
Por Amanda Puga, autora de «Mi norte es el sur«
Amanda Puga es la autora del libro «Mi norte es el sur» (Libros del Amanecer, 2016), un compilado de relatos de viajes que la autora se mandó por gran parte de América Latina desentrañando el verdadero espíritu de este continente cuyas venas, aparentemente, siguen abiertas. Paseos por Cuba, Colombia y Ecuador entre otros, conforman parte del puzzle que la escritora arma para entender la región.
En la siguiente crónica, que la escritora quiso compartir con Disorder,‘ se profundiza en la realidad de Venezuela. Un país asolado por su crisis económica y la polarización de bandos. Una mirada que ayuda un poco a entender el fenómeno migratorio hacia nuestro país y que, a pesar de tener muchas aristas, nos da la imagen de la autora sobre esta Venezuela convulsionada.
Pero antes queremos que también te sumerjas en la realidad de Latinoamérica y para eso tenemos 2 ejemplares de «Mi norte es el sur» para sortear entre quienes compartan esta publicación desde nuestro fanpage. Además te contamos que si quieres obtener tu copia y conocer a la autora, podrás hacerlo el próximo 6 de julio a las 19 hrs en la librería del GAM, con la compañía musical de Sebastián Gallardo (We are the Grand) y Alekos Vuskovic (Kuervos del Sur).
«Desde el avión, el sol ilumina claramente el mar Caribe. Las casitas de ladrillos, tan características de esta zona, se ven como un manto burdeo entre las montañas verdes. Estoy en Caracas, por segunda vez, tras cuatro años, nueve meses y veintiún días después de la vez que había tomado un avión similar, pero esa vez desde La Habana. Ahora mi vuelo había comenzado en Bogotá, donde a pesar de que estuvieron a punto de dejarme abajo por no viajar con pasaporte, finalmente logré montarme a aerolíneas Wingo, para una hora más tarde, apreciar el Caribe venezolano desde lo alto.
Mi ida a Venezuela era extraña. ¿Quién va a Venezuela hoy? Los mismos venezolanos en Chile señalan algo que parece obvio. Ir ahora es, al menos, disparatado. Sin embargo, es en ese país donde se encuentra Marco, uno de los mejores sonidistas del continente, con una película nominada al Óscar, otras tantas estrenadas y varios premios bajo el brazo. A Marco lo había conocido en Cuba, en la EICTV, 5 años atrás, cuando él estudiaba sonido y yo estaba haciendo un curso de colorización. Hoy, estaba dispuesto a hacer la post producción sonora del documental Mi Norte es el Sur, mi ópera prima, y no había forma de perderse esa oportunidad.
Ya me había contado Marco, además de los amigos que tenía de mi anterior viaje, lo complejo que estaba conseguir efectivo. Una cosa que nadie entiende, pero la inflación es tan grande, que un dólar, en bolívares, podía ser una bolsa de billetes. Entonces no había efectivo ni en los cajeros automáticos, ni en los bancos, ni había forma de obtenerlo. Por eso, cuando salí del aeropuerto y aparecieron cinco personas a ofrecerse para venderme dólares, pese a que sabía que era ilegal y riesgoso, quizás valía la pena cambiar algo, aunque fueran 10 dólares, para tener efectivo. Me ofrecieron el dólar “a 22 mil”, la mitad del valor que tenía ese día, en negro.’ La vez que había estado en Venezuela, ya había inflación, y el billete más grande era tan sólo de 100 bolívares. El dólar costaba entonces, en negro, 18 bolívares mientras que el oficial, 4. En cinco años, esto había aumentado en un porcentaje tan ridículo que el dólar oficial estaba en tres mil y el dólar en negro en cuarenta mil. En un principio me resistí a la insistencia de los negociantes, sin embargo la sensación de no tener ningún bolívar en un país peligroso donde todos te dicen que si te ven con un dólar pueden robártelo y donde además no existía para mí la tarjeta de crédito u otros medios de pago, me generó miedo.
