Por Pedro

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lemebelchico

Por Juan Pablo Prado

Cuando estaba en el colegio, tercero medio más o menos, llegó un día una profesora de lenguaje de reemplazo. Era joven, buena onda, media rebelde para el ambiente de colegio católico subvencionado al que iba yo, y era rebelde por una razón súper simple: metió dentro de las lecturas obligatorias, libros que jamás tendríamos en nuestras manos por nuestra calidad de colegio confesional. Por ahí pasó Rayuela, algunos poemas de De Rokha y Benedetti, Neruda en su faceta política y también Lemebel. Recuerdo que rayamos con Loco Afán y su crónica marginal. Por esos días leer a Lemebel, hablar del Sida, colas, maricas, colizas, maricones machistas, socialismo y la noche detrás de un poste fue un acto revelador, de esas lecturas en las que reconoces tu orgullo de ser un Poblete, un nadie, y un nunca, como el mismo Pedro Lemebel.

Ya todos sabemos que no le dieron el Premio Nacional de Literatura a Pedro Lemebel y que Skarmeta se lo llevó pa’ la casa y buena onda, pero el fin de estas líneas no son para odiar al ganador y al mundo como siempre lo hago. Porque pico con la Academia y su desprecio por los lectores y por el mismo Lemebel (vaya, estoy odiando otra vez), pico con los premios porque en la calle nunca ha ganado haciendo lobby, pico con la oficialidad porque Lemebel ganó hace rato, aunque él diga siempre lo contrario. Lemebel ganó porque a pesar de ser vilipendiado por el establishment, ha hecho lo que todos quisieran: dejar estupefacto a todos los públicos posibles, de derecha a izquierda y de capitán a paje, y no precisamente por ser la primera “loca” de la literatura chilena, sino por ser el primero en recoger las banderas de los que están al margen y uno de los pocos que no ponen el poto por buscarse un lugar de respeto entre los que lo miran como bicho raro. Lemebel ha ganado por esta y por muchas razones, compañeros. Lemebel ha ganado porque las calles así lo dicen y lo seguirán diciendo cada vez que un cabro o cabra descubra en sus páginas a un hombre que habla por su diferencia y defiende lo que es.

Espero que estés leyendo esto, Angélica Cortés. Quiero darte las gracias por tu rebeldía, por tratar de impregnar en esos cuarenta y cinco chiquillos de Quilicura el gusto por hacer lo incorrecto y enseñarnos al igual que Lemebel en cada una de sus crónicas, que la desobediencia es muchas veces el camino para empezar recién a soñar un futuro distinto.

Salud por ti, salud por Pedro.

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