En sentido figurado claro. O no tanto. Sobrevive, pero con un ventilador mecánico que lo sostiene en el circuito musical. Porque esa ola enorme que apareció en el horizonte hace 10 años ya terminó por romper. Empapando la escena y repercutiendo en una generación que se formó con esos sonidos, con ese espíritu, con esas ganas, con algo de ímpetu y a la vez una amorosa sensación de hermandad. Pero en las puertas del 2019 uno mira ese rebote y se da cuenta que la ropa ya se secó.
El indie sobrevive, pero a duras penas. A pesar de los enormes y nobles esfuerzos de destacadísimos referentes que no solo están en los escenarios, sino que muchas veces detrás del telón orquestándolo todo para que el indie se mantenga funcional, el futuro no se ve resplandeciente como hace una década.
Cada año hay grandes (de espíritu) instancias, llenas de sangre, sudor y lágrimas. Festivales que buscan revitalizarlo todo, generar una hermandad sudamericana, latinoamericana, americana, mundial. Pero el punto es que al final del día, a la hora de hacer matemáticas, como las haces tú o como las hago yo en mi casa, a la hora de sentarse a mirar si el negocio funciona o no tanto, los números parecen estar más en rojo que en azul. Y así no hay quien resista.
Ahora, entendamos que uno sabe que el músico no hace esto por amor al dinero (?), pero tampoco todo es por amor al arte. Como en casi todas las actividades más ligadas a lo creativo, uno comienza trabajando un poco ad honorem, tratando de hacerse un espacio, si no a los empujones, con buenas acciones. Pero los años pasan y tarde o temprano, tu tiempo necesita ser monetizado, porque hay cuentas, porque hay guaguas, porque hay una vida que no se sustenta sola.
Si te das una vuelta por los carteles de los festivales más concurridos, te encuentras con que la presencia de bandas que representan al género, es casi inexistente y las que logran subirse a los escenario, lo hacen en los peores horarios cuando la afluencia de público es mínima
Y cuando se trata de autosuficiencia, bueno, digamos que el indie no es como que la rompe en ese ítem. Porque si te das una vuelta por los carteles de los festivales más concurridos, te encuentras con que la presencia de bandas que representan al género, es casi inexistente y las que logran subirse a los escenario, lo hacen en los peores horarios cuando la afluencia de público es mínima. Cero respeto, es cierto, pero es como en el tennis: no pones a Roger Federer a jugar a las 2 de la tarde, lo mueves al horario prime, para que se disfrute.
La escena hoy, nos guste o no, está dominada por el trap y la música electrónica, quienes semana a semana tienen más fechas y nuevos exponentes. Es más, esos carteles que antes le daban espacio a figuras emergentes del indie, hoy hacen ídem con las figuras emergentes de la música urbana y la amplísima electrónica. Es más, son cabezas de cartel. Por lo mismo, tampoco es novedad que los máximos exponentes del indie se hayan trasladado a otros géneros o fusionado sus sonidos o se hayan puesto más maduros y experimentales, como suelen versar. Papa/patata.
Me gusta el indie y me duele su precariedad, pero no todo su mal presente se debe al espíritu de autogestión, porque como en todo, hay algunos buenos y otros no tantos. Y en un universo musical que con el aumento del acceso a la información y a recursos virtuales que te permiten convertirte en un músico menos amateur y más pro, crece exponencialmente, el aumento proporcional de’ malas bandas‘ bandas con capacidades más «limitadas», es idéntico.
Es de esperar que la fórmula sobreviva (pese a que siempre fue un metagénero) y que algunos hermosos festivales que han nacido en nuestro país, en nuestras calles, puedan dar con la tecla correcta, con la ecuación que les permita crecer un poco y volverse realmente autosustentables, pero mientras tanto, la lápida está siendo tallada.
Publicado por Pablo Bustamante
Archivo: 155 artículos