
Es imposible no haberse topado con más de algún video o foto sobre lo que está pasando en Venezuela en los últimos días. Nuestro amigo, Juan Víctor Fajardo (@juanvictorfg), es un periodista y fotógrafo freelance que vive y trabaja en esa nación. Acá una columna escrita por un venezolano hasta los dientes.’
EL DESCONTENTO
Por Juan Víctor Fajardo
La Revolución Bolivariana de Venezuela, hoy liderada por el sucesor de Hugo Chávez, Nicolás Maduro, enfrenta la mayor ola de descontento social con sus políticas nacionales en más de una década.
Los últimos días””difíciles para el país y para los venezolanos, más allá de sus posturas políticas””han dado vida a una serie de protestas espontáneas en el país que diluyen la capacidad del régimen y de nuestros gobernantes de mantener el orden social y (quizá más importante) de darle respuesta a los millones de ciudadanos que se oponen al proyecto de la Revolución.
Como suele suceder en las crisis, hoy se acentúan en Venezuela las contradicciones de ambos bandos del conflicto político. Lo difícil, a mí parecer, es no perder la brújula de la cordura y de la honestidad que debe orientar el rumbo de nuestro análisis. Es difícil ser portavoz del país, de ese país que existirá cuando se haya superado la actual coyuntura.
Hablemos primero de la oposición, esa categoría del quehacer político nacional que hoy avanza hacia la complejidad, se fragmenta, y se aleja, sin duda, de las simplificaciones inútiles. Decir que los millones de venezolanos que hoy se oponen al régimen son una banda homogénea de golpistas, fascistas, niños apátridas de la burguesía, es querer ignorar la causa real de su descontento.
Hay razones legítimas para protestar en la Venezuela de hoy. Supongo que mis lectores están consciente de ello. En quince años de revolución, el país ha perdido la imparcialidad de sus instituciones. El crimen, la inseguridad, y sobre todo la impunidad con la que operan sus autores, son azotes reales de la vida diaria en este país. La escasez de productos de primera necesidad existe. Las filas de venezolanos que buscan leche, harina, aceite, café y papel higiénico son reales. Escasean insumos en los hospitales. El debilitamiento del aparato productivo nacional también es real, al igual que el andamiaje legal con el cual se ha querido censurar a los medios.
No es suficiente decir que estos problemas han existido en nuestro país bajo otros gobiernos. No se trata de eso. Se trata de que existen hoy bajo este gobierno que a todas luces ha fracasado en solucionarlos oportunamente. Por eso protesta la gente, o al menos por eso protestaba cuando ocurrió la violencia que ha desatado la crisis.
Ahora hablemos del gobierno y de sus seguidores. Es cierto que el régimen de Maduro es la continuación de un proyecto político que hace más de una década sobrevivió un triste golpe de estado. De allí que se activen alarmas en el Palacio Presidencial cuando se habla de protestar y tomar la calle hasta que Maduro renuncie. Los que persiguen ese objetivo sin duda han perdido la ilusión de que este gobierno les brinde soluciones; algunos tenían 3, 5, 7 años de edad cuando Hugo Chávez ganó la presidencia. No por ello se justifica que se violen las leyes de este país en nombre de una “mejor Venezuela”. No se justifica el ataque vandálico a las instituciones del Estado ni las barricadas ardientes que hoy obstaculizan el libre tránsito de los venezolanos.
Si, cualquier proyecto político en el poder tiene el legítimo derecho de garantizar la continuidad de su gestión y el deber de garantizar el orden, sobre todo cuando se sabe que la mitad del país actualmente lo apoya. Ese derecho y ese deber no son cheques en blanco.
La hipótesis del golpe no amerita la violencia de Estado contra sus ciudadanos. Poco a poco avanzan las investigaciones sobre los hechos violentos del 12 de febrero en los cuales murieron tres ciudadanos desarmados después de las protestas; dos de oposición y uno del oficialismo. Ya se han identificado varios de los involucrados en los homicidios. Se trata de funcionarios del Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional (SEBIN), un órgano del Estado, quienes descargaron sus armas contra manifestantes. No creo que haya manera más fácil de apaciguar la crisis andante que hacer justicia ante estos hechos abominables.
En la coyuntura actual, sin embargo, pareciera que tomar medidas contra los identificados constituyera una “derrota” para el régimen de Maduro, ya que los individuos son funcionarios de su gobierno. He allí, amigos, lo preocupante de la circunstancia.
Cuando la justicia se aplica en base a cálculos políticos pierde Maduro, pierden sus adversarios, y pierde el resto de los venezolanos. Perdemos todos sin distinción porque se extravían la bases de nuestra república.
En momentos como estos, ni las palabras de los manifestantes ni las de su liderazgo tienen el mismo peso que las palabras de quienes gobiernan. En el Estado debe prevalecer la cordura y la honestidad, la justicia. Desde allí debe darse una explicación verdadera y precisa, con matices y detalles, de lo que acontece en la nación.
Cuando el Presidente arremete contra sus adversarios y los tilda de “infección fascista” que debe ser “derrotada,” hace todo lo contrario. Cuando sus allegados lo imitan, empeora la crisis. Con ello Maduro delata o una falta de comprensión de lo que ocurre en Venezuela o una clara intención a agudizar el conflicto. Con ello hace política partidaria y abandona su papel como representante de los venezolanos. Se presenta no como un líder con soluciones sino como un líder agitador en medio de la revuelta.
Han circulado imágenes falsas en Internet de la crisis venezolana. Algunas son de Egipto, de Rumania, o del conflicto armado en Siria. Eso hay que denunciarlo con contundencia. Son actos irresponsables que agudizan la situación y contribuyen al desorden informativo que ha caracterizado al conflicto. Sin embargo, insisto, la influencia de estas provocaciones no se equipara al impacto de lo que diga y lo que haga el Estado venezolano en función de las reglas básicas de convivencia y del orden social en Venezuela.

Las protestas siguen y seguirán mientras estén en vigencia sus reivindicaciones. No se detendrán con la persecución política de partidos de oposición tal y como se ha registrado en los últimos días. El allanamiento forzoso de la sede del partido Voluntad Popular, por ejemplo, liderado por el dirigente opositor Leopoldo López, no conducirá al cese del descontento. Esto lo digo en base a un hecho aparente, que dichas instancias de organización política no parecen ser ya los canales primarios de la protesta.
Existe en el país una sensación de desbordamiento. Se evidencia el accionar de grupos autónomos de ambos bandos que operan sin dirección que se conozca y atentan contra quienes estiman son sus adversarios. Se registran nuevos hechos de vandalismo contra instituciones del Estado sin que se identifique a cabalidad los autores de estos ultrajes. Se culpa sin pruebas a una oposición que a su vez son millones de venezolanos. En el interior del país, aparece de nuevo la violencia armada contra manifestantes. Más disparos. Nuevos heridos. Una joven mujer que fue reina de belleza ingresa al hospital con un tiro en el cráneo.
Ese es el rostro del caos, la demostración de que el Estado en Venezuela está ausente o inhabilitado. Su papel, repito, es ser la voz de la cordura; garante de paz y seguridad para todos los venezolanos.

Publicado por Cha Giadach
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