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¿Por qué me desagrada Cathy Barriga (y creo no ser el único)?

Publicado por bruno

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Catherine Barriga se convirtió el pasado domingo en la próxima alcaldesa de la comuna de Maipú, la segunda comuna más habitada de todo el país y (junto con Puente Alto y La Florida) una de las tres principales comunas dormitorio del área metropolitana de Santiago.

Su triunfo electoral obedeció a tres factores. Dos externos y uno interno. El primero, la división del electorado de la Nueva Mayoría, entre la candidatura oficial y el descuelgue del alcalde, Christian Vittori, procesado por el caso Basura. El segundo, la sorpresiva votación de la candidata de izquierda Claudia Mix. El tercero, la campaña permanente (mudanza incluida) de Barriga en la zona, donde fue elegida en 2013 como consejera regional por la sección de Maipú, misma zona donde su esposo Joaquín Lavín hijo es actualmente diputado.

Barriga forjó carrera como modelo y bailarina de televisión entre mediados de la década de 1990 y toda la década siguiente. Fue la Robotina de Maldita sea, el programa del canal Rock & Pop, en donde Juan Andrés Salfate y Pera Cuadra veían películas de terror. Fue ‘«la vieja’» de Mekano: José Miguel Viñuela y Andrés Baile solían apuntarla por ser notoriamente mayor que el resto del elenco. Fue la chica reality de La Granja Vip, donde su actitud dulzona y su tendencia al rosado la hicieron merecedora del apodo de ‘«la Sustancia’».

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Retirada de la televisión, se dedicó a la venta de lencería femenina y, posteriormente, a la venta de ropa para guaguas en una tienda de Mosqueto, cerca del Museo de Bellas Artes. Mientras tanto, la exfigura televisiva salía con Joaquín Lavín, hijo mayor de su padre homónimo, ese héroe de mil batallas y perdedor de novecientas de ellas.

¿Es todo esto lo que convierte a Catherine Barriga material de reproche? No.

¿Es este el repertorio de argumentos que convierte en Catherine Barriga una mujer cuestionable? No. Sus inicios como promotora, luego como figura menor de la televisión, hasta convertirse en figura esencial de la farándula dosmilera no la convierten en sujeto por sí mismo cuestionable. Tampoco la convierte en aquello el haberse casado con el futuro diputado Joaquín Lavín hijo, pues ella es libre de tomar sus propias decisiones; entre ellas, casarse (a menos que se difundiera eventualmente un caso de violencia doméstica que pusiera en entredicho el libre albedrío de Barriga).

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Entonces, ¿por qué me desagrada Cathy Barriga y creo no ser el único que así lo piensa? Porque ella simboliza el machismo con rostro amable, a través de estereotipos de género sumamente nefastos.

¿Cuáles estereotipos nefastos? El primero, su obsesión por el color rosado. El rosado comprehende un ideal femenino basado en la pureza y en la delicadeza, un ideal cercano a la mujer sumisa. Este ideal se opone al azul-para-los-niñitos, incómoda separación que distribuye arbitrariamente roles de género desde la primera infancia en adelante. El segundo, su fascinación por el lugar común de las princesas de cuento (!). Este locus refuerza los aspectos indicados por su fascinación hacia el color rosado: la pureza, la delicadeza, la sumisión.

Así, aunque Barriga haya trabajado desde adolescente o tenga un título profesional como psicóloga, su biografía no tiene incorporado el discurso de un ideal emancipador. Ella no se presenta ante los medios como una mujer que le gana a la vida, como la mujer que le dobló la mano al destino por ella misma. Ella, al contrario, se presenta ante la comunidad como la mujer dócil, esa que se define de antemano relegada a un segundo lugar, detrás de un hombre.

¿Acaso estoy sobreinterpretando un par de indicios? No. A la mañana siguiente de su triunfo en Maipú, Cathy Barriga salió de su casa a responderles a unos noteros de matinal. Entre otras cosas, la alcaldesa electa contaba que en su familia ‘«nadie fue al colegio. (”¦) Nadie tomó desayuno”¦ ¡Es que yo soy la única mujer de la casa!’»

¿Perdón? ¿Acaso ser la única mujer de la casa la hace la única persona con la potestad de hacer un desayuno para cinco personas? ¿Nadie más sabe tostar un pan? ¿Nadie más sabe calentar un litro y medio de agua para el té o para café? ¿Nadie más sabe hacer una mamadera? ¿Cómo están divididos los roles en esa familia? Pareciera ser que en el hogar de la familia Lavín Barriga, algo tan básico como ¡desayunar! requiere la dedicación excluyente de Cathy. Ningún hombre de la familia ha pasado los exigentes cursos de Tostadora de Pan I, Papilla de Guagua II o el complicadísimo taller de Hervidor V.

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A confesión de partes, relevo de pruebas.

¿Necesitamos más evidencia para decir que Cathy Barriga es una mujer esencialmente machista? No. Su rostro amable, su tono de voz aniñado y sus ademanes dulzones la convierten en emblema de aquello que los franceses sintetizan en la cruel frase ‘«sois belle et tais-toi!’» (‘«¡sé bonita y cállate!’»). Cathy es la mujer que eligió confinarse a ser la mujer adorno; es la mujer que se pone a sí misma en segundo plano; es la mujer alada que revolotea en la cocina de su casa con las patas engrilladas.

Pero Barriga acaba de salir elegida alcaldesa. Ahora, es una autoridad: una persona importante, con poder sobre una comuna cuya población está estimada en cerca de 600 000 habitantes. Ahora, Cathy será una persona importante para algo menos de la décima parte de toda la población del área metropolitana de Santiago. No es cualquier cosa.

¿Por qué hago esta observación? Porque resulta inconcebible que la autoridad sea ejercida por una persona en cuya vida doméstica no se ha asumido como una persona con autoridad. ¿De qué forma va a ejercer el poder una mujer que aún no ha superado los roles tradicionales de género? De alguna forma, al ejercer el poder, se traicionará a sí misma: o traicionará a la mujer machista aniñada vestida de rosado o traicionará a la mujer empoderada que ha superado los roles tradicionales de género.

Por eso, me desagrada Cathy Barriga (y creo no ser el único). No por su trayectoria televisiva. ¿Por qué no? Porque una mujer que vive de su apariencia no necesariamente puede ser una mujer sin fundamentos. Ejemplo de ello es la comediante argentina Moria Casán: se inició como vedette, pero no se bastó en su cuerpo para devenir rápidamente en actriz cómica y terminar finalmente en una talentosa monologuista, heredera de la tradición improvisadora de los capocómicos de la revista picaresca trasandina.

Tampoco me desagrada por su militancia política. ¿Por qué no? Porque su concepto sobre el rol de la mujer no tiene que ver necesariamente con el hecho de que ella milite en la conservadora Unión Demócrata Independiente. En dicho partido, hay autoridades como la alcaldesa electa Evelyn Matthei o la senadora Jacqueline van Rysselberghe. Por más críticas que uno pueda tener por la ideología de cada cual (y de sus posturas en torno a los derechos reproductivos), tanto Matthei como Van Rysselberghe forjaron su carrera política sin que ellas se vieran a sí mismas como mujeres detrás de un hombre. Uno no ve en ellas a una mujer alada revoloteando con las patas engrilladas.

Entonces, ¿por qué me desagrada Cathy Barriga? Porque no es una mujer hecha para inspirar a otras mujeres.

Cathy Barriga es una mujer inventada por un hombre, no por un hombre concreto. No se trata de un invento fabricado por Alex Hernández o por Joaquín Lavín hijo; mucho menos por Ronny Dance. Cathy fue inventada por un hombre invisible: el fantasma del patriarcado. Ella armó toda una vida en los bordes de la mujer sumisa. No quiso ir más allá de la Susanita de Mafalda.

Una mujer así no pone a la mujer como sujeto de derechos. Ni siquiera hablo de la mujer consciente de sus derechos reproductivos, sino de la mujer consciente de sus derechos a secas. Está muchos pasos atrás de cualquier atisbo de feminismo. Por eso, Cathy Barriga me molesta: porque es la cara complaciente ¡y complacida! del machismo. Porque, por ejemplo, no puedo imaginarla hablar de #NiUnaMenos ni tampoco sentirla creíble al hacerlo.

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Catherine Barriga tiene 43 años. Está en posición de poder elegir por sí misma qué quiere para ella. Ella dispone del capital económico y del capital social para poder verse a sí misma como algo más que una mujer relegada a segundo plano. ¡De hecho, acaba de salir elegida alcaldesa! Ella perfectamente podría descubrir en su incipiente autoridad que ser mujer implica otra cosa, algo tan simple como merecer ser tratada como un par por un hombre. Pero no lo hará y será una oportunidad perdida.

Su historia de superación nunca será más grande que su obligación de hacer sagradamente el desayuno para cuatro hombres por la mañana.

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