Pablo Illanes: «En las películas la invitación es a jugar con otras reglas»

Publicado por Ignacio Molina

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Por Ignacio Molina

Pablo Illanes. Te dicen Pablo Illanes y piensas en lo que piensa todo el mundo al oír este nombre: Cathy Winter, DJ Billy, baila baila sin parar, somos las reinas de la noche, poner un disco eterno y moverme tornasol, Paolo Meneguzzi, Axel Schumacher, La Diente de Oro, quiero que me trates suavemente, Carrie Castro, Sarita Mellafe, cometa Halley, Alguien te mira, ¿Dónde está Elisa?

Pienso en todo eso justo antes de entrar a la función de prensa de «Videoclub», la segunda película de Illanes tras «Baby Shower» (2011) y con la que le da el vamos a una trilogía de suspenso.
En sus palabras «Videoclub» «es la historia de un chico cinéfilo enamorado de una chica que está fuera de su alcance y de cómo este chico se hace hombre, se convierte en héroe e intenta salvar el mundo de un holocausto zombie ». En mis palabras, luego de verla, «Videoclub» es todo lo que le pides al cine: desconectarte de la realidad, sumergirte en una historia tan distante como cercana, y pasar un rato agradable junto a un grupo de personajes que, de algún modo, hasta podrían ser versiones de tus propios amigos.

Y esa es la gracia de Illanes.

El tipo sabe construir personajes. Sabe leer las señales de cada época. Y puede, por lo mismo, hacerte viajar en el tiempo mediante un par de detalles y alusiones que va deslizando a medida que avanzan sus películas, sus series, sus teleseries. Y si bien comparte un montón de cosas con Breat Easton Ellis, uno de sus referentes, en ningún caso se trata de una saturación de elementos pop. Illanes, al contrario, con poco hace harto. Un método que también lleva a los apartados técnicos de su cine: B, slasher, de terror, bizarro, la etiqueta da lo mismo. Los temas son siempre el pasado, el daño, el abuso, la conspiración, la paranoia. Es un cine honesto por donde se lo mire. Porque si bien el oficio de Illanes es escribir, nunca te anda con cuentos. ¿Se pude discutir el rastro, la marca, que dejó «Adrenalina» en los que crecimos en los noventas? ¿O los asuntos que «Machos» puso sobre la mesa? ¿O los terrores y paranoias que incrustó «Dónde está Elisa»? ¿O, sin ir tan lejos, la factura de «Prófugos»?

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Illanes creció viendo películas. Es de esos cinéfilos que ven más de tres diarias y se aprenden toda la trivia posible. De ahí aprendió a sintetizarlo todo y a atraparte con los rumbos y secretos de sus personajes. Un tipo que termino estudiando periodismo —y no cine porque las escuelas estaban cerradas en dictadura— ya que en la biblioteca de la facultad de periodismo, que lo llevaron a visitar cuando iba en el colegio, se tropezó con libros de Hitchcock y Scorsese junto a VHS amontonados con capítulos de «La Madrastra» y «Los Títeres».

—Crecí en los videoclubs. Cuando era adolescente me hacía socio de todos porque siempre había hallazgos o películas inconseguibles. En la película la idea del videoclub como un mundo extinto está muy presente y tiñe a la historia con un color nostálgico. Es un síntoma de un cambio muy radical y que se debe a los hábitos del espectador en el mundo de hoy, que claramente no es el mismo que el de los 80s o 90s.

Hay mucho de Illanes en «Videoclub». Sobre todo en el primer tramo. El protagonista, Miguel, es una versión de él mismo. Un muchacho que creció en el Chile de la transición divirtiéndose pegado a la pantalla y también improvisando en la realización de películas caseras.

—En mi adolescencia, como Miguel (Pedro Campos), hice una película llamada Víctimas de la locura. Era la historia de David (Jorge Hernández), un poeta maldito, coquero y que recorre las calles de la Villa Macul en un Fiat 147. Durante uno de estos recorridos David es testigo de un crimen, lo que produce un desequilibrio en su carácter que lo lleva inevitablemente a cometer asesinatos. Nunca terminamos de filmarla porque todos los días inventábamos más estupideces.

