El muro divide

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Introducción con un poco de contexto:
“Fuimos por un programa llamado KTH (Know Thy Heritage) que busca llevar a descendientes palestinos a conocer Palestina y que además tengan ganas de trabajar por ella para mejorar la situación allá. Estuvimos en el programa del 15 al 29 de julio y luego nos quedamos una semana recorriendo. El día que se terminó el programa encontraron a los supuestos secuestrados por Hamas muertos en Hebrón. Por ende empezó a quedar la cagada en todo el territorio (Cisjordania y Gaza) . 2 días después los sionistas quemaron a un niño de 17 años vivo en venganza por el supuesto secuestro, luego se metieron a Gaza a bombardear. El viernes empezaron a tirar bombas de gas en Belén y Jerusalén. Las escuchamos toda la noche ya que nos quedábamos cerca de la zona.”
–Camila Álamo, fotógrafa.

«El muro divide»

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Foto por Camila Álamo
Texto por Sebastián Zarhi

Antes de partir le pedí a mi abuela que me contara un poco de Palestina, sobre su ciudad natal Belén, por dónde caminaba para llegar a su casa, a su colegio, y por dónde se escapaba antes de entrar a clases para ir a ayudar al bar de su padre en pleno centro. Me dibujó un mapa que llevé conmigo en el viaje, esperando ansioso de poder abrirlo. El primer día que llegamos a Belén nos bajamos del bus en este lugar. Abrí el mapa y comencé a seguir sus indicaciones, pero algo no andaba bien. Todo comenzaba y terminaba en un mismo punto: un callejón sin salida. Pensé que estaba en el lugar equivocado, pero a medida que escuchaba los relatos del guía turístico, el lugar comenzó a revelarse.

Tardé en entender qué ocurría. Y es que sus descripciones no calzaban con lo que estaba viendo. ¿Cómo habrá sido el paisaje antes de la construcción del muro? ¿Será que la vereda de la izquierda continuaba recta hacia arriba? ¿Hacia dónde conducía? ¿Habrá conectado la casa de la señora Anastas (la única de la fotografía) con un parque? ¿Quienes vivían justo tras el muro? ¿El alcalde o el panadero? ¿O no será que había campos ondulantes de olivos milenarios hasta el horizonte? O no, quizá había un campo de higueras de ramas truncadas como sólo ellas saben truncarse y el único que logró salvarse del crimen fue la que se ve en el centro de la fotografía. Si, seguramente habrían dominado los amarillos, los verdes y la piedra travertina.

La vía de acceso principal a la ciudad es la que se ve a la derecha. Conectaba Jerusalén con Belén, distanciadas sólo 7 kilómetros entre sí, un viaje que en auto tardaba 10 minutos si el tráfico de ese entonces lo permitía. Y ese que era una zona muy agitada. Según mi abuela, estaba llena de negocios de abarrotes, carnicerías, especias, rosarios e imágenes de cristos típicas de madera de olivo, negocio tras negocio, hombres fumando nargilas –pipas de agua- ofreciendo café en increíbles teteras de bronce o naranjas galardonadas como las más ricas del mundo. Así era el barrio de la Sra.Anastas. De hecho unos metros más allá, a mano izquierda y andando por la misma vía –al otro lado del muro- estaba -¿está aún?- la tumba de Raquel.

Debe haber sido como nuestra histórica Alameda en Santiago. Llena de árboles alineados para darte la bienvenida a la ciudad donde nació el niño Jesús. Debe haber sido todo un espectáculo llegar a una Belén sin fronteras, fundida en el paisaje ¡Y cómo no!

Se hubiese hecho evidente, a ojos de cualquier ser humano, el arraigo de esos habitantes con esa tierra, de un pueblo construido piedra tras piedra, misión heredada de generación en generación. Se hubiese hecho evidente la tarea más honorable de toda civilización, la conservación de su piedra viva más preciosa: la identidad cultural palestina.

Unas semanas más tarde, camino a Jerusalén, el taxista se desvió porque quería mostrarnos un lugar especial para él: al ir llegando me di cuenta con tristeza que volvería a enfrentarme con ese mismo lugar. Nos pidió el favor de entrar a la casa y conversar con la Sra. Anastas. De hecho se estacionó en frente y sin cobrarnos siquiera un peso demás, nos esperó fumando tranquilamente sus cigarrillos. La señora comenzó contándonos cómo fue la construcción del muro y cómo era el lugar antes. Efectivamente era como contaba mi abuela. Nos contó que en el 2002, un día llevó a su hija de 6 años al jardín, temprano por la mañana. Al regresar, la niña encontró su casa invadida y rodeada por muros de hormigón de 6 metros de altura. No veía a sus vecinos, ni el tráfico habitual de la calle, ni la carnicería, ni las tiendas de abarrotes, ni los hombres fumando narguile ni la tumba de Raquel. Dominaba un silencio absoluto. Polvo, rocas y un muro. La niña rompió en llanto, había sido condenada a vivir de manera perpetua en un callejón sin salida ¿De qué fue culpada?

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