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A toda velocidad: un chileno repartiendo flores en bici por NY en San Valentín

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Por Juan Pablo Vergara

“¿Quieren hacer buen dinero hoy? ¡Entonces comiencen a hacer p*tas entregas ya!” fueron las palabras de Andrew, bike messenger por más de treinta años y fundador de una pequeña, pero ambiciosa compañía de logística ubicada al fondo de la 36th street. Zapatos y trajes a medida rodaban a toda velocidad por aquel entonces; la semana de la moda estaba en su cénit y aquel día sería el turno de las flores. Más de quinientas entregas esperaban dejar la oficina aquel 14 de febrero, mi primer día de trabajo como bike messenger en el distrito más ajetreado de la ciudad de Nueva York: Manhattan.

Subir la bicicleta al metro no es nada fácil. Una aro 29 ocupa el espacio de cuatro personas y todos lo hacen notar. El barro seco del caucho rozaba las medias de las blondas ejecutivas, los hombres de Wall Street absortos en sus iPhones chocaban con un manubrio que no advirtieron; su batido de frutas o su mocka Starbucks se derramó de sopetón (en Nueva York todos toman el metro). Penn Station, la 33, bajada y a pedalear. Un bagel con queso y tocino en la séptima y todo listo para comenzar el día. En una bodega aledaña un grupo de blancos hipster arman ramos de flores. Las envuelven en una maqueta de cartón prepicado que resistirá cualquier golpe. “BloomThat” entrega de flores a domicilio, el nuevo start up con app incluida.’  “3009 Broadway, 159W 80th st, 787 7th av 15th FL, 435W 119th 8K, ¿de quién es la orden?” Se oye un silencio entre el bullicio “3009 Broadway, 159”¦¿alguien? El inglés de los afroamericanos se me hace confuso. “3009, thirty o nine” pienso. Mi guía de entregas, la reviso. Es la misma. “Here, there”’re mine” grito levantando la mano. Cuatro paquetes de flores que tengo hacer caber en mi mochila, vaya desafío. ¡Listo! “Ahora, cuál dirección es la más cercana?, google maps” Mi internet es una mierda, o quizás mi teléfono, o quizás ambos. “Las avenidas van de norte a sur, las calles de este a oeste. Broadway es diagonal” repaso en mi memoria el estudio de la noche anterior “west, east, derecha o izquierda de la 5ta avenida” un mapa se genera en mi cabeza. ¡Lo tengo! A pedalear.

Hey tú, dónde crees que vas, ven aqu픝 me grita un tipo moreno con acento del Bronx. “Vengo a entregar una orden para”¦” “No way man, you”’re not allowed to go up to the building” responde con desprecio. “Y este conch.. de dónde salió” pienso en chileno

Las calles de Manhattan se llenan de globos, la cantidad de taxis parece infinita. Rojo y amarillo bajo la sombra de los rascacielos. Un buen día para hacer dinero. Tomo una ciclovía que nadie respeta; turistas, neoyorquinos, taxi drivers, a todos les importa una mierda, “entonces a mí también” pienso y me lanzo al medio de la avenida, zigzagueando autobuses y limusinas. Entro los brazos para no golpear los espejos. Más allá un semáforo en amarillo que no logro sortear. Detenidos por el rojo un tipo gordo nos dispara con su cámara desde el paso de cebra. Me pregunto dónde irá a parar esa foto de un ciclista anónimo cargando flores delante de un fondo de edificios, cambia al verde y todos reanudan; la foto ya no importa. “Tu destino está a la derecha” ahora si funciona el maldito mapa. Un edificio interminable con puertas giratorias es mi primera parada. Tras la puerta una luz tenue devela un hall imponente; veo unos ascensores por la derecha. “Hey tú, dónde crees que vas, ven aqu픝 me grita un tipo moreno con acento del Bronx. “Vengo a entregar una orden para”¦” “No way man, you”’re not allowed to go up to the building” responde con desprecio. “Y este conch.. de dónde salió” pienso en chileno. Mi primera experiencia con un portero (un “doorman”) de los célebres rascacielos de NY, verdaderos señores feudales, dados a la tiranía o la misericordia según sea su humor. Pongo mi carnet sobre el mesón cuando me solicita identificación. “¿Chileno? como va paisa” dice el portero que es dominicano, esta vez en tono afable. Luego llamo a la gringa para que baje a buscar sus flores. Con un inglés cavernícola me hago entender antes de despedirme con un “Happy Valentine”’s Day”.