Entendí que la policía, probablemente estaba coludida con quienes me cambiaron dólares. En vez de 10, se llevaron 30 y se los reparten. En ese momento, todavía no sabía cuánto ganaba una persona en Venezuela, y cuánto eran realmente, para ellos, 20 dólares
Todo fue un acto bien tránsfugo, me dieron 22 billetes de 10 mil bolívares, los nuevos y más altos billetes de la revolución, en ese momento. No sabía dónde meter tanto billete para que no se notara mi acto ilegal. Era raro tener en la mano tanto dinero en billetes.
Uno de mis amigos me esperaba afuera. Me subí a un jeep y comenzamos el camino hacia Caracas. Sin salir del aeropuerto aún, un miembro de la Guardia Nacional Bolivariana, detuvo el auto. Nos dijeron que estaban haciendo revisión de rutina, mientras le pedían la licencia a Federico, mi amigo al volante y le solicitaban que se bajara del carro. Otro miembro de la guardia entonces, se acercó al lado del copiloto:
– Buenos días señorita. Su pasaporte por favor. – le entregué la cédula.- Mire señorita, tengo que informarle que lo que acaba de hacer usted es ilegal. Tengo que llevarla detenida.
– ¿Pero qué cosa? – pregunte como si no supiera nada.
– Hemos interceptado que ha cambiado dinero a través de las cámaras, ya tomamos detenidos a los hombres que le hicieron el cambio. Eso no se puede hacer, usted debe ir a la casa de cambio oficial.
Me puse muy nerviosa. Traté de persuadirle con que yo era extranjera y no sabía que era ilegal y que me ofrecieron cambiar dinero y yo necesito tener dinero en efectivo.
– Pero cálmese señorita, tranquila. – me dijo.- siéntese. Yo entiendo su situación, yo la quiero ayudar. Dígame usted cómo hacemos.
Entendí que eso significaba dólares. Le ofrecí 10. Me pidió 20. Tiritando saqué los 20 dólares de mi bolsito pequeño donde todo se guarda y se mete debajo del pantalón.
– No tiemble – me dice ”“ esto es para ayudarla y queda entre usted y yo.
Le pase los dólares y nos fuimos. Mientras tanto a Federico otro policía le hablaba afuera del auto. Entendí que la policía, probablemente estaba coludida con quienes me cambiaron dólares. En vez de 10, se llevaron 30 y se los reparten. En ese momento, todavía no sabía cuánto ganaba una persona en Venezuela, y cuánto eran realmente, para ellos, 20 dólares.

Una vez en la ciudad, pude comenzar a ver todo más claro. O quizás, en este extraño caso, más oscuro. Me hospedé donde mi amigo que me había ofrecido alojamiento. A pesar de que el costo de un hotel podría ser muy económico para mí, no quería estar expuesta a ser tratada como una turista en una ciudad donde la inflación supera el 1000%, y era, literalmente, carne de cañón. Salir a la calle por primera vez fue impactante. Era extraño ver una ciudad que ya conocía, pero distinta. ¿Cómo es posible explicar Caracas? Haré el intento:
La capital venezolana se encuentra en medio de las escarpadas montañas verdes de la Cordillera de la Costa, al norte del continente Sudamericano. Su forma de organizarse es muy similar a Santiago. La ciudad se configura de oeste a este, donde el oeste es la clase media y baja de la capital, y en el este está la clase media alta y alta. Lo que divide la ciudad es Plaza Venezuela, centro comercial de Caracas. El entorno geográfico no puede envidiarle nada a otras ciudades. Los amaneceres y atardeceres en medio de este valle circundado por montañas verdes, permiten al sol siempre estar entre las montañas. A 1000 mts sobre el nivel del mar, la ciudad tiene un clima cálido, pero no sofocante e incluso tiene fauna, porque en medio de las plazas y los parques, vuelan las guacamayas, llenando de colores el espacio.
