Este fin de semana, como una forma de conmemorar el Día Internacional de la Mujer, el periódico l´Obsservatore Romano -un medio semi oficial del Vaticano- publicó un artículo llamado «La Lavadora y la Liberación de la Mujer. Pon el detergente, cierra la tapa y relájate». Dicho artículo señalaba que la lavadora habría contribuído mucho más a la emancipación femenina  durante el Siglo XX que las píldoras anticonceptivas o que el derecho a trabajar fuera de casa.

Por Francisco Campos

Si me preguntan, yo creo que la respuesta es obvia. Evidentemente la lavadora contribuyó muchísimo más a la emancipación de la mujer durante el siglo pasado porque le permitió contar con un aparato que hacía su labor doméstica mucho más llevadera. A la vez, le ahorraba una buena cantidad de tiempo, lo que permitió que la mujer pudiese dedicar horas que antes dedicaba a lavar a otras actividades como el trabajo, su realización personal, o en su defecto, pegarse un buen polvo, incluso sin necesidad de las pastillas  anticonceptivas, las cuales nunca fueron el único medio de control de la natalidad disponible.

Convengamos además que el lavado nunca fue una  tarea sencilla. Imagínense esas familias grandes -tan características del siglo pasado- e imagínense al mismo tiempo a una pobre mujer lidiando con toneladas de pañales cagados o de calzoncillos a los cuales resultaba imposible borrarles la chantada de camión, por más que fuesen restregados contra la tabla de lavar. Por otra parte, la lavadora contribuyó también a que los hombres podamos lavar nuestra ropa sin depender de terceros. Eso sí, de planchar ni hablar.

Ahora bien, el artículo en cuestión es claramente mal intencionado ya que, si uno empieza a leer entre líneas, no hace más que «recordarle» a la mujer que su rol está en el hogar, cuidando a los mil y un pendejos que está obligada a tener, cumplir inobjetablemente los deseos de su marido y asumirse a si misma como un ser de segunda clase, y no trabajando ni dando rienda suelta a sus instintos hormonales, lo cual es una prueba más de que la Iglesia Católica ya no puede estar más desperfilada.

De todos modos, tres hurras por la pequeña maravilla y tres más por la Margarita.

Lee el famoso artículo acá.