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Crónica Dura 4: amaneceres

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wherethefuck
Por Simona

El otro día desperté y me costó mucho rato reconstruir la historia del porque estaba ahí: ¿Dónde estoy? ¿Quién está al lado? ¿Cómo llegué acá? Resultado típico de un cerebro que ha absorbido mas alcohol que cualquier otra cosa.

Curarse es la raja, sólo que es lo más peligroso del mundo. Más que cualquier otra droga, el alcohol realmente te lleva a lo peor.

Al principio eres simpático, lo pasas bien, pero después te transformas en un saco de weas. Aceptémoslo, no hay quien se salve: gritas una y otra vez el mismo chiste fome, bailas mal, hueles mal y hasta caminas mal. Tienes la suficiente personalidad y confianza para hacer cualquier cosa pero con las más bajas probabilidades de éxito. Siempre terminas joteándote a alguien y lo malo es el que alcohol invierte las leyes de conquista y antes de preguntar el nombre ya estás agarrándole el paquete al weón.

Pero lo realmente peligroso es cuando uno se cura de tal manera que el cerebro se apaga y el cuerpo queda funcionando con vida propia. Siempre hace cosas estúpidas, como escupirle a tus amigos, decir mentiras idiotas, llamar a gente que no te quiere, sacarte más ropa de lo que debieras y un sin fin de atrocidades.

A pesar de los incovenientes, el alcohol le da a la noche un misterio, un no-se-que-mierda-pasó mágico. Ese hermoso momento cuando abres los ojos y no estás seguro de nada. Como cuando desperté en el shaft de mi edificio, o en la oficina de Alcohólicos Anónimos arriba de mi propio vómito. Una vez me desperté en la calle Portugal y tantas otras en la cama de un completo desconocido.

Nunca me voy a olvidar del peor despertar de todos. Era una de esas noches en que se te mete el diablo adentro: el celular apagado y anteojos de sol en el bolsillo, preparada para todo.

Mi último recuerdo es haber estado jalando con gente desconocida en un lugar cerca de Santa Julia… Y despertar. Me dolía la nariz, mucho, mucho. Cresta, ¿Qué pasó? Miro a mi alrededor y veo que estoy en una casa súper pobre, creo que incluso tenía suelo de barro. No entiendo nada. Voy a la puerta y está cerrada con llave. Mierda. Lo primero que pienso es que me raptaron y al hacerlo me pegaron en la cara. Ahora voy a pasar el resto de mi vida amarrada a una silla, violada y torturada por un negro vestido de mujer. Pero no. Llega una señora, me mira y me dice: «Parece que anoche tomó mucho». Le sonreí, porque es lo primero que se me ocurre hacer cada vez que no entiendo nada. Me dijo: «Arriba esta el baño». Cuando me miré al espejo, caché todo. Mi cara no era mi cara. Eran dos ojos hundidos dentro de una masa de párpados, hinchados y morados. En la punta de lo que fue mi nariz tenía una costra. No lloré, pero tenía miedo.

La señora fue muy amable y me contó que me habián recogido, que estaba en Puente Alto. Me dijo que quería hablar con mi mamá jurando que yo era una cabra chica. Me dejó en el metro.

Hasta el dia de hoy, cuando veo mi nariz chueca me pregunto que pasó. Cada vez que jalo y no me entra, me pregunto que pasó. Pero nunca tengo una respuesta. Después de eso no dejé de tomar. Seguí tomando y volví a romperme la nariz un par de veces más. La noche no es una escuela.

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