Yo recordaba esa Caracas, que me había fascinado ya en Enero del 2013. Hoy, eso no había cambiado, y entonces, a simple vista, pude deleitarme con la ciudad de nuevo, recordar los caminos, observar las carreteras y tratar de ubicarme. Mientras tanto, me impactaba de la nueva cantidad de propaganda que, así como en el gobierno de Chávez, esgrimía la Revolución, hoy ponía a este mismo hombre como un héroe en millones de carteles constantes. Frases de Chávez que pueden entenderse con o sin sentido, bañaban la ciudad. Y eso se contrastaba con su gente.
Mi primer acercamiento a Caracas fue en la casa donde me alojaron, en la zona de Chacao, y me comentaron que no había agua, sólo una hora diaria repartida en 30 minutos en la mañana y otros 30 en la noche, por lo que si necesitaba, estaban los grandes baldes de donde podía ir sacando para lavar o para tirar la cadena.
Hoy nadie tiene mucha plata. Y no importa si tienes plata en una cuenta bancaria porque no corre efectivo. El dinero que se imprime en Venezuela es puro papel
Salimos a hacer algunas compras para comer algo. Lo primero que vi fue un cajero automático con gente haciendo cola. No habría más de 10 personas.
– ¿Esto es por el efectivo?
– Sí. Pero esto no es nada. Ves decenas de personas en momentos.
Llegamos a un pequeño mercado donde yo tomaba lo que fuera y lo iba metiendo al carro. Todo me parecía regalado. Las personas comenzaron a observarme. Se notaba que yo estaba comprando más de lo que los demás compraban, además de estar comprando cosas como la harina de maíz, el arroz o el azúcar, que, aunque son de primera necesidad, nunca se encontraban y, si había, era un gran lujo para aquellos que ganaban en bolívares.
De vuelta a casa vi, en una caminata de dos cuadras, al menos 8 personas buscando comida en la basura. Fue una imagen realmente impactante, especialmente entendiendo que me alojaba en una zona del este, donde dicen que viven los opositores, en un edificio antiguo ubicado en la zona de Chacao. Me dijeron que por eso es que habían cortado el agua, porque ahí fue la zona donde se concentraron, en Abril del año pasado, las “guarimbas”, es decir, las protestas donde murieron más de 100 personas. Luego de eso, dejaron de llegar buses, así como de llegar agua de manera constante, tanto por la destrucción de algunas infraestructuras, así como porque si no estás con el PSUV, eres opositor y no tienes derecho a nada. Y esa zona era conocida por ser opositora. Y el opositor en Venezuela se estigmatiza porque se supone que tiene plata. Sin embargo hoy, la verdad es que nadie tiene mucha plata. Y no importa si tienes plata en una cuenta bancaria porque no corre efectivo. El dinero que se imprime en Venezuela es puro papel. Un dólar, al momento de mi entrada a Venezuela, eran 400 billetes de 100 bolívares, cuarenta mil bolívares, es decir 400 billetes de aquel que era el más alto cuando vine el año 2013.Cuando salí de Venezuela, un dólar había subido a 820 de esos mismos billetes, es decir, una crecida del dólar de más del doble en dos semanas. Entonces, es bastante lógico que no haya efectivo, ¿no?
Durante la cena con mis amigos comencé a comprender la gravedad del problema en Venezuela. Uno de ellos, Nelson, a quién había conocido hace algunos años y que tenía una gran carrera, estaba en Caracas alquilando una habitación y lo que ganaba al mes, trabajando en el área audiovisual, a pesar de ser un buen sueldo, no le alcanzaba para mucho. Pero no sólo eso. Era un tema de sentir. Cuando de pronto todos empezaron a vomitar información, a contarme sus miedos, sus rabias, sus experiencias, comencé a sentir esa Venezuela de la que ahora hablan los que llegan a Chile.
