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Un despeñadero pop

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Captura de pantalla 2016-04-19 a las 9.07.33 p.m.Por Victoria Donoso.

Sería útil desechar las formulas usadas por los autores a la hora de leer. Sería aun mas útil cuando uno se enfrenta a la poesía. Si una obra suspende el movimiento y alcanza una atmósfera que logra desac-tivar -durante la lectura- los devaneos que continuamente transitan por la cabeza, entonces, se po-dría decir que el autor ha logrado un cometido. Aun más cuando hablamos de poesía, teniendo en cuenta que esa suspensión ocurre durante una instancia corta y verbal entregada por los versos. La misión se vuelve volver a leer, a entender, a buscar qué hay en esa conjugación de palabras que logra estancar el tiempo.

Playlist (Ernesto González, 1978), primera publicación de Overol, obtuvo el premio del Consejo del Libro como mejor obra inédita del 2014. De ahí nacen las altas expectativas sobre la obra. Con más pena que alegría hay que decir que González pone de manera demasiado manifiesta a dónde se dirige con su poemario. La formula que elige se vuelve explicita desde la pagina diez en adelante: mientras un poema juega con una referencia musical más una experiencia personal bañada del sentido más nítido de cotidianidad, “adoro el horóscopo, / sobre todo cuando el influjo de la luna es alto, / equilibro las aguas del bien y el mal / escuchando I Touch Myself de Divinyls / y le mando un mensaje de emer-gencia: / ven tú, yo no quiero ir” el siguiente realiza, en la mayoría de los casos, la misma ecuación “Si ella es Shania Twain en Man! I Feel Like A Woman / Yo soy Robert Palmer en Addicted To Love”.

Hacia el final del poemario, de 139 paginas, uno entiende que no es posible encontrar más que una repetición constante y ni siquiera queda la ilusión de toparse con algo; sensaciones, imágenes, len-guaje o la misma suspensión del movimiento. Todos los valores de la poesía son desechados para someter, así, la poesía a un espacio pop, que cuando intenta brillar se ahoga en el reiterado sentido amoroso que tienen sus versos o, irónicamente, el refugio de la cita musical le tiende la mayor de las trampas, se vuelve evidente que parecieran ser lo que lo mantiene desesperadamente a flote. El libro es, sin duda, como el film Alta Fidelidad pero en poesía, obra que apela a la asociación con el especta-dor por empatía con referentes fáciles, la diferencia en el caso de González, es que el género lo traicio-na. Lo que uno espera de una comedia hollywodense del 2000, no es lo mismo que se espera de un poemario.

En lugar de hacer un juego donde música, lenguaje e imagen formen un tridente que estremezca, González pierde el impulso. Los temas en general, son de corte amoroso, donde deambulan también algunos familiares y viejos mitos del mundo musical. Cuando uno espera encontrar más versos del tipo “el vagabundo que esta mañana invernal corta una rama para pegarle al sol”, encontramos una plaga de “A la cita llegue escuchando You Don”’t Understand Me de Raconteurs / y ella Treat Me Like Your Mother de los The Dead Weather” y hacia el final del libro, ya estamos contentos de por fin ir terminando.

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