatura a esa hora debe haber bordeado los 30 grados. Pensé que ya había hecho suficiente, había trabajado 7 horas descontando 45 min de desayuno, y por lo tanto me fui al rancho a almorzar. Me pasaron varias cosas en el trayecto y otras más en la casa, pero aquí pondré las más relevantes. Me llamó «uno de mis jefes» (y lo pongo entre comillas porque acá, al parecer, todos son jefes menos yo, aunque a mi cargo tengo dos perros quiltros que mucho caso no me hacen) y me dijo que, lastimosamente, tenía que trabajar el día de año nuevo. La verdad me dio rabia y recordé el manifiesto comunista, al pueblo cubano que cuando llora hace temblar a la injusticia, a Vietnam, al poeta Ho Chi Minh y la batalla de Điện Biên Phủ. Pensé en formar un sindicato con mis dos quiltros, hacer un paro y exigir horas de descanso, que nos paguen más plata y nos den petróleo, pero estaba muy cansado y la rabia se me fue pensando en lo bueno que sería tomar una siesta y hechar un rato los huesos.

Estaba en eso eso cuando recibo una llamada de otro de mis jefes diciendo que, por favor, vaya a buscar las vacas, que él iba a ordeñar esa tarde porque el último recuento de células somáticas había salido muy alto, lo mismo a decir que yo no estaba haciendo bien la pega, estaba escondiendo vacas con mastitis u algo estaba yo haciendo mal.

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Nuevamente recordé al aguerrido pueblo de Fidel y los maoístas en Laos, pero esta vez dije «Mejor trabajo más, así ahorro y después voy a otra parte donde encuentre otro trabajo». Ya sabía que no iba a dormir siesta y que tenía que ir a buscar las vacas. Partí con mi cara de sudamericano y con la mierda hirviendo. Por supuesto las vacas no estaban donde me dijeron y pasaron algunas cosas más, pero aún así mantuve la calma y seguí con mi trabajo. Fui a buscar la mamadera con ruedas para alimentar a los terneros, pero antes de partir me di cuenta de que la moto no tenía el coco, o acople de arrastre, porque se lo había puesto uno de mis jefes a su regalo de Navidad: un ATV más grande que una moto y que más bien parece un jeep chico. Entonces pregunté qué vehículo podía utilizar y me responden «Anda en la moto vieja, esa tiene coco». Me subí a la moto, que a todo esto es cuadri-moto, pero para mi es una moto no mas, y partí en busca de la mamadera.

A lo que voy llegando al potrero empiezo a frenar y no pasa nada con ninguno de los frenos. Ya es muy tarde para saltar, así que aprieto las muelas y me mando contra la tranquera, que era de tablas. Pasé de largo. Me veo tirado en el pasto y pienso «Ahora voy a pasar año nuevo en el hospital», si hasta me imaginé comiendo jalea. Me paro, me reviso y no encuentro nada, solo un par de rasguños. Estoy íntegro. Me reviso las manos y una tiene un rasmillón, pero la sangre no alcanza ni para testear el azúcar. Me dio rabia, más de la que ya tenía. Agarré la mamadera, se la acoplé a la moto y partí a buscar la leche para las terneras. Me estacioné y estoy cargando la leche cuando llega uno y me pregunta qué le pasó a la moto y le digo «anda a mirar tu tranquera, que de esa no quedó nada» y me pregunta si me pasó algo y le digo que eso es lo peor, que me revisé hasta los colmillos y no tengo nada aparte de unos rasmillones miserables que bien podría habérmelos hecho un gato.

Ese fue mi día. Estoy estoy cultivando la paciencia, como dijo un colega. De aquí parto al Tíbet o a Manali para que el Lama me nombre monseñor u obispo.

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