-Hay un sensación constante de miedo ”“ me dijo ”“ es como algo con lo que uno tiene que aprender a vivir, y a olvidar, porque si no te desplomas. No sólo es el miedo a que me roben el celular, a que te asalten o a que te maten. Es miedo a enfermarme, por ejemplo. Me aterra subirme a un taxi y tener un accidente. Me aterra que me receten un medicamento. Porque no hay medicamentos en ninguna parte. La gente se está muriendo sin medicinas. Los hospitales públicos son totalmente insalubres, no hay camas, no hay jeringas, no hay algodón. Atienden a la gente en el suelo. Y si quieres ir a una clínica privada, igual te sale carísimo porque yo, obviamente tengo el seguro médico más barato, y con la inflación constante, ya no te alcanza para nada.
-Pero también hay un miedo a quedarte sin dinero en la tarjeta, o a que la tarjeta no pase y no puedas comprar nada- dijo Eduardo, otro amigo con quien compartíamos. ”“ Mira, yo gano 1 millón de bolívares. Hace 1 año y medio, ganaba 25 mil bolívares. Y no es que me han subido el sueldo 5 veces por mis grandes méritos y mi maravilloso trabajo. Es porque si no lo suben no alcanza para nada. Y aún así, no me alcanza para vivir.
Pensé en que ese día, en comprar un canasto de cosas en el mercado, me había gastado casi 300 mil bolívares. Él ganaba 1 millón, lo que además, me explicó, era 4 veces el sueldo mínimo. Y una compra cualquiera salía al menos 300 mil bolívares.
-Y eso que yo gano bien. Imagínate un pensionado que gana el sueldo mínimo. Y un kilo de arroz está en 40 mil bolívares. Le alcanza para 6 kilos de arroz, y se te acabó el sueldo.
-Dichosos nosotros que somos solteros- dijo Nelson- y no tenemos que pagar colegio, y podemos valernos por nosotros mismos. ¿Qué hace una familia?

Fue entonces cuando empecé a sentir angustia. Angustia de ver a mi amigo con quien había compartido momentos de dicha y risa años atrás, en un estado de miedo, tratando de echarle pa delante pero viendo el panorama muy difícil.
Al día siguiente tenía que dejar muchas cosas listas para irme a Margarita donde me juntaría a trabajar en la película. Entonces decidí no salir del departamento. Tenía miedo de caminar por la calle, de salir a conocer, de ser una turista en Venezuela. Entonces preferí quedarme conectada a Skype, porque, con mi buena suerte, aún nadie se había robado los cables de Internet en la casa donde me alojaba. Aún así, decidí salir por un café.
Caminé media cuadra y encontré una cafetería. Igual que todo, había una pequeña cola para pagar. El hecho de que no haya efectivo, genera que todo el mundo tenga que pagar con tarjeta. A eso súmele que todo Venezuela está pagando con tarjeta, entonces las líneas se colapsan y las transacciones no siempre funcionan, o son muy lentas. Hay otros que dicen que son las mismas compañías de Transbank quienes lo hacen más lento para bloquear al gobierno. No sé la verdad, pero cómo sea, la cosa andaba despacio.
Cuando pedí mi café, vi en la mesa un cartel pegado con cinta adhesiva escrito a computador que leía lo siguiente: “Estimados clientes: Debido a la situación del país, se hace difícil adquirir las materias primas como harina, margarina, entre otros. Es por esto que solamente estamos haciendo tortas a pedido con límite diario. Disculpe las molestias que esto pueda ocasionarle”. La explicación parecía lógica y se entendía en el marco político social que ya me habían explicado. Pero lo que me emocionó fue cuando leí “Disculpe las molestias que esto pueda ocasionarle”. Llegué a la casa, y no sé si fue por lo vivido el día anterior o porque al volver también vi gente comiendo de la basura, o porque me emocionó que el cafetero se disculpara con su distinguida clientela por no poder encontrar mantequilla para hacer tortas, o quizás todo junto, pero me puse a llorar. ¿Qué había pasado? ¿Cómo en 5 años un país puede pasar de tener un billete de 100 como el más grande para tener ahora un billete de 100 mil como el más grande? ¿Por qué esas personas que yo había conocido hace tiempo atrás, no podían pagar por una cerveza o, peor aún, por un kilo de arroz?

Por la tarde llegó Iván, uno de los personajes más importantes del documental en el que trabajo. Tiene una opinión clara y objetiva, a mi gusto, de la situación de su país. Había cambiado mucho. De tener una cabeza rapada había pasado a tener rastas en todo el cabello. Estaba flaco. Muy flaco. Fue lindo el reencuentro. Yo le había traído un celular desde Chile, porque me lo pidió. Mi hermano tenía uno que no usaba y se lo entregué. Levanto los brazos de felicidad y me abrazó fuertemente. “Me estás salvando, negra”, me dijo.
Sí. Un celular en desuso porque es muy lento. Él estaba feliz. Yo quería llorar. “No sabes hace cuánto tiempo no agarraba uno de estos. El último que tuve se echó a perder, y bueno, imposible tener dinero para comprar uno con lo que gano”. Iván es parte de la lista del referéndum revocatorio del 2002. Él votó que no a Chávez. Esa lista hoy está en manos del gobierno, por lo tanto no puede acceder a ninguno de los beneficios que el Estado entrega. Porque al igual que en Cuba, en Venezuela también hay una cajita de comida con los alimentos básicos que entregan una vez al mes por la suma de 10 mil bolívares. Es la forma de acceder a harina’ de maíz, arroz y azúcar, sin sacarse un ojo de la cara. Pero Iván no puede acceder a eso. Tendría que ser parte del partido, de juntas de vecinos, de centros comunitarios, y así tener el famoso “carnet de la patria”, que te permite acceder a este beneficio, el único que va quedando de las acciones de la Revolución, porque ya no hay ni Mercales (mercados subsidiados) ni Barrio Adentro (Médicos cubanos en las poblaciones más vulnerables), ni misión vivienda. Sólo están los clap, las cajitas con algunos de los productos de la canasta básica, para solventar la dieta. E Iván no puede acceder a ellos. “Ni que pudiera Amanda. Nunca tendría ese carnet de la Patria ni me haría pasar por un miembro del PSUV. Te quieren comprar con arroz, y lo están consiguiendo, pero yo, no”. Su orgullo me molestaba un poco. “Hay gente que tiene que trabajar para los chavistas y votar a favor del chavismo porque si no los echan. Yo no quiero ser parte de eso. De ese miedo. Pero tranquila, que aquí siempre resolvemos”, dice riendo.
Fuimos con Iván, Carlos Luis y otros amigos a la ruta musical. O algo así, se llamaba. Lo mejor de la Revolución, a mi gusto. Son eventos públicos para todo el mundo, gratuitos, con 4 Dj’´s en la calle, de electrónica, salsa, cumbia y otros estilos, que se hacen a fin de mes, en el Capitolio de Venezuela. Entonces parece año nuevo. Todo el mundo baila salsa y electrónica en la calle. Venden hamburguesas a 40 mil bolívares, una fortuna si ganas un millón de bolívares, un ganga para mí si ese monto estaba evaluado, aún, en un dólar. Y por todos lados, está lleno de carteles del Che Guevara. Y de Maduro. Y de Chávez. Una linda forma de pasar un viernes. “Tienen que hacer esto, es la única manera que la gente pueda relajarse”, me decía Iván. Y entonces fue el único momento donde percibí esa alegría del Caribe, en masa, en todos, porque todos, de cualquier edad, género, situación económica y profesión, estaban en el caluroso Caracas bailando salsa.
Continuará…
Publicado por disorder.cl
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