
Si hace pocos días te contábamos sobre unas manifestaciones durante el día en Quillota, con mucha alegría, colores, gritos y esperanza, ahora te contaremos lo que pasaba después, cuando las calles parecían sacadas de una película post apocalíptica y donde cada tanto se veía pasar a alguien cruzando miradas contigo y con un nivel de angustia tan evidente que daban ganas de ir a abrazarlo.
En toque
A medida que la hora del toque se acerca y FFEE de Carabineros ya ha dispersado, violentamente, a todos los manifestantes, Quillota cambia. Basta solo caminar unos metros para darse cuenta como en calle Alberdi con O’´Higgins la polícia ya tiene contra la pared a un grupo de personas. Manos en la cabeza y búsqueda bien violenta de elementos peligrosos en sus ropas. Todo con bastón en mano mientras golpean en las piernas y en la zona de las caderas a los detenidos. Son golpes cortos, sin tanta fuerza, pero repetidos. La escena es tensa, desde algunas ventanas la gente mira con terror, en silencio. Nuestro equipo corre con cámaras en mano a registrar el momento y al acercarnos más notamos, con sorpresa, que algunos de los detenidos son, aparentemente, menores de edad. No podemos confirmarlo, claro, porque de inmediato, apenas nos ven grabando, una patrulla se detiene a nuestro lado, nos piden el salvo conducto y empiezan a tapar lo que sucede.

Pese a que mostramos nuestro documento que nos permite desplazarnos por la ciudad posterior al toque de queda y a que nos identificamos como prensa, el trato de Carabineros es fuerte, intimidante. El oficial que dialoga con nosotros tiene una escopeta frente a nuestras caras. Apunta hacia arriba, es cierto, pero no deja de ser una clara señal de una autoridad represiva y violenta, porque además, tras de él, otros policías nos ladran como perros furiosos, amenzándonos con detención y obligándonos a retirarnos.
Una ciudad triste
De esa Quillota considerada como la ciudad más feliz de Chile queda poco. Es una ciudad sitiada por militares que acá, con dos regimientos, son conocidos por su poca tolerancia. Basta caminar por sus calles en pleno toque de queda para darse cuenta el miedo que se respira. Las personas que aún retornan a las casas y que se topan en direcciones opuestas se miran con desconfianza ¿Será un milico de civil? ¿Será un sapo? El cuerpo se tensa y a medida que se acercan se saludan, se comparten datos sobre dónde se están ubicando los carabineros y militares, a medida que toman distancia el lenguaje corporal muestra un tenue relajo.
Empieza a caer la noche y entre el sonido de los cacerolazos que se repiten mientras avanzas por las calles, se cuelan algunos otros sonidos de disparos. Primero son pocos, uno o dos, pero pronto se suceden con más frecuencia y cuesta identificar si vienen desde tu derecha o tu izquierda.
Llegando al hospital de Quillota, un edificio deprimente y añejo (en las afuera de la ciudad se construye el nuevo y moderno hospital biprovincial), la noche ya se ha instalado. Poca gente deambula por ahí y nos cuentan, desde el mismo hospital, que seguramente dentro de poco comenzarán a llegar las patrullas con detenidos a constatar lesiones, pero que por ahora no hay nadie herido en manifestaciones o por violencia policial. Algo que tristemente resulta ser falso.

No pasan ni 5 minutos cuando nos enteramos de una historia triste, una más de las que se van sucediendo en esta ciudad. C.E.G.C. de 13 años, está siendo atendida por un disparo de perdigón en su pierna mientras se desplazaba junto a su padre en la manifestación pacífica del miércoles pasado en el centro de Quillota. Más impactante aún es ver a su padre, junto a ella, con perdigones aún alojados en su lengua. No ha querido dejarla sola, por lo que se mantuvo ajeno a su dolor para acompañar a su hija y ahora que ha llegado su hermano, recién pasará a atenderse. Algo sumamente emocionante que mezcla el amor por tu país con el amor por tu ser más querido.
«Veníamos en la marcha, todo era muy pacífico, íbamos llegando a la copa de agua de Quillota y frente a nosotros estaba Carabineros, que lógicamente no nos dejaba pasar. Nos hicieron cruzar por una calle, así que por ahí fuimos con mi hija cuando de la nada sentí un puro golpe en mi boca y empecé a sangrar. Los perdigones están aquí dentro«, relataba Freddy Guerra, el padre de la menor, mientras muestra sus heridas y detalla que pese al impacto, tomó la fuerza necesaria para sacar a su hija de la manifestación y alejarse del lugar.
Igual de triste es enterarse de que Freddy, al escapar, recibió la ayuda de vecinos del sector, quienes al verlo con la menor les ofrecieron refugio para asistirlos, algo que duró poco, ya que Carabineros en instantes hizo ingreso al hogar y tomó detenidos a algunas de las personas que estaban prestando ayuda a diversos afectados como Freddy Guerra y su hija.

«Después de eso una de las vecinas del sector nos ofreció traernos al hospital en su auto, pero como mi hija es menor de edad la atendían en la urgencia pediátrica y a mí en la de adultos, por lo que debían asistirnos por separado y no iba a dejar a mi hija sola«, decía el padre de esta menor en los instantes previos a ser atendido y con un visible perdigón alojado en su boca.
Pese a todo el dolor, Freddy no se movió del lado de su hija y esperó con paciencia la llegada de su hermano, otro adulto que pudiera acompañar a la menor mientras él, al fin, podía ingresar a la urgencia para ser atendido.
«Nosotros estábamos en una marcha pacífica, antes del toque de queda, con nuestra ollita. Lo que sucedió después es pasarse absolutamente de la raya, hay un descontrol absoluto de Carabineros y nos les importa nada a quién le disparan», explica Freddy momentos antes de ingresar.
Se pierde por los pasillos del hospital y en ese mismo instante dos patrullas ingresan de manera rauda con algunos detenidos. Son muy jóvenes y se quejan de las esposas, están muy apretadas, dicen. Los carabineros no responden, los apuran y entonces uno de ellos al ver nuestra presencia se gira hacia nosotros para decirnos que no podemos estar ahí, que no podemos grabar y pese a que le explicamos que somos prensa, que tenemos autorización y no estamos grabando en el interior del hospital ni vulnerando la dignidad de pacientes, nos avisa que si seguimos ahí nos detendrá por desacato.
No hay delito por nuestra parte, ni seguramente tampoco por parte de muchos cientos de detenidos a lo largo del país, quienes han sido encerrados de manera arbitraria, sacados de sus casas o reprimidos con absoluta violencia. Seguimos el recorrido nocturno en la ciudad más feliz de Chile y los balazos continúan ahí, se ven barricadas y se escuchan cacerolazos.
Hay una sensación doble, que conjuga estados muy sensibles. Los quillotanos hoy no son felices, es cierto, pero han elegido no vivir tristes, sino que salir a combatir las injusticias y tener derechos sociales reales y consolidados.
A Continuación parte de nuestra conversación con C.E.G.C. la menor de 13 años a la que Carabineros de Chile decidió dispararle.
Publicado por Pablo Bustamante
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