—Pablo, en «Baby Shower» hay varias escenas de culto. Una es cuando al personaje de Pancha Merino la desvisten en medio de los árboles y la penetran (sic) analmente. La otra es cuando Claudia Burr le descuartiza el pene al malo del filme. Puedes comentar sobre ellas.
—Esto nunca me lo habían preguntado. La primera escena, la violación, no estaba en el guión original. Al personaje de la Pancha la mataban con una hoz y llegaba a la casa literalmente partida en dos. Obviamente no pudimos filmarla por falta de presupuesto. La idea de la violación, aunque parezca insólito, se le ocurrió a la propia Pancha Merino. Un día me llamó y me preguntó si podíamos hacer algo un poco más extremo y yo le dije que sí. Entonces ella propuso que como el personaje era tan conservador y prejuicioso lo mejor sería empujarla al peor drama que puede enfrentar una mujer: una violación. La escena inicialmente era mucho más larga pero nadie podía soportarla. La Pancha estuvo siempre muy comprometida, pero cuando tuvimos que repetir por quinceava vez lo mismo en un momento se puso a llorar. Fue muy arduo también para Pablo Krogh, (el que la violaba), un tremendo actor que ya no está con nosotros.

Y la escena de la «chúplica», como le pusieron los técnicos a la de Claudia Burr, también fue complicadísima. Fue la última noche de un rodaje largo y estábamos todos cansados. No pudimos repetirla tantas veces porque era muy tarde, había problemas de iluminación, y en un parque nacional muy oscuro. Aun así pienso que los actores se lucen y el impacto se logra. Tanto Claudia Burr como Álvaro Gómez fueron muy pro.

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—En «Videoclub», al igual que en «Baby Shower», trabajas con actrices que han tenido papeles en las teleseries que has escrito. Por ejemplo están Berta Lasala (Adrenalina), Ingrid Cruz (Machos) y Luciana Echeverría (Témpano). La diferencia es que en pantalla grande las ubicas en otro contexto. Como por ejemplo Pancha Merino violada analmente. ¿Con qué limites te has topado al momento de escribir guiones para televisión?
—En las películas la invitación es a jugar con otras reglas, en otra cancha. Eso es el cine de género. Pienso que los actores lo agradecen porque es muy difícil que en televisión o en el cine más clásico interpreten personajes con las particularidades del cine de terror.

—¿Escribes los papeles en relación a lo que conoces de las actrices?
—En las telenovelas, por ejemplo, sólo escribo. El casting en las telenovelas no tiene nada que ver conmigo. Uno a veces sugiere, pero la decisión final siempre la tiene el director. Por lo general me gusta trabajar con actores que conozco o con los que tengo confianza, aunque no siempre. A veces también escribo para algún actor o actriz en particular, como en el caso de «No tengas miedo», mi próxima película, que tiene como protagonista a Claudia DiGirolamo. En el caso de Berta, en «Videoclub», necesitaba una comediante, una actriz que fuera capaz de reírse de sí misma y que al mismo tiempo representara los valores de esta madre tan especial, que es un poco ese Chile de la transición: desconfiado y escéptico a los cambios.

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—Leí que «The Walking Dead» fue una inspiración a la hora de realizar «Videoclub». ¿Cómo resolviste el tema del maquillaje en la creación de los zombies?
—Michele Tornquist («I Shouldn’t Be Alive») fue la encargada de dar con el maquillaje preciso. Lo único que no queríamos era exagerar o parecer demasiado enmarcados en el zombie más tradicional. No queríamos perder de vista el tema de la enfermedad que progresivamente va avanzando en el organismo. Por eso estos zombies reaccionan, hablan, se desenvuelven casi normalmente, pero con la rabia siempre a flor de piel. Son seres violentos, pero completamente conscientes de su condición. Por eso el makeup tenía que ser muy preciso, con harta sombra y el concepto de las várices como elemento central.

—Si Santiago fuese azotado por una invasión de zombies, ¿Qué lugares usarías como refugio?
—El cine Arte Normandie, el Cajón del Maipo y Fantasilandia.

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