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Crónica Dura 1: cocaína

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Una cabra se contactó con nosotros porque quería contar su verdad. Su verdad con respecto a una vida ligada a las drogas y cosas por el estilo.
Nosotros aceptamos.
Bajo el seudónimo de “Simona” iremos descubriendo como se mueve un Santiago que siempre está’  jalando, volado o ebrio. Publicaremos estas crónicas todos los martes.
Saludos,
-Equipo Disorder.

Crónica Dura 1: Cocaína

Por Simona

alice

Odio la cocaína. Sobre todo porque casi toda la cocaína que llega a Chile es una mierda y no está ni cerca de lo que debiera ser. De hecho, cada vez que compro cocaína les digo a los dealers que es pa”’ vender, así ellos te cuentan todos sus sucios secretos. Háganlo una vez y sabrán la mierda que se están metiendo. Desde que la patean con anestésicos para que creas que porque se te duerme la boca esta buena, o incluso hay quienes se tragan los ovoides y los cagan, todo eso en Santiago, para darle un look más boliviano al producto.

La primera vez que jalé fue en un carrete. Tenía 16 años. Me ofrecieron comprar y sola tomé la decisión: 5 lucas y me la jalé toda. Desde ese día la cocaína estaba siempre ahí, en todos los carretes. Pronto, con mis amigos, empezamos a comprar cantidades vergonzosas. Recuerdo muy bien que, aún en el colegio, llegábamos a comprar 80 mil pesos de cocaína entre 5 amigos. Dibujábamos con cocaína. Cerros de cocaína.

Recuerdo que conocimos a un fotofóbico con el que nos encerrábamos a jalar días enteros en su departamento sin luz. Recién me había enamorado de la cocaína y ya se usaban mis tetas para que todos jalaran en ellas. Hasta que, claro, el amigo se fue a rehabilitación y tuvimos que empezar a conseguir por otro lado. Esos son los dos problemas de la cocaína: es difícil conseguir buena calidad, y los amigos se van a rehabilitación (y te das cuenta que no son tus amigos).

Sobre todo conseguir, porque si vas a jalar, asegúrate de tener una buena cantidad. Y si alguien te está invitando, que te asegure un futuro juntos, porque la angustia te puede llevar a hacer cosas que no quieres.

Cuando empecé a jalar supe que si carreteaba en La Feria o cualquier fiesta electrónica, algo me iba a caer. No siempre era fácil, había que repartir besos, subirse a autos de gente extraña y dejarse tocar.

Como ese día, cuando me fui del after del Frutilla para seguir jalando con el dealer. Absurdamente le creí que íbamos a otro after con más gente, pero cuando llegamos a un motel en Marín no tuve otra opción que bajarme, sonreír y enfatizar que nunca había ido a un lugar así.

Supe manejar muy bien la situación, es decir, ser simpática y jalar lo más posible. Todo hasta que el dealer de mierda se empieza a empelotar diciendo que no le queda más. Le dije que me iba, pero no le pareció muy buena idea y me empezó a tironear y a tratar de sacar la ropa. No sé cómo zafé y logré abrir la puerta de la pieza y salir. Corría por los pasillos del motel mientras él me perseguía en calzoncillos, hasta que apareció una señora y en vez de salvarme me dijo: “Si entró con alguien tiene que irse con esa persona”. Chao, para algo que sirva mi cara de pendeja: me puse a llorar fuerte y me dejaron salir. Hasta quisieron pedirme un taxi pero yo sólo quería estar a kilómetros de ahí.

Hoy por hoy la coca está en todos lados, es de una calidad de mierda, pero la puedes conseguir. En un bar del centro de la ciudad con sólo pedirte una cerveza de la manera adecuada llega a tu mesa una papelina de 5 mil. En la disco gay de Bella la pides en la barra. En la calle siempre ofrecen pero nunca es conveniente, no te vaya a pasar que terminas jalando sal.

Ahora, algo que he aprendido es que media clona y medio anti-depresivo son los mejores amigos para ir a dormir. No sé ustedes, pero si jalo mucho puedo llorar el día entero. Todo me da miedo y todo me da pena. Los sentimientos de grandeza desaparecen y eres una pobre mierda que dejó a sus amigos tirados para seguir jalando con unos weones horrendos. Estás pobre como rata y sin voz para poder gritar: “¡cocaína, te odio!”, sabiendo cuanto la amas.

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