Reseña: Ojos Rojos

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Por Alberto Herrera.

Bielsa cuenta y vuelve a contar los pasos en la cancha de entrenamiento antes de enterrar una estaca en el pasto, para luego sacarla y enterrarla dos pasos más allá, para arrepentirse una vez más y enterrarla en otro lugar.

La gente del cine se ríe por esta demostración de cálculo y obsesión hasta en el más mínimo detalle, gesto típico de Bielsa, y la gente también ríe por la predisposición con la que ha venido a ver la película. Asumo que todos -desde Harold Mayne Nicholls, sentado tres filas más atrás, hasta el Chapulín, cinco más adelante- tenemos ganas de emocionarnos, de reírnos y entramos a la sala de cine con el corazón expuesto, como niño en la premiere de Harry Potter.

Sin embargo la sensación después de ver Ojos Rojos es la de un empate 1-1, habiendo podido ganar por goleada.

Entre los goles perdidos está el no haber desarrollado mejor las historias de los jugadores, las historias de camarín, ésas que nunca sabemos. Como la de David Pizarro y su decisión de dejar la Selección por culpa de un grupo de jugadores que prefiere ir cantándole Do-la-pe a Nelson Acost -¿Se atrevería algún jugador de la selección hoy a cantarle irrespetuosamente algo a Marcelo Bielsa?- mientras Pizarro va con sus audífonos, tranquilo, serio, concentrado.

Creo que esta película desperdició la posibilidad de hacernos pedir a gritos el regreso de Pizarro, por mucho que no haya jugado las eliminatorias. En Italia lo eligieron el mejor del Calcio en su posición, y para nosotros debería ser difícil aceptar que un jugador de su nivel se pierda un Mundial, más aún siendo chileno.

El segundo gol perdido (y esto es personal) es la figura de Marcelo Salas. Creo que el diálogo con el aguatero en el Centenario de Montevideo, esa que vimos en el adelanto-filtración de Canal 13 y que ahora esta excluido del film, hubiera servido para liberar parte de la cuota de pasión que no pudimos desahogar en toda la película.

Lo que vimos de las entrevistas a Eduardo Galeano, Jorge Valdano y Evo Morales no fue mejor que el discurso simple que hace sobre el fútbol un papá mientras su hijo juega con una pelota. Uno se queda con la sensación de que, al menos, Galeano sí tenía algo más que decir, y no creo que Don Sergio Riquelme, reportero de Futrono, se hubiera enojado por unos minutos menos de protagonismo.

Sé mucho más de fútbol que de cine, y creo que Ojos Rojos juega de local en la cancha de los 35 milimetros. Ojos Rojos le entregará al público extranjero un reflejo fiel de nuestra identidad depresivo-maníaca, la misma que nos motiva a seguir ahorrando plata para ir a Sudáfrica, todo sea por tocar un poco de cielo mundialista.

Sea como sea, registrar todas esas horas de grabaciones es un trabajo enorme por el que no podemos sino estar profundamente agradecidos con Larraín, Sabatini y Sallato -¡muchas gracias!-. Es un trabajo maravilloso al que le faltó un orquestador que pudiera abstraerse de la montaña de información y escoger las imágenes precisas.

Varios van a salir del cine con la esperanza de alguna vez poder ver más del material documentado, en otro formato a lo mejor, porque la película dura 85 min, y en los 5 minutos que nos quedaron debiendo alcanzaba para meter dos goles más. Fácil.

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