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#ChileDespertó Así es la ciudad más feliz de Chile durante los días de manifestaciones

Publicado por Pablo Bustamante

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Fotos por Juan Ponce y Matías Ramírez

Lo primero que ves cuando entras a Quillota son cerros verdes. Hermosos e imponentes y el verde es tanto que cuando lo miras mucho rato, parece un cuadro impresionista, todo fundido bajo tu mirada. Los cerros son cubiertos por el manto verde de las plantaciones de paltas que cercan Quillota, La Cruz, Calera y otras localidades interiores de la Quinta Región, esa palta que sale todo el año en barcos a diferentes partes del mundo y que se ha convertido en uno de los productos más exportados en los últimos años por nuestro país.

Lo segundo que ves, cuando ya te internas en la ciudad, es gente, mucha gente, más de lo que habitualmente verías en una ciudad como Quillota. No es solo gente, es una masa, un conjunto enorme que se aglutina en la plaza central de la ciudad, adornándola de colores, gritos, pancartas y principalmente esperanza.

El efecto dominó que comenzó en el metro de Santiago se propagó rápido por todas las ciudades, como una enfermedad escribió alguien por ahí, aunque la verdad es que su propagación es más comprable con la de una cura.

En la plaza de Quillota, todos los días desde el pasado sábado han sido días de reunión, de canto, de manifestaciones contra el modelo, contra el gobierno y contra la desigualdad. Han sido días también de organización, de trabajo y consolidación de una idea, de un imaginario colectivo y espontáneo que sueña con una vida mejor, más justa, menos opresora.

Día tras día la masa aumenta su volumen. Cantan, gritan, muestran su alegría y sus demandas en la plaza. Comparten pancartas y principalmente pensamientos. Transitan mentalmente un laberinto espeso y enmarañado con la intención de encontrar una salida. Acá algunas voces que expresan su sentir:

«Dentro de una ciudad como Quillota, que es emblemáticamente facha, con una Iglesia muy presente, dos regimientos, poblaciones de milicos y más, es sorprendente ver una ciudad que despierta. Hay mucha juventud, muchos niños que están aquí, que crecieron con una represión distinta a la nuestra, era una de patrón de fundo y que estén aquí es algo súper grato»

Marco, 39 años, Eléctrico.

«La gente por fin está reclamando de manera pacífica por sus derechos que han sido vulnerados por tantos años. Esta ciudad al principio fue muy agrícola, luego empezaron a llegar las empresas y una economía muy extractiva y nosotros hemos visto como nuestro río Aconcagüa ha ido perdiendo su cause por las empresas de áridos, empresas constructoras, tenemos mineras, una termoeléctrica que contribuye mucho a la contaminación de nuestra comuna, las paltas que son un saqueo a cara descubierta. Si tú ves los cerros, están todos verdes, pero el río Aconcagüa no corre y uno no se explica como la distribución del agua sirve para algunos y no para toda la comuna. La comunidad se cansó de este saqueo y nos estamos manifestando para decir basta»

Marcela, 29 años, Funcionaria Pública

«Me siento súper orgulloso del movimiento que ha podido generar esta ciudad. Acá somos menos de 100 mil habitantes y es una ciudad muy conservadora y religiosa y esto da un nuevo aire social. Fueron 30 años de muchas cosas, de un sistema que se ha demostrado que no es beneficioso para el país completo, sino que solamente para unos pocos»

Cristián, Relacionador Público

Todos dialogan, desde profes a mineros, de comerciantes a cesantes, eléctricos e ingenieros. La ciudad disfruta el momento, se construye sociedad. Hay una hermosa sensación de amabilidad y compañerismo.

Han pasado varias horas y nadie se mueve, es más, la masa ha doblado tamaño y la plaza se inunda de entusiasmo. Cerca de las 5 de la tarde llega el momento de desplazarse, gritar la consigna por las calles y contagiar de vida y esperanza a los vecinos que siguen con la vista a esta culebra de miles de personas que zigzagean por las calles de Quillota. No hay un destino final, nadie los dirige, todo es espontáneo, aunque a muchos les cueste creerlo.

Y entonces niños con sus padres, madres y abuelos, vecinos, compañeros de curso, compañeros de pega, hinchas de equipos, chilenos, extranjeros, todos, absolutamente todos interrumpen su evidente felicidad con la escena que de golpe y porrazo se superpone en cosa de instantes. Una nube gris y espesa se asoma desde la cabeza de la serpiente de gente y los dispersa. Gases insoportables le cierran la garganta a los ciudadanos que tranquila y pacíficamente marchaban por las calles de Quillota. Disparos de balines y perdigones se empiezan a suceder y ahora todo es caos, un desorden que se genera a nivel molecular y rompe con todo.

Los niños ahora lloran, algunos padres y madres vomitan, la gente no lo entiende. Se escucha y se replica fuerte una sola pregunta en las cabezas «¿Por qué?». Y la verdad no hay respuesta que sea suficiente, porque en el instante exacto en que todo parecía ir bien, la policía quillotana reprime y violenta a sus propios hermanos de una forma tan indignante que dan ganas de llorar, de llorar en serio.

Pero incluso en esa escena terrible y dantesca hay esperanza, porque mientras retrocedes y corres por tu vida, sin ver nada, desorientado, sin saber donde es derecha o izquierda, al borde del güitre y con los mocos colgando, aparece alguien, que no conoces, que nunca te ha visto, que quizás piensa cosas que no te gustan, apoya a otro equipo o lo que sea, aparece y te salva, te toma del brazo, te limpia la cara y te orienta y en serio, te salva.

El toque de queda aún no empieza y a lo lejos carabineros se ríe, pasa un ciclista y de una patada lo botan, le gritan y le dicen que se vaya a su casa, algo que probablemente ya estaba haciendo. Más atrás los militares observan, en formaciones rígidas, lo que ven no los conmueve ni les toca. Tras las montañas el sol se esconde y el toque de queda empieza en una ciudad temerosa y agotada, pero que no se rinde. Como todo Chile. Como tú.

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