Estudio histórico y reciente de lo imbécil #3: Mensaje de amor nunca enviado

Publicado por Cha Giadach

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bulldog Por Cha Giadach

Por lo general la vida es fácil. Las cosas aparecen solas. Sin el mayor esfuerzo. Nunca he sufrido nada malo. Siempre he tenido la suficiente personalidad como para afrontar diferentes ambientes: los felices, los peligrosos, los llenos de alegría, los llenos de horror y confusión. Pero nunca me había topado con un ser tan inexplicable, tan misterioso, tan interesante como esa persona que una vez vi en una azotea en un edificio viejo donde se celebraba una fiesta del lanzamiento de algo que no me acuerdo como se llamaba porque en realidad no importa, ni a nadie le importa.

Caer en el estereotipo de macho canchero y bueno para tirar los tentáculos para todos lados es un lugar común. No lo niego. Soy hombre, los hombres somos calientes, queremos piel, queremos abrazos y besos. A veces lo escondemos detrás de rudeza e imbecilidades como meterse en alguna pelea a la que no te invitaron en cualquier esquina. Pero uno es mucho más simple que esa caricatura. Uno es mucho más patético. Y recorre Santiago preguntando tu nombre, preguntando que estudio, cual es su trabajo, y con todos esos datos la buscas por redes sociales. Te agrego a todo, tratando de pasar piola, pero al final es demasiado literal. Y me convierto en un ser muy lejano al mono que camina por tocatas buscando buena música y la probabilidad de emborracharse gratis. Me transformo en un imbécil obsesionado con la cara, la sonrisa, el cabello, el maldito poder sobrenatural que emana una mujer con la que nunca he hablado en mi puta vida.

He vuelto a tener 14 años, edad en la que escribía cartas de amor y las escondía en algún cajón para nunca ser entregadas a la cabra que me tenía vuelto loco. He vuelto a tener 16, edad en la que me congelaba y me quedaba sin palabras cuando veía caminar por alguno de los pasillos del colegio a esa chica que una vez me dio una cachetada después de darme un beso. Y ahora tengo 28, y sigo igual, sigo siendo el mismo pendejo con ojos que brillan cuando escucho mencionar tu nombre. Un tipo de casi 30 que cuando te ha visto en persona se hace el huevón, comienza a devolver llamadas perdidas como para aparentar estar haciendo algo.

Tengo ganas de muchas cosas, tal vez demasiadas. La lista es enorme. Planeo viajes y proyectos en mi cabeza todos los días. Pero mi prioridad, la primera de la lista eres tú.

¿Cómo chucha hago para conocerte? ¿Tengo poca personalidad? ¿En que esquina me tengo que parar para llamar tu atención?

Eso. Estas en todo tu derecho de ignorarme y reírte de mi.

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