Nuevamente afuera, el frío me hace sentir vulnerable. Más vale que me apure, hay que entrar en calor. Zigzagueando en el cemento de la gran manzana todo es un estímulo: el olor de los Gyros en los carritos de comida mediterránea, el coro de africanos vendiendo imitaciones de Lois Button en las esquinas, una pareja del jet set sudamericano que esperaban encontrar en NY la capital mundial del glamour, un mendigo que finge estar de cumpleaños para recibir mayor limosna, una tropa de colegialas asiáticas que avanzan como cardumen disparando flashes a cualquier cosa que se mueva. Luces, luces y más luces en la meca del capitalismo, la ciudad que habla todos los idiomas, la autodenominada “capital mundial financiera”, “capital mundial del mercado inmobiliario”, “capital mundial de la cocina internacional”, “Capital mundial de la libertad”(?). La ciudad del punk, del hip hop, del movimiento gay, la ciudad de las torres gemelas, de mi pobre angelito. Una mole monumental congelada en el tiempo por Hollywood, pero que se sigue moviendo, avanzando para delante (ciudad Santuario) o para atrás (gentrificación).

Un tipo me abre la puerta, me presento, pregunto por una tal Ellie, Ellie no está en casa, el tipo recibe las flores, pasmado. «Soy el novio de Ellie», dice el tipo.

Voy camino a la 80 y de pronto Central Park parte a Manhattan en dos. Las ardillas y los mapaches me hacen señas. Los arboles desnudos inundan el paisaje; lagunas y puentes cobijan a los enamorados. Central Park me invita a dejarlo todo, tirar la bicicleta y recostarme en el pasto, la inspiración será mi alimento. Pero Nueva York es caro y necesito la plata, entonces endilgo en la 80 y entro a lo que parece ser una gran casa pero que realmente es un edificio. Un tipo me abre la puerta, me presento, pregunto por una tal Ellie, Ellie no está en casa, el tipo recibe las flores, pasmado. «Soy el novio de Ellie», dice; pregunta quién envía las flores (mierda, un amante secreto envía flores a esta mina y las recibe el novio). “No tengo idea man, no lo s锝 no sé qué decir; me siento culpable. “Por favor firme aqu픝. La puerta se cierra “Happy Valentine”’s Day”.

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Avanzando a la 116 pienso en Ellie, en la larga noche de revelaciones que les espera, las discusiones en la cocina, las llamadas por celular, el rostro pasmado del novio tras la puerta. ¿Cómo será la tal Ellie? ¿Cómo será su amante o quizás su acosador? Entrega especial desde Chile. En NY todo es una sitcom o una serie de detectives.

Las demás entregas se pierden en el correlato: flores para una profesora en Columbia, flores en edificios corporativos, flores para una chica argentina que vende seguros (“¿eres de Chile? Sí, me lo imaginaba” supongo que todos los chilenos nos parecemos un poco), flores en un edificio de inmigrantes, salsa, bachata, arepas, popusas; flores en una academia de baile, el novio llega justo a tiempo, las bailarinas aplauden. Descanso, ya es de noche. El Hudson se despliega impasible frente a mis ojos, lo del frente parece ser Brooklyn. No puedo escuchar nada, el metro pasa sobre mi cabeza, estoy bajo el Manhattan Bridge. Se terminó el día, el rojo y el amarillo se camufla entre los restaurantes de la segunda avenida, cientos de parejas cenan tras la luz tenue de los diminutos restaurantes de la gran manzana. El viaje de vuelta es solo por placer, no necesito el metro, pedaleo lento y el 14 de febrero se apaga a mis espaldas. Las piernas duelen pero no importa, hoy me siento mas neoyorquino que ayer, muchas entregas, muchos rostros, algunos dólares. El Empire State se ilumina de rojo, los enamorados que patinan en Bryant Park, un chico que pide matrimonio en el medio de la pista (“She said yes!”). Aplausos. Un chocolate caliente y me siento a admirarlo todo, la cámara se aleja. Que pasen los créditos.

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