¿Es hoy por hoy, Ases Falsos, la mejor banda chilena del momento? Yo creo que sí, pero antes convengamos un par de cosas. Una afirmación como esta depende de varios factores, como cuán amplio es el universo musical de quien lo afirma o qué elementos inciden en esta aseveración ¿Calidad musical? ¿Propuesta en vivo? ¿Originalidad? ¿Letras?

La lista puede ser larga, pero probablemente en cada una de las respuestas, la banda santiaguina se erige como referencia, como lo que es y que se ha venido construyendo desde hace algunos años.

El pasado jueves los Ases se presentaron en Club Chocolate en lo que fue una de sus primeras fechas del año, luego de cerrar el 2017 de manera épica con un show en el Caupolicán que demostró que además de calidad, tienen un público fiel, casi sectario y que son capaces de llenar el que quizás sea el principal escenario musical del país.

Al igual que la vez en el Caupolicán, la banda comenzó un poco dubitativa, medio despersonalizada, sin conectar realmente con el público. Pero fue un comienzo frío que condujo a los mejores pasajes de una presentación que ganó en intensidad, emotividad y destreza.

Esto último parece un reflejo de lo que ha sido su historia. Con el tiempo, los Ases Falsos, han llevado adelante una trayectoria que destaca por dos cosas: consecuencia y pasión. La banda compuesta por Briceño, Sánchez, del Real, Rojas, de la Fuente y las notables (y acertadas) percusiones de Sanhueza ha atravesado un desierto complejo para llegar a un oasis.

Fidelidad ante todo, musical, ideológica y estética. Personalmente creo que se agradece, porque si algo nos demuestra la puesta en escena de Ases Falsos, es que esas letras tan ricas en historias, tan vívidas, que suenan en cada uno de sus shows, son dignas de cualquier persona

Hace algún tiempo muchos comentaban que el único elemento que les faltaba para consolidar un status internacional era su estética. Había que crecer, madurar, dejar al lado la rebeldía y la adolescencia, porque con hits tan potentes como “Simetría”, por ejemplo, lo lógico era tomárselo “más en serio”. Pero el camino fue otro y apostaron por la consecuencia, como en todo. Fidelidad ante todo, musical, ideológica y estética. Personalmente creo que se agradece, porque si algo nos demuestra la puesta en escena de Ases Falsos, es que esas letras tan ricas en historias, tan vívidas, que suenan en cada uno de sus shows, son dignas de cualquier persona, y no importa si eres de San Miguel, Cerro Navia o cualquier lugar de la periferia urbana, porque aun así puedes ser el protagonista de esas letras. Las normales circunstancias de tu vida igual están a la altura de ese arte.

El otro elemento que convierte a los Ases Falsos en la mejor banda chilena del momento, es su pasión. Vale, es un elemento que probablemente comparten con todos los músicos, porque seguramente es imprescindible y de otra forma nadie perseguiría el complejo sueño de vivir de su música, pero la diferencia está en qué haces con esa pasión y en este caso todo se ha traducido en una cosa: profesionalismo. Se les nota. Desde la variación en sus fórmulas para componer hasta agregar más elementos a su repertorio musical o excluir otros. Cada decisión de la banda ha ido apuntando en una dirección: ser mejores. Aunque no de una manera obsesiva, al menos no se refleja así.

Todo esto la gente lo entiende. Por eso no es de extrañar que el pasado jueves una multitud hiciera largas filas para entrar a su show ni que ahí mismo te encuentres con personas de otros puntos de Chile que viajaron solo para escucharlos. Generan una devoción interesante, que no está ligada a una figura central, sino que hay identidad, la gente se refleja en su música, su historia, opiniones y parada, son un referente generacional y de esa manera es más fácil camisetearse.

Una banda que sigue creciendo y que ya trabaja en lo que será su cuarto disco. Solo el tiempo dirá cómo evolucionará todo, pero hoy por hoy y a juicio bien personal: Ases Falsos es la mejor banda chilena del momento.