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Sauvage: Persiguiendo el amor

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Por Macarena Sierra

Sin adornos, con el torso desnudo. Un hombre joven se tapa con fuerza la boca, encerrando en su bello cuerpo algo que estalla del alma, en medio de gente vestida y que está de fiesta. Con esta caratula, se representa visualmente Sauvage, la opera prima de Camille Vidal-Naquet.

Una ventana abierta a la Francia actual, al cotidiano de un NN. Quien subsiste como él lo define: “haciendo un servicio” con una actividad no muy explotada en el cine, la prostitución masculina. Sirve al otro, en escenas impresionantes, y es acá donde el director cobra peso, atreviéndose a restituir una realidad sin censuras y cruzando esferas ambiguas, principalmente desde el lenguaje corporal. Hay situaciones amables de dulzura y preocupación, otras indolentes de tipo mecánicas casi autómatas hasta el versus de la crudeza y violencia de un sexo terrorífico.

Son múltiples matices de una paleta de escenas propias de un estilo de vida que llega solo, al borde de la civilización y, sin embargo, cruza en instancias lacerantes ese límite.

A este ser humano que llega a ser objeto de deseo, lo atraviesa casi todo lo corrosivo; autodestrucción, drogas, enfermedades, frío, sed, hambre, vicios, silencio, suciedad y, pese a ser rechazado, abandonado, maltratado, denigrado, sigue ese rumbo vagabundo con algunas luces que le dan cuerda para seguir en una especie de inconsciencia en un presente continuo, atrapado en la soledad, en las estructuras, con indiferencia ante la mayoría de los placeres de la vida social y material.

Vemos que nunca se queja ni intenta salir: asume este vacío. No se puede saber qué es lo que pasa en su fuero interno. Sí se sabe que es conducido por el deseo y que en ese camino las curvas son actos irracionales que lo hacen caer en el abismo.

Al parecer lo único que lo mueve y conmueve es una sed voraz de afecto que lo lleva a buscar el amor con una especie de ideal romántico: si vende su cuerpo por momentos, él no se vende.

¿Qué es lo natural en un estado salvaje?
Tal vez no estar domesticado, hallar en la naturaleza el espacio para liberar el sexo, dejar hablar al deseo sin censura, curtir la piel en la calle, erradicar las necesidades que en sociedad instalamos como básicas, no despegar. Para comprender el enigma hay que hacerlo propio.

Los casos de niños salvajes han cautivado siempre a la opinión pública.’ Plagados de signos y elaboradas claves, fueron estudiados y clasificados por Linneo.’ Rousseau en su libro Emilio o la educación se cuestionaba si el hombre, privado del contacto social, estaría desprovisto de sentido moral. O, por el contrario, ¿tendría un sentido moral natural, una bondad originaria. El primer caso documentado es el del ‘«niño lobo de Hesse’», hallado en 1344. En 1731, en Francia, se encontró a una niña de unos 10 años de edad, descalza y vestida con pieles de animales. La llamaron ‘«la niña esquimal’». Victor de l’Aveyron es otro conocido caso.

Para que el hombre salvaje ya no provocara miedo y se convirtiera en un ser aceptable fue’ necesaria la intervención de la ficción con la creación de un héroe como Tarzán. Este proceso fue narrado en la película de François Truffaut‘ «L’Enfant Sauvage», de 1970 y así podría seguir enumerando instancias, pero volviendo a esta obra, afloran en ella todas las funciones de la imagen: representativa, simbólica, semántica, estética, epistémica con fotogramas que han circulado una semana en mi imaginario, derrocando prejuicios, instalados de un modo en que finalmente la que se calló fui yo.

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