En el mundo del hampa, el mundo se divide entre los vivos y los giles. ¿Quiénes son los vivos? Los avispados, los inteligentes, esa especie que le ganó al sistema a través de hacerle trampa al sistema. ¿Quiénes son los giles? Los pollos, los lerdos, la estirpe de quienes viven apegados a las reglas y que sienten culpa de subvertirlas. Mientras más culposas, más giles.
Antes de continuar, aclaro que vivimos en Chile, un país en donde nunca nos hemos podido sentir iguales en derecho y dignidad los de arriba y los de abajo. Chile es un país en donde la gente pobre creció con miedo a reclamar, en consecuencia, las personas pobres no se sienten dueñas de los mismos derechos que las personas de clases más afortunadas. Chile es un país donde el único gran intento por superar la mentalidad de la hacienda, la mentalidad del ‘«sí, patrón’», fue una reforma agraria, hito cuyo desenlace fue una dictadura cívico-militar.
En ese Chile, la única forma de ganarle a la vida siendo patipelado era convirtiéndose en ‘«gagnant‘», pronúnciese ‘«gañán’»; forma como se estilaba antiguamente llamar al ‘«winner‘», pronúnciese ‘«güiner’». El gañán aprovechaba la trampa del sistema para hacer de ese fallo su estilo de vida. No tenía la fuerza entusiasta para poder torcerlo en comunidad. No se sentía capaz de formar parte de un movimiento obrero. No quería darse la paja de esperar por décadas un horizonte más o menos socialista.
En el gañán, están las ganas de triunfar rápido, como forma de escapar de la miseria tapada en fonolas y así lograr una movilidad social acorde a sus expectativas soñadas. El gañán es oportunista y apurón, por eso se dedica a oficios como el carterista avezado. El gañán entra, así, a una carrera armamentista por quién es el más guapo en su oficio. Tiene que ser el más ágil (claro, el más vivo) para ser leyenda, la leyenda urbana de la población.
Sebastián Piñera es la banalización del gañán.
Piñera se apropia de las angustias económicas del gañán, pero le quita el significado de reivindicación social, la sensación de estrechez que las alimenta, así como la necesidad de ser reconocido en la población como leyenda. Piñera usa el espíritu del gañán solo para fines de su propio arribismo a través del negocio de la especulación financiera.
En un país sin movimiento social, que padece la cancha estrecha predicada por Jaime Guzmán, Piñera se convierte en el relato de una clase obrera y de una clase media sin partidos ni ideologías que la acojan. En un país entregado al neoliberalismo, Piñera se convierte en el ejemplo de vida.
Por eso, los partidarios de Piñera no se escandalizaron con la terminal Bloomberg instalada en su privado en el Palacio de La Moneda. Al final, no importa que todo indique que Piñera seguía jugando a gañán a través del vaivén accionario desde su propio escritorio. Tampoco importa que su terminal Bloomberg no tenga esa sensación nostálgica que tiene el cuarto de los trenes eléctricos del reverendo Alegría de Los Simpson.
Al final del día, en el país del gañán Piñera, no hay tiempo para agruparse en comunidad para cambiar el mundo. Tampoco hay tiempo para formar un movimiento social contra nada, ¿para qué? En este mundo, la redistribución del ingreso se la genera uno mismo a través de un capital imaginario que crece infinitamente.
Ese país le puede perdonar a Piñera todos sus actos corruptos pasados, presentes y futuros. Ese país le perdona a Piñera porque él refleja las ansias colectivas de desbloquear las trampas del sistema. ¿Por qué? Porque Piñera es la leyenda urbana de nuestra población. Piñera es el hampón que logró sortear todas las vallas.
En un mundo de vivos y giles, Sebastián Piñera es el máximo vivo de la patria.
Publicado por bruno
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