Una «Comic Con» sin mucho Cómic

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Por Fernando Vuletich

Cuando escuché que Comic Con se realizaría en Chile, uno de los eventos más importantes en los que de historietas se trata, no pude dejar de sentirme aprehensivo, por decir lo menos. A pesar que toda mi vida había soñado con este momento, fue imposible olvidar los muchos eventos a los que he asistido, y cómo vez tras vez me he encontrado con los mismos 15 locos y los mismos 8 stands.

Aun así, dejé de lado mi vacilación cuando comenzaron a correr los rumores de la venida de Leonard Nimoy, de que se haría el mega estreno mundial de X-Men o de los 8 minutos de Green Lantern, cosas que una a una se fueron cayendo días antes del evento, haciéndome pensar que, quizás, este mismo se iba a caer.

Así pues, lleno de dudas, entré un día sábado por las puertas de la Estación Mapocho llevándome una increíblemente grata primera impresión.

Más grato que la magnitud del evento, en comparación a los anteriormente realizados, creo que fue el ver a más de 200 personas reunidas bajo una gran y justa causa: los Cómics.

No hay que engañarse puesto que la Comic Con no trata solo de ellos. Este evento se ha vuelto la mejor catapulta para promocionar películas, series, juguetes o cualquier producto que pueda interesar al público pop, transformándose en una pasarela para las celebridades. Cosa que se intentó emular aquí con resultados bastante menos glamorosos. Y es que ver a Nicolás López transmitiendo (como siempre), o los de “Témpano” promocionando el web cómic relacionado con la serie, ya es una cosa. Pero toparse con los tipejos de «Calle 7», bailando disfrazados, es otra completamente distinta, especialmente si se la pasaban murmurando “vámonos luego de esta hueá”.

Al comienzo fue realmente bonito y mágico pasearse entre stands dedicados a Star Wars, X-Men o, incluso, por el de Glee, todos llenos de fanáticos con sonrisas de oreja a oreja. Pero tras dar y dar vueltas comencé a notar lo poco que había realmente tras los grandes stands, que en realidad no eran más que inmensas publicidades para las próximas temporadas.

Así se fue haciendo cada vez más notorio el marketeo del evento. No digo que sea malo jugar Kinect un rato o que los de Bazuca regalen cartas Magic, pero toda esa pureza e ingenuidad con la que entré se fue hundiendo en un pozo de desechos tóxicos.

Pero esto estaba calculado. No por nada se realizaron eventos en el escenario principal cada media hora. Quizás no los más entretenidos (léase gente actuando Star Wars) pero que de manera muy efectiva lograron apelar al fan presente y hacerlos a todos participar en la votación del mejor disfraz o al momento de bailar al ritmo del Capitán Memo.

Y sí, había mucha gente disfrazada. Desde ricas modelos de superheroinas, hasta viejos de 40 que se creían Harry Potter, todos pasándola muy bien, caminando como si estuvieran en su casa.

Lo más llamativo del evento es que supone ser el punto de reunión de los amantes de los cómics pero serían los mismos cómics los mayores ausentes. Ademas de Gabriel Rodríguez (el chileno nominado a los Eissner) creo que hubiera sido de vital importancia la presencia de otros dibujantes o guionistas de peso. Gente que nos hiciera sentir que somos parte de algo mayor, gente que te tocara el hombro y te dijera “no me fije en ese detalle cuando creé al personaje”.

En resumidas cuentas, la primera edición de la Comic Con chilena careció del glamour de su versión original pero no por eso hay que mirarla a menos. A pesar de las promesas no cumplidas fue un gran evento, sobre el promedio de lo que se realiza por acá y que como primera experiencia, supera las expectativas.

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