El Centro de Prisión Preventiva Santiago Sur fue construido en 1843 para 2400 reos. Hoy alberga a más del doble y hay cerca de 25 heridos graves cada mes. La mayoría ocurre en el Óvalo: la plaza central donde se solucionan los conflictos con fierros arrancados de las paredes.
Por Piera Rossi
”” ¿Qué más querí hueón? No, pero en serio ¿qué más querí? ””
De esta manera Arturo Quiroga, sargento segundo de Gendarmería, le contesta con sarcasmo a Pablo Villagrán (27), quien le implora ser enviado a la calle 4, la de los evangélicos. Acusado de robo por sorpresa, acaba de llegar a la Ex Penitenciaria y lo designaron a la calle 7. Él sabe que su estadía en ese pabellón sería insufrible.
Ahí es donde quiere ir Loly Pop. Vestido con camisa a cuadros y chaqueta beige, llegó a “La Peni” por robo con intimidación. A sus 34 años, responde tranquilamente las preguntas de Gendarmería. Una vez que ingrese, será de los que muevan hilos en la que es, según Quiroga (39), una de las cárceles más aterradoras de Sudamérica.
Finalmente, el Loly Pop camina a la calle 7 y Villagrán es enviado a la 2.
Del promedio de 25 condenados que ingresan diariamente al Centro de Prisión Preventiva Santiago Sur, cerca del 80% son reincidentes. Construida en 1843 para recibir a 2400 reos, actualmente alberga a 5500. Para organizarlos, la Oficina de Clasificación divide a los internos según la gravedad del delito cometido y de acuerdo a lo que denominan “compromiso delictual”, el cual puede ser bajo, medio o alto.
El primer trámite de todo detenido que llega a la Penitenciaría es dirigirse a esa oficina. Allí el sargento Quiroga y otros dos gendarmes hacen entrevistas personales para llenar la “ficha delictual”.
Se fijan en las cicatrices, antecedentes o indicios de consumo de droga. Averiguan si tienen familiares presos, revisan si tienen “tatuajes delictuales”, como los que hacen relación a “La Virgen de Monserrat”, la protectora del hampa. Incluso les hablan en coa: si responden, significa que se manejan en ese mundo.
A partir de indicadores como estos, se atribuye un puntaje, por el que un ladrón podría tener mayor “compromiso delictual” que un violador.
Para Quiroga, tener separada a la población penal permite proteger’ los derechos de los mismos internos: “No podemos poner en el mismo lugar a un primerizo con aquellos que entienden y tienen poder en el mundo de la delincuencia. Incluso si ese primerizo es un violador”, dice el sargento.
El edificio se alza en la comuna de Santiago, cerca del Club Hípico. La estructura es la misma de hace 170 años. El óxido ha corroído el fierro y cuesta encontrar paredes que tengan intacto algún bloque de cemento, removido en busca de metal que los internos usan como estoques o lanzas.
La construcción se organiza en torno al Óvalo, la plaza central de la cárcel, a la cual tienen acceso las ocho galerías y once de las quince calles que posee el recinto. Las 4 restantes, habitadas por personas de tercera edad, homosexuales o primerizos, tienen sus propios patios.
Cerca de tres mil reos, la mayoría de alto compromiso delictual, convergen diariamente en este punto. “Cualquiera no baja al Óvalo porque es complicado, ahí se solucionan todos los problemas. Para caminar tranquilo hay que pelear y ganarse un espacio”, dice Alejandro Correa (41), en libertad luego de ser condenado en 2003 a once años por tráfico de drogas y robo por sorpresa.
‘ Las peleas
El 11 de septiembre de 1998, mientras cumplía una condena previa, ‘ Correa recibió una puñalada que por 2 centímetros casi le atraviesa el cuello. “Pensé que me moría”, dice mientras muestra una cicatriz justo debajo del mentón.
Según informes de Gendarmería, cada mes se producen alrededor de 25 agresiones, en su mayoría con elementos corto punzantes. Pero el comandante Alberto Figueroa, encargado de controlar a la población penal, asegura que la cifra es “inexacta”, ya que se considera como agresión solo los conflictos que implican heridos graves que no pueden ser atendidos por los tres médicos de la cárcel.
Figueroa asegura que este centro es el más conflictivo del país: con peleas y heridos todos los días. Es por esto, dice, que las solicitudes de cambios de dependencia suman casi veinte cada jornada.
Si antes predominaban los enfrentamientos mano a mano con estoques, hoy son mayoría los ataques sorpresivos y también los grupales: desciende una gran cantidad de internos desde las galerías hacia el Óvalo con armas blancas caseras para ajustar cuentas.
La mayoría de los ataques son cometidos por los perkins que, según la jerarquía del hampa, carecen de poder y deben obediencia a los faraones, aquellos con más dinero y generalmente condenados por robo con intimidación en instituciones bancarias. Un delito honorable dentro de la ética delictual, que deja en el fondo de la pirámide a los violadores.
Hacinamiento
Según el sargento Quiroga, el factor clave para calificar a La Peni como la cárcel más conflictiva del país es el hacinamiento: “La existencia de cada reo interfiere y le quita espacio a otro”.
En las celdas de tres por dos metros duermen cada noche entre ocho y quince personas. Hay habitaciones que tienen camarotes, otras solo colchones que se comparten en el piso. En las calles, la acumulación de basura y el hedor a orina penetra el ambiente en un suelo constantemente húmedo.
Si bien no existe un reglamento acerca de la proporción de presos y gendarmes dentro de un recinto penitenciario, el estándar que se manejan a nivel internacional es un gendarme cada tres o cuatro internos. La proporción en la penitenciaría es de uno cada veinte, en una población altamente dependiente de la droga.
Actualmente, según cálculos de Gendarmería, alrededor de 3500 reos ”“ el 63% de los internos”“ consume estupefacientes al interior de la cárcel. Antes abundaba la chicha artesanal a base de fruta fermentada; hoy lo que más se consume es pasta base, marihuana y en menor medida cocaína y medicamentos. .
“No cualquiera hace esta pega. Con pocos recursos humanos y monetarios hacemos mucho”, dice Quiroga. Para interponerse en los conflictos entre reos, cada gendarme porta un bastón de goma de 70 centímetros. La guardia aérea, que vigila desde la altura el Óvalo, tiene escopetas con munición antidisturbios y unos balines de goma que solo pueden ser disparados teniendo la autorización del jefe de régimen interno.
Los Evangélicos
Para la administración de La Peni, un aspecto positivo es la creciente comunidad evangélica dentro del penal, donde representan a más un cuarto de la población.
Hasta el 2006, la calle 4 albergaba a cerca de 500 reclusos con mal comportamiento. Ese año, dos bandas de internos se enfrentaron con lanzas y estoques al interior de la calle. La pelea terminó en un incendio cuando se lanzaron cocinillas a gas. El resultado fue cinco muertos calcinados y decenas de heridos por cortes y quemaduras.
Meses después, la administración cedió la calle 4 y la galería 12 para que fueran exclusivamente de los evangélicos.
En 1969, a los 17 años, Guillermo Cáceres fue condenado a veinte años por homicidio en una riña callejera. Hoy, a los 62, es capellán de Gendarmería y le enseña a los reos a leer la biblia y mantener hábitos de limpieza.
Todo reo designado a la calle 4 es revisado por los mismos internos en busca de algún celular, drogas o cualquier objeto ilegal. Para vivir ahí hay que ser limpio, usar traje, corbata y orar.
Hoy la calle cuenta con piso de cerámica, puertas de madera, lámparas y cuadros. “Los internos de esa dependencia son un ápice de luz en el sórdido mundo que los rodea”, dice emocionado el capellán Cáceres.
Este texto fue enviado por Piera Rossi y originalmente fue escrito para un trabajo de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Disorder no reclama para sí ningún tipo de derecho sobre esta obra.
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Publicado por Nicolás Rios
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