Por Albaro Farías

Nunca me había costado tan poco entrar. Me acredité e incluso me di el lujo de llegar tarde. No sudé la gota gorda como años atrás por ver un poco. Me encantó que fuera poca gente. Un agrado poder caminar por la cancha y, luego de sólo un par de empujones, llegara hasta la reja. Sólo 6500 pelagatos que en su mayoría eran tipos de buena vida y sushi a la hora de almuerzo. Había tan pocos Molko-maniáticos que los quisimos inmortalizar. Marcelo Contreras ya lo dijo: “Placebo es una banda empantanada”.

A continuación los fans rellenitos de Placebo.

Él se llama Javier y andaba como con diez amigos más. Nos contaron que no tiene polola desde hace tres años. Justo cuando le empezó a gustar pararse los pelos.

Ellos dos no sólo salen con cara de malos. Son malos, malos. Tanto que no nos quisieron dar sus nombres. Y luego de la foto nos preguntaron que para qué la queríamos. Y como también somos malos, no les dijimos y el chico nos tiró una patada karateca.

Él es Jorge, de Valparaíso. Anda con puras amigas que le dicen «Jor». Llegó en Turbus a las cinco de la tarde. Vivió su primera experiencia Transantiago y apenas termine el recital se tiene que ir al terminal porque la mamá no lo dejó pasar la noche en la capital. Guaton mamón.

A ella la encontramos en la salida. Nos dijo su nombre, pero con la multitud saliendo lo olvidamos. Puso cara de «los hombres no me toman en serio» y justo despues de la foto su compañero de noche se le desapareció. Ojalá lo haya encontrado. Ojalá.

Estas dos cabritas van a terminar con conjuntivitis en el ojo. Sobre todo la de pelo azul. Rubio. No, negro. De todas formas sólo sabemos el nombre de una: Dayanara. Andaban en micro y cuando terminó ya no habían. Asi que ojalá las haya llevado a dedo algún valiente.

Alejandro Jofré. De Paniko.cl más feliz que nunca con su novia 0 kilómetros. La buena vida lo tiene convertido en un gordito-